06 Jul Abbas Kiarostami. El director de El sabor de la cereza, un artista cabal
A los 76 años, Abbas Kiarostami murió en París de cáncer gastrointestinal y luego de varias operaciones. Fue uno de los más grandes realizadores de la historia del cine, alguien no sólo con una voz propia, sino además uno de esos directores que se identificaban con la cinematografía de un país. Era imposible decir cine iraní sin nombrarlo a continuación.
Su identidad como autor era tan fuerte como mutante: pocos cineastas han sabido preguntarse con tanta frecuencia por el estatuto del cine y de la realidad con tantas ansias de refundar constantemente su carrera, para seguir siendo fiel a sí mismo. Desde sus cortos de los setenta en Irán, que incluyeron films educativos, hasta su última película, Like Someone In Love, filmada en Japón.
Nacido en Teherán el 22 de junio de 1940, Kiarostami viajó por el mundo con su cine, sobre todo a partir de fines de los ochenta, con la presentación en Locarno de ¿Dónde está la casa del amigo? y la Palma de Oro para El sabor de la cereza en Cannes 1997 (ex aequo con La anguila, de Shoei Imamura), y realizó películas también en Europa y en África.
Su primer largometraje fue justamente El viajero (Mosafer / The Traveler, 1974), un relato de viaje iniciático, de aprendizaje y maduración, una fructífera mezcla entre el estilo en formación del realizador y Los 400 golpes de François Truffaut, sobre un niño llamado Ghassem que respira, sueña y ansía fútbol, y viaja a Teherán para ver un partido.
Entre sus trabajos realizados entre esa película y su consagración internacional definitiva más de una década más tarde se pueden recomendar incluso cosas como Dolor de muelas (película educativa para que los chicos se lavaran los dientes producida por el Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes), porque Kiarostami era un cineasta cabal, que con su mirada convertía en interesante hasta encargos como ése.
Un éxito inesperado
En 1983 hizo un mediometraje documental especialmente brillante llamado Conciudadano, estudio de costumbres urbanas, de automovilistas en una calle cortada al tránsito. Si en esa película podían encontrarse parecidos impensados y conexiones entre iraníes y argentinos, la gran conexión entre Kiarostami y el país llegaría con el estreno en el cine Lorca de El sabor de la cereza en 1998, que ostentó el récord de asistencia para esa película, con 130.000 espectadores y meses en cartel. El rendimiento de esa copia fue superior a las de Titanic, en ese momento la película más vista de la historia en la Argentina y en el mundo.
Más tarde se estrenarían más películas del director, anteriores a El sabor de la cereza: ¿Dónde está la casa del amigo?, Y la vida continúa y A través de los olivos. La Trilogía de Koker, un terceto de películas magníficas (sobre todos las dos últimas). Entre ellas, Kiarostami hizo otra de sus obras maestras (también recuperada como estreno en Buenos Aires) y una de las películas fundamentales del cine del siglo XX: Close-Up, sobre el caso real de Hossein Sabzian, quien se hizo pasar por el director Mohsen Majmalbaf ante una familia, y el juicio posterior. Kiarostami más de una vez la destacó como la favorita de su filmografía. En ella, el cineasta reflexiona sobre los procedimientos cinematográficos y va mucho más allá del juego del cine dentro del cine.
Una verdad inestable
Kiarostami apuesta, como en buena parte de sus películas, por un estatuto de verdad oscilante, inestable: las marcas en la imagen, en los reflejos, en los marcos que definen y redefinen lo que está en el centro. El paneo desde el parabrisas del coche y el juego con el audio en la moto de Close-Up, los paisajes y las perspectivas de A través de los olivos,El viento nos llevará, El sabor de la cereza, los niños de ¿Dónde está la casa del amigo? y El globo blanco (con guión suyo y dirección de Jafar Panahi), los paseos y derivas de Juliette Binoche en Copia certificada, la zona más experimental de Five (Dedicated to Ozu), la lección de cine de Ten y la reflexión al cuadrado de Ten on Ten, las maneras de eludir la censura de su país y luego de seguir haciendo cine afuera por las crecientes dificultades política, su presencia elegante en los festivales, su afición por los viajes en coche.
Apenas hemos empezado a poner en perspectiva a Kiarostami, a vislumbrar su gigantesco legado. Tal vez sea justo recordar especialmente la tenaz esperanza, la perseverancia exhibida por el director en Y la vida continúa, film-reflexión después del dolor de un cruento terremoto. Su final y la conversación del álter ego de Kiarostami en la película con las chicas que lavan los platos son solamente dos de esos momentos que no es exagerado denominar como epifanías.
LA NACIÓN