Impuntuales: ¿víctimas del reloj o desidia?

Impuntuales: ¿víctimas del reloj o desidia?

Por Laura Reina
Antes de casarse, Fernanda le había hecho un solo pedido a Nacho, su futuro marido: “No llegues tarde”. La sola idea de verse rodeada de sus amigos y familiares pendientes del reloj adentro del edificio donde iba a celebrarse el civil, le daba pánico. “Mirá que si no estás ahí cuando llego, me voy”, lo amenazó como para que no le quedaran dudas de que hablaba en serio. Nacho llegó puntual y hubo boda. “Cuando subí al primer piso él ya estaba esperándome con una sonrisa enorme. Para mí fue una mezcla de alivio y felicidad. Estar ahí temprano fue la demostración más grande de amor que me hizo alguna vez. Antes y después de ese día, Nacho llegó sistemáticamente tarde a todos lados. Igual ya estoy resignada y cuando le digo algo él me contesta que no vale quejarme porque yo lo conocí así”. dice Fernanda, que de todas maneras reconoce que se sigue enojando cada vez que su marido se retrasa cuando se trata de compartir una salida en pareja, un programa social o una reunión de trabajo.
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Federico Ruiz, un técnico en sistemas de 34 años, reconoce que la impuntualidad terminó de arruinar una relación de pareja. “La primera vez que salimos ella llegó casi una hora tarde. Yo ya me estaba por ir enojado, pero justo apareció pidiéndome perdón. Pero no fue sólo esa vez. Era un comportamiento que se repetía y a mí me molestaba. De hecho, ella me decía que las compañeras de oficina le adelantaban media hora el comienzo de las reuniones para que ella llegara a horario, pero aun así no podía. Ser impuntual era parte de su personalidad y yo no lo toleraba.”
A pesar de que los impuntuales se nieguen a admitirlo, llegar sistemáticamente tarde tiene sus costos. No sólo materiales -algo bastante difícil de medir y cuantificar-, sino, sobre todo, emocionales. Las esperas reiteradas suelen ser el caldo de cultivo perfecto para discusiones de pareja y enojos entre amigos. Ni qué hablar si esas personas hacen un culto a la puntualidad. Pero, ¿llegar siempre tarde es simplemente un mal hábito o es la punta del iceberg de una sintomatología más profunda?
Un reciente estudio de la Universidad de San Diego, en los Estados Unidos, trató de arrojar algo de luz sobre un tema ampliamente investigado. Primero se separó a los considerados puntuales de los que se autoproclamaban impuntuales, y se les pidió que midieran mentalmente el tiempo en el que transcurría un minuto. ¿Los resultados? Los que decían ser puntuales tenían una percepción casi exacta del tiempo, mientras que los que confesaban ser impuntuales habían contado unos largos 77 segundos.
La conclusión científica es que hay dos clases de personas: las que perciben el tiempo con una capacidad normal y quienes lo perciben de forma más lenta. “Las personas impuntuales creen que pueden hacer más cosas de las que realmente pueden hacer con el tiempo que disponen. Se trata del fenómeno determinado como «falacia de la planificación». Y consiste en que las personas perciben el tiempo que emplean en determinadas tareas más breve de lo que es en realidad. Así creen que esas tareas les llevarán mucho menos tiempo del que efectivamente tendrán que emplear.”
En términos más simples: los impuntuales son pésimos gestores del tiempo, pero no todo es malo. Para la ciencia, esa incongruencia entre lo que piensan que tardarán en hacer algo y lo que efectivamente demoran en hacerlo tiene una raíz positiva: su optimismo, la tendencia a pensar positivamente. Sí, los investigadores descubrieron que existe una relación entre los que llegan tarde y su grado de optimismo.
Eso mismo trata de explicar Nacho a modo de defensa. “Llegar tarde no lo veo como un defecto, sino como una cualidad más. Yo creo que muchas veces tiene que ver con errores de cálculo.” Precisamente por uno de esos errores de cálculo, Nacho ha perdido vuelos. “Siempre tiendo a pensar que voy con tiempo de sobra, pero termino llegando justo -reconoce-. Una vez subí al avión de casualidad, porque le rogué a la del check-in piedad. Pero otra vez me quedé en tierra y tuve que sacar otro pasaje. Aprendí la lección, cuando viajo solo, salgo con tiempo.”

