03 Jul S.O.S., emergencia a bordo del avión
Por Teresa Bausali
En octubre del año pasado, el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, saltó a los titulares por una noticia totalmente ajena a la política. Como médico de profesión, el mandatario ayudó a reanimar a una joven francesa que sufrió una reacción alérgica en pleno vuelo a París. La chica tenía la garganta cerrada y Vázquez, que viajaba en visita oficial a Francia, le aplicó con éxito una inyección intravenosa.
Que un jefe de Estado acuda al rescate de un pasajero es tan improbable como insólito, pero que una persona se descompense en pleno vuelo, no. Según una investigación de 2013 de la revista The New England Journal of Medicine, las complicaciones de salud se repiten en uno de cada 604 vuelos comerciales de todo el mundo. O, lo que es lo mismo, 16% de los 2750 millones de pasajeros que viajan en avión por año sufren algún tipo de descompensación mientras se encuentran en el aire. Las más frecuentes: desmayos, problemas respiratorios, náuseas y vómitos. Los paros cardíacos apenas representan el 0,3% de las emergencias, pero son los responsables del 86% de las muertes a bordo. Mucho menos común es lo que le pasó a la catamarqueña Elina Bernasconi, de 29 años, que hace tres semanas sufrió una embolia pulmonar cuando viajaba a Tailandia con amigas. La embolia la dejó en un estado de coma del que no se pudo recuperar, y finalmente murió el martes último en Qatar, donde el avión en el que iba había hecho escala.
Lo cierto es que, a 10.000 metros de altura , lo último que un pasajero quiere escuchar es “¿Hay algún médico a bordo?”.
Pero la peor parte se la suele llevar, justamente, el médico que viaja como pasajero. No sólo debe tratar a pacientes cuyo historial desconoce, con dolencias que a menudo se escapan del marco de su especialidad, sino que el instrumental puede ser limitado, el espacio angosto y, como si fuera poco, hay decenas de espectadores pendientes de sus movimientos.
El doc Nelson Castro
“Me tocó asisitir a un pasajero que hizo un infarto en un vuelo a Nueva York. Sería en el año 97, 98, y yo era el único médico a bordo”, recuerda el periodista Nelson Castro, quien también es neurólogo. “Tuve que convencer al comisario de a bordo de hacer un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto más cercano, que era Recife.El estetoscopio era de malísima calidad, el ambiente no era para nada silencioso y no había nada para calmarle el dolor al pasajero, un hombre obeso e hipertenso”.
También la aerolínea tiene mucho que arriesgar: un diagnóstico equivocado que lleve a la muerte del pasajero o a un aterrizaje de emergencia injustificado puede suponer el pago de indemnizaciones millonarias para las compañías. Para lidiar con este tipo de problemas, casi todas las aerolíneas contratan un servicio de consulta médica en tierra, que está en permanente contacto con el avión. Una suerte de teleasistencia que puede ser propio, o compartido con empresas como la estadounidense MedAire, que asesora a más de 60 aerolíneas de todo el mundo. British Airways, por ejemplo, está abonada a MedLink, y Air France, a SAMU.
Además, a diferencia de lo que le sucedió a Castro, en los últimos años las principales compañías aéreas han incorporado equipamiento médico de primer nivel.
American Airlines y Qantas Airways se consideran pioneras en la inclusión en sus aeronaves de desfibriladores (aparatos electrónicos que restablecen el ritmo cardíaco normal). Aerolíneas Argentinas, por ejemplo, los tiene desde enero de 2008, y Air France desde 2002 (en 2013, fueron reemplazados por el nuevo modelo Philips FRX, agregan desde la compañía).
“Además de los botiquines de primeros auxilios, contamos con un kit para atender situaciones de mayor complejidad: un maletín de paro, de trauma, con caja de cirugía menor, superando ampliamente la norma local y las recomendaciones internacionales en la materia”, señalan desde Aerolíneas Argentinas.
“Estamos preparados hasta para tener un parto en el avión”, ilustra por su parte Juan. Juan no se llama Juan pero, como la aerolínea en la que trabaja como tripulante de a bordo desde hace 20 años (aerolínea que también prefiere no develar) le exige autorización para hablar con la prensa, prefiere resguardarse bajo ese nombre.
“De todos modos, siempre hay un protocolo a seguir. Lo primero que hacemos en caso de una emergencia es llamar al servicio de asistencia en tierra y brindar un detalle pormenorizado de los síntomas y cuadros del paciente. Ellos nos van guiando y dictando cómo actuar. Pero si uno no está apto para resolver el caso, si la situación se nos escapa de las manos, entonces sí llamamos a un médico a bordo”, explica Juan. “El problema está cuando no seguís ese procedimiento. Entonces la demanda va a venir casi seguro”.
De la explicación de Juan se desprende un dato obvio: la tripulación está entrenada para actuar cuando hay una complicación de salud en el aire. Desde técnicas de RCP (reanimación cardiopulmonar) hasta cómo y cuándo usar un desfribilador, los cursos de primeros auxilios para capacitar al personal suelen ser tan exigentes como rigurosos.
