Una nueva estrategia hacia China

Una nueva estrategia hacia China

Por Juan Gabriel Tokatlian
La redistribución de poder en el sistema global es un hecho: se ha acelerado y complicado un reacomodo significativo del poderío de Occidente hacia Oriente y un reajuste notable de la influencia del Norte hacia el Sur. En esa doble intersección se ubica la República Popular China. Como consecuencia de eso, la mayoría de las naciones, vecinas y distantes de Pekín, está redefiniendo sus opciones estratégicas. América latina, en general, y la Argentina, en particular, no pueden estar exentas de hacerlo.
En los años 50 y 60, el despliegue de China en la región era limitado y controvertido. En ese momento predominaba una China revisionista y antisistema, que, simultáneamente, buscaba reconocimiento internacional por parte de diversos gobiernos y procuraba desarrollar vínculos con actores no estatales disconformes. Hoy, Pekín se acerca a América latina con recursos económicos, de manera pragmática, sin provocar a Estados Unidos y robusteciendo los lazos de Estado a Estado. De allí que el despliegue regional de Pekín resulte más moderado y en favor del statu quo ; eso favorece la ausencia de jugadores locales con capacidad de veto, como ocurrió en relación con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. En respuesta a lo que viene ocurriendo desde la década del 90 y hasta hace muy poco, la región respondió con lo que se denomina una política de “compromiso confiable” (en clave anglosajona, reliable engagement ) hacia China.
Ahora bien, probablemente resulte adecuado que los países comiencen a contemplar una opción estratégica mixta hacia China; esto es, una política que combine aproximación con previsión. La aproximación implica que las naciones asuman la iniciativa y desplieguen un papel más asertivo en la búsqueda de lazos benéficos específicos con China, independiente del perfil presente de Pekín en la región. La previsión significa que los países estén más atentos al comportamiento de China hacia el área y en el mundo, con el propósito de evitar potenciales costos elevados para América latina, ya sea porque hay dimensiones en las que se podría estar gestando una relación excesivamente dependiente, o porque en el futuro China reoriente su estrategia internacional.
En breve, los países de la región -y la Argentina, muy particularmente- necesitan precisar su gran estrategia; esto es, esclarecer las amenazas potenciales y los dividendos eventuales para el Estado y la sociedad, y diseñar el conjunto de antídotos defensivos, por un lado, y medidas ofensivas, por el otro, para afrontar los retos y oportunidades de una estructura mundial en proceso de mutación. Ante el vertiginoso ascenso de China y el apogeo de Asia, un Estado puede resistir ese proceso o adaptarse a él. En consecuencia, un país como la Argentina -que atraviesa, a su vez, una coyuntura electoral- debería debatir y precisar cómo aprovechar más los estímulos y constreñimientos que se producen con el auge de China y la gravitación de Asia.