Cuestión cultural
Claro que más allá de las características y cualidades personales están las que marca una sociedad. Angel Elgier, docente titular de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), explica que las sociedades suelen tener diferentes normas o prácticas con respecto a la puntualidad. “En algunas culturas el tiempo es oro y la puntualidad es muy valorada. En cambio en otras sociedades, las tareas se suelen dejar para mañana. Robert Levine, un prestigioso psicólogo social que estudia la relación de la gente con el tiempo, encontró en sus estudios que por ejemplo, los norteamericanos valoran más la puntualidad que los brasileños, y que estos últimos son más flexibles a la hora de definir los términos temprano y tarde.”
Levine, autor del libro Una geografía del tiempo, plantea que el modo en que la gente interpreta el tiempo de su vida abarca un mundo de diversidad: de cultura a cultura, de ciudad a ciudad y de vecino a vecino. “Dado que el tiempo es una construcción humana que define y demarca culturas, y que incide en lo que entendemos por bienestar y calidad de vida, deberíamos aprender a funcionar en medio de una sociedad multitemporal, donde cada individuo sea el portador de su propia geografía del tiempo”, sostiene.
Pero a pesar de que uno debería ser capaz de manejar su propio tiempo, ¿qué sucede cuando ese tiempo es compartido con otro? Para el psicólogo Fernando Adrover, decano de la Facultad de Psicología de la UAI, la puntualidad básicamente es un compromiso y un acuerdo con el otro. “Violar ese compromiso no es diferente a no respetar la palabra o no honrar otro tipo de compromisos. Nuestra sociedad tiene escaso apego por respetar las normas y los acuerdos, sean explícitos o implícitos. En este sentido es coherente y casi previsible que no se cumplan los horarios establecidos. En el caso de la puntualidad con los horarios acordados, el problema es que ni siquiera se asumen realmente con un compromiso. Hay que entender el rasgo cultural de la impuntualidad en ese contexto.”
Por eso, para el psicólogo Ariel Vittori, en un contexto como el argentino, establecer un horario, más que un compromiso a cumplir, es más bien establecer un mojón aproximativo. “Muchas veces actuamos como si hubiese un principio de «impuntualidad debida o asumida», es decir, quienes lo establecen parecen saber que habrá un margen, que puede ser amplio, de variación, siempre en el sentido de llegar después, nunca antes. Hay un margen de impuntualidad que se percibe casi como necesario, para no ponernos en evidencia o generar tensión.”
Por eso mismo, las personas que cumplen con los horarios y pretenden reciprocidad al respecto pueden ser vistas como intolerantes o rígidas. “Está claro que uno no puede ignorar la sociedad de la cual forma parte. En general nos resultan autoritarios u arbitrarios quienes tienen baja tolerancia a la impuntualidad. La puntualidad no es un rasgo de la personalidad, sino un buen hábito que forma parte del orden. Es una filosofía de vida. La idea de que «por más que me organizo no consigo ser puntual» es falsa. Todos los que deseen llegar a su hora pueden conseguirlo”, asegura Vittori.
Ni víctima del reloj ni premeditada desidia. Consciente de su impuntualidad, Nacho le sugirió una solución a su mujer: adoptar en lugar de una hora exacta, un lapso de llegada. “Quedamos entre tal y tal horario.” Obviamente, siempre llega al filo del tiempo máximo. pero eso sí, ahora Nacho puede decir que lo hizo a horario.
LA NACION