“El entrenamiento de American Airlines es super estricto y sigue las regulaciones de la Federal Aviation Administration. Hay exámenes periódicos para evaluar el conocimiento de la azafata, y la licencia se renueva cada año”, comenta Gabriela, que trabajó durante 18 años en la aerolínea estadounidense. “Nosotros contamos con todos los procedimientos para revivir a una persona, pero cuando la situación es grave, se llama a un médico registrado. Además, el avión cuenta con dos kits médicos: uno para uso exclusivo de la tripulación y otro que sólo puede usar el médico. Por ejemplo, ellos son los que aplican las inyecciones y tienen manejo de ciertos tipos de medicamentos”.
Rose, también ex azafata, pero de British Airways. agrega que “el avión baja a tierra en 20 minutos. Si podés aguantar al pasajero durante ese tiempo, ya sea con masajes cardíacos o lo que requiera el caso, entonces se salva. El problema es cuando estás cruzando el océano, porque son por lo menos seis horas hasta tocar tierra”.
Antes de cada vuelo, dice, hay una reunión de la tripulación de British Airways en la que se repasan temas de primeros auxilios y de seguridad aérea. También se toman precauciones que parecen mínimas, pero que no lo son: por ejemplo, ya no se sirve más maní a bordo como snack, dada la cantidad de personas alérgicas a este alimento. “Hay gente que con sólo oler el maní puede presentar una reacción anafiláctica. Entonces se anuncia al círculo cercano de ese pasajero, que por lo general informa sobre su condición, que si llevan paquetes de maní con ellos, no los abran”.
A veces, claro, se puede hacer poco y nada por salvar la vida de una persona. Como pasajera, Lorena Oliva recuerda un viaje que hizo a Frankfurt en junio de 2010, en Lufthansa. A poco de despegar de Ezeiza, un hombre que viajaba junto a ella, del otro lado del pasillo, empezó a sufrir un ataque frenético de convulsiones. Fueron dos los médicos que intentaron contenerlo, en vano. El hombre resultó ser una mula cuyas cápsulas de droga reventaron en el estómago y en poco tiempo le causaron la muerte. “El avión se desvió a Recife, la tripulación bajó de la aeronave y los pasajeros, que quedamos dentro, tuvimos que esperar los resultados de los peritajes durante cuatro horas. Nadie estaba preparado para una situación así. Fue realmente traumático”, recuerda. “Lo que no olvido es que, durante esas horas de espera y calor, el hambre era tal que un pasajero ‘saqueó’ la cocina del avión. Su imagen corriendo con un pan en la boca me quedó grabada en la memoria”.
Cóctel explosivo
Hay un tema en el que coinciden tanto médicos como personal de a bordo: la mezcla de pastillas y alcohol es una de las peores pesadillas de los tripulantes, aunque una de las más frecuentes.
“Muchas veces los pasajeros ni saben lo que tomaron. Un amigo me dio la pastilla en el lounge, es la respuesta más típica”, se queja Juan.
En este sentido, Nelson Castro es tajante: “No debería venderse alcohol en los vuelos. Es una predicación en el desierto, pero todos lo pasan mal, la gente se altera y como médico es una enorme responsabilidad. Una vez tardé 45 minutos en reanimar a un pasajero que había mezclado pastillas para dormir con alcohol, y después uno tiene que firmar un papeleo interminable con la historia clínica y los detalles de lo sucedido”. (Hoy día, la mayoría de las aerolíneas -aunque no todas- eximen al médico de responsabilidad. Air France, por caso, señala que “el médico está cubierto en términos legales ante eventuales reclamos del pasajero, la familia u otras partes involucradas”).
Picaduras y brote psicótico
El cardiólogo Jorge Tartaglione podría escribir un libro con todos los incidentes de salud con los que tuvo que lidiar en diferentes vuelos. Desde una chiquita cubierta de picaduras y fiebre por las nubes, en un viaje dentro de Bolivia, hasta un indio que sufrió un brote psicótico en pleno vuelo y hubo que sedarlo, o una mujer que (una vez más) se tomó tres whiskies junto a un cóctel de pastillas y no había manera de levantarla, las anécdotas son incontables.
“Cuando solicitan la asistencia de un médico, no puedo dejar de pararme. Sé que muchas veces voy a tener problemas, pero es más fuerte que yo. Como cardiólogo uno está acostumbrado a las emergencias”, confiesa. “Eso sí, con todo lo que laburé a bordo.. .¡me merezco al menos un pasaje gratis!”
Al margen de su responsabilidad ética y de las llamadas leyes del Buen Samaritano, los médicos de casi todos los países no están obligados por ley a responder a una emergencia a bordo, excepto algunos de la Unión Europea o Australia.
Pero a medida que aumentan los viajes en avión y la edad de los viajeros, un dato es seguro: las descompensaciones en los vuelos se producirán con más frecuencia. Si se suma el incremento en las medidas de seguridad en los aeropuertos, el poco espacio de los asientos, los retrasos, las cancelaciones y, en defintiva, el estrés, no hay duda de que los médicos tendrán cada vez menos descanso cuando viajen.
LA NACION