23 Jul Menos enciclopedismo, más innovación
Por Guillermina Tiramonti
A 200 años de la declaración de la independencia y más de 130 de la promulgación de la ley 1420, que dio el puntapié inicial de la educación moderna en la Argentina, la escuela está en crisis y enfrentamos la obligación de construir una alternativa educativa para las nuevas generaciones.
La escuela de fines del siglo XIX fue una punta de lanza para la institucionalización de una sociedad moderna que se proponía organizarse a partir del autocontrol de sus ciudadanos y abandonar un sistema de obediencias basado en la imposición de la fuerza. No se trató sólo de una institución para la disciplina, sino que además construyó su identidad a partir de transmitir a las nuevas generaciones la concepción del orden moderno y los saberes y valores asociados. Lo hizo, en diálogo con las exigencias de su época, el capitalismo incipiente y el desarrollo del saber y de la tecnología del momento. El libro fue el soporte tecnológico de su tarea y fue éste el que impuso a la enseñanza su lógica lineal y secuencial.
Primó la concepción newtoniana del conocimiento según la cual hay un grupo de leyes universales e inalterables que gobiernan el mundo, que una vez descubiertas nos proporcionaran un saber único, universal y objetivo de nuestra realidad. Éste fue y es el sustrato científico de la propuesta escolar. El enciclopedismo ilustrado que parcializó la producción y el acceso al conocimiento a través de la separación de sus objetos específicos fue, y sigue siendo, la matriz que moldeó el currículum escolar.
Con estas bases se realizó lo que los pedagogos denominan la “transposición didáctica”, que no es otra cosa que una operación mediante la cual se transforma el saber de las disciplinas científicas en las materias que son enseñadas en la escuela, para lo cual se lo ” secuencia “y se lo parcela para transformarlo en la planificación anual de los distintos grados o años en los que se distribuyen los alumnos.
Esta transposición importó recortar saberes y conocimientos que se consideraron relevantes para la época. El operativo no sólo dejó de lado lo que pasó a denominarse el saber vulgar o folklórico, sino que sólo vehiculizó las visiones hegemónicas. Sin embargo, no es a estas mutilaciones a lo que hoy queremos referirnos, sino a otra mucho más significativa a la hora de identificar las causas de la desigualdad en las oportunidades educativas: la exclusión del proceso de producción del conocimiento del aula escolar. La escuela difunde un saber acabado, definitivo, cuya producción es ajena al docente y al alumno, ya que ninguno de los dos participa de su elaboración.
Este último recorte transformó el saber escolar en una abstracción sólo accesible para quienes provienen de sectores socio-culturales habituados a ellas y manejan códigos sociolingüísticos también conocidos y frecuentados por los grupos educados.
A partir de este razonamiento podemos concluir, en consonancia con numerosos sociólogos y lingüistas, que el conocimiento que se imparte en la escuela es la principal fuente de discriminación.
La cultura ilustrada que fue la matriz de esta primera transposición didáctica tuvo como ideal un individuo capaz de acumular contenidos provenientes de diferentes disciplinas y transmitirlos a través de un código lingüístico complejo y adaptar su pensamiento a las reglas del racionalismo moderno. Éste no es más el sujeto que requiere el mundo contemporáneo.
La erudición no es hoy un valor que cotice para el intercambio en la sociedad. Ése es un servicio que proporciona Internet a todo el que lo requiera. Se necesitan, en cambio, creatividad, capacidad de imaginar propuestas alternativas, poder solucionar problemas de la vida real, desarmar los conceptos y ponerlos a prueba a la luz de nuevos fenómenos de la realidad y rearmarlos o inventar otros. En definitiva, poder interactuar en la incesante reinvención del mundo a la que estamos asistiendo.
Como esto es así, precisamos otra transposición didáctica que mute la matriz ilustrada por una matriz tecnológica, no en su expresión técnica sino científica, que incluye en la enseñanza tanto la producción del conocimiento como un objetivo para otorgar sentido a todo el proceso. Una matriz tecnológica que articule proceso, producto y objetivo y que saque a la escuela del sin-sentido en que se ha convertido la transmisión de contenidos en abstracto, sólo útiles para la aprobación de materias. Una nueva matriz que desaloje para siempre la escisión entre teoría y práctica, entre conocimiento práctico y abstracción erudita.
Quienes piensan hoy el cambio educativo tienen la oportunidad de obtener dos beneficios por el precio de uno: restituir a la escuela su relevancia cultural poniéndola a la altura de las exigencias de la sociedad actual y neutralizar la reproducción que hace hoy la escuela de las desigualdades sociales.
Esto ya se está haciendo exitosamente en otros países y lo podemos abordar con nuestros propios recursos haciendo las adecuaciones necesarias; no se necesita ser un país del Primer Mundo y tener una población socialmente homogénea para proporcionar a nuestros jóvenes este tipo de educación. Lo que se requiere es entender que todo cambió, que el pasado no es nuestro futuro y, sobre todo, abandonar nuestro culto al esfuerzo disciplinador y animarse a empoderar a los que vienen, pobres y ricos, a través de una educación accesible a todos y a la altura de nuestro tiempo.
LA NACION