En ese sentido, dicha gran estrategia debería concebirse a partir de los siguientes puntos: a) se han borrado las fronteras entre lo estrictamente interno y lo específicamente externo; b) se deben combinar política exterior con política de defensa; c) se necesita un modelo económico coherente, hacia adentro y hacia afuera, y d) se precisa más complementariedad entre el ámbito estatal y el espacio no estatal. Una gran estrategia exige, pues, intensificar la inserción mundial del país (en especial, respecto de Asia), coordinar las políticas exterior y de defensa, tener una política económica consistente y facilitar un despliegue convergente entre el Estado y la sociedad. Ahora bien, la gran estrategia en relación con China podría tener dos ejes de acción simultáneos: una política proactiva y una política de “control de daños”. Ello es consecuente con una opción estratégica que fusione, como se dijo, aproximación y previsión.
Esto último es fundamental, pues asuntos de diversa índole muestran un crecimiento gradual de las fricciones entre América latina y China. Varios ejemplos son ilustrativos. Mientras en la última década la participación de Estados Unidos en el comercio de la región ha decrecido y el intercambio con Pekín ha aumentado, esto último se ha concentrado en la compra china de materias primas. A ello se suma el hecho de que la ascendente inversión china (Pekín acaba de anunciar su disposición a destinar US$ 300.000 millones de dólares de su fondo de inversión soberano a la región) en América latina se orienta hacia los recursos naturales. Esta combinación de factores podría profundizar la tendencia a “primarizar” aún más las economías del área. Por eso vienen elevándose las críticas en la región, para que China adquiera más productos regionales con valor agregado. A su vez, políticas económicas internas -como, por ejemplo, industrializar de modo masivo su agricultura y mantener artificialmente bajo el valor de su moneda-afectan de manera distinta a diferentes países de la región: lo primero será oneroso para México, América Central y el Caribe en cuanto el acceso futuro al mercado estadounidense; lo segundo es costoso para las economías del Cono Sur. Hasta que los países no tengan una política clara en materia industrial y sepan cómo proceder productivamente con la tentadora oferta de inversión china, la propensión a reforzar la economía primaria seguirá vigente.
Otro tema importante es el ambiental. Resulta notorio, por su propia experiencia interna, que China no identificó?al menos hasta hace unos años?la cuestión ambiental como significativa para su despliegue externo. El ejemplo de las minas peruanas en las que invirtió la compañía china Shougang ha sido elocuente en cuanto a la escasa sensibilidad por el medio ambiente. La experiencia en materia ambiental de la presencia china en Africa añade más inquietud a la política de Pekín hacia América latina. Mientras los gobiernos de la región no mejoren los controles ambientales sobre las inversiones extranjeras, en general, y las chinas, en particular, los fenómenos de degradación y depredación ecológica continuarán.
Otro asunto que no es posible soslayar es el de la corrupción. Aunque aparentemente no constituye un problema de envergadura, sus consecuencias sobre la inseguridad y la desprotección de los ciudadanos son enormes. La corrupción vulnera el funcionamiento del aparato de justicia; fragiliza el desarrollo de la gobernabilidad; compromete la eficiencia de las instituciones civiles; corroe a las fuerzas de seguridad; profundiza los niveles de desigualdad social; ahonda los comportamientos políticos patrón-cliente y brinda un inusitado poder a grupos establecidos. América latina está, por cuenta propia, seriamente afectada por este fenómeno. También los grados de corrupción en China son serios. Esta confluencia es grave para la región, tanto en términos del establecimiento de inversiones chinas en América latina como de la inserción del capital latinoamericano en China. La perpetuación de la corrupción afecta a segmentos importantes de las sociedades y robustece la propensión autoritaria en ciertos grupos poderosos.
En el plano del multilateralismo, es manifiesto el creciente peso de los foros e instituciones mundiales y regionales en la política exterior china. En particular, desde los años 90, Pekín le ha otorgado un lugar prominente a la diplomacia multilateral. La ascendente gravitación del multilateralismo en el caso de China coincide con el tradicional interés de nuestra región por promover y fortalecer los ámbitos y compromisos multilaterales. Ahora bien, lo anterior no implica una plena concurrencia de posiciones. Por ejemplo, las posturas y votaciones de muchos países de la región en materia de derechos humanos no convergen con las de China. Para casos particulares, como el de Brasil, el rechazo de Pekín a que Japón sea un miembro permanente en una eventual reforma del Consejo de Seguridad de la ONU y el apoyo chino a que India llegue al Consejo pero sin poder de veto, complica las ambiciones de Brasilia (y facilitan las tesis de la Argentina) en ese tema, dado que Brasilia es parte del G-4 (Alemania, Brasil, India y Japón). Tampoco en el G-20 (del que es parte la Argentina) es sencillo conciliar posiciones con China. En el terreno multilateral, habrá espacios muy interesantes para que América latina interactúe de modo más dinámico con China, al tiempo que asume un manejo juicioso de las importantes diferencias.
En síntesis, existen asuntos en las relaciones entre América latina y China que muestran una notable dualidad: en los temas económicos, en aquellos de la llamada nueva agenda global (medio ambiente, corrupción, etc.) y en materia multilateral se observa una compleja matriz de beneficios y costos, coincidencias y divergencias, ventajas y desventajas, ganadores y perdedores. Esto, a su vez, se entrelaza con impactos diferenciados por tema, país y sub-región. No es idéntico para todos, por ejemplo, el efecto que produce el avance económico chino con sus oportunidades y retos.
En consecuencia, es más razonable que los países del área, como la Argentina, implementen una opción estratégica mixta hacia China; esto es, una política que mezcle aproximación y previsión. La aproximación es exigente, pues significa que se debe tener mayor iniciativa y ser más competente en la relación con China, al tiempo que la previsión es igualmente demandante, pues significa estar preparado para evitar un modo de dependencia con respecto a Pekín que conduzca, como ya ha sido la experiencia con Occidente, a preservar estructuralmente subordinada a América latina.
LA NACION

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