02 Jul Julio Le Parc: “Jamás hablo de obras de arte, las llamo experiencias”
Por Loreley Gaffoglio
Hace tres años, al recorrer la retrospectiva de Julio Le Parc en el parisino Palais de Tokyo, el director artístico de la maison Hermès, Pierre-Alexis Dumas, quedó deslumbrado con una obra icónica del maestro del cinetismo y del op-art. La larga marcha (1974-1975), 10 lienzos cuadrados de dos metros de lado, dispuestos de manera secuencial, hilvanaban en escala monumental una explosión de color, de formas sinuosas, torsiones, imbricaciones y contrastes armónicos que ahora la marca francesa trasladó como 60 piezas únicas de arte textil a pañuelos de seda.
El argentino, de 87 años, que vive en París, es el cuarto artista convocado por Hermès Éditeur luego de que la casa de Lyon “se apropiarara” de las obras de Josef Albers, de Daniel Buren y de Hiroshi Sugimoto y las presentara al coleccionismo en ferias como ArtBasel. Esta vez, el lanzamiento mundial se hace con una muestra en el Museo Fortabat a tiempo con arteBA, que abre pasado mañana.
-¿La larga marchanace como un ensayo colorístico y como una marca autobiográfica?
-Parte, ante todo, de una actitud de experimentación, de búsqueda. En este caso, es una sucesión de situaciones, como un tema que se prolonga y que asume en cada etapa una forma diferente. El nombre de la obra o las interpretaciones vienen después.
-¿Qué lectura hace usted?
– Puede estar asociada a muchas cosas, si se quiere encontrar una metáfora. Podría ser la larga marcha de mi abuelo, que vino del norte de Francia a París, atravesó el Atlántico, llegó aquí, tomó un tren y cuando las vías se terminaron se bajó en el pueblo de Rivadavia, en Mendoza. O la mía, hasta París; el devenir de la civilización, de las revoluciones…
-¿La exploración formal, racional, en la ejecución neutraliza a la emoción?
-En una búsqueda cabe todo: lo intuitivo, lo emotivo, lo que me llega de afuera. Una emoción puede convertirse en pequeños signos que luego traduzco en un papel, se elaboran y devienen en otras cosas. Cuando trabajo intento saber por qué ciertos colores, formas, órdenes crómáticos dan un resultado visual, y cambiándolos, dan otro. En esa tensión está la base de la experimentación. El ir reflexionando de qué manera se tira un color, a qué distancia, con qué impacto y fuerza; si es vertical, horizontal. Luego, uno recoge las pautas de esos resultados visuales.
-¿Qué le pasó al reelaborar una obra del pasado que trajo al presente en otro soporte?
-Todas las experiencias que he hecho (jamás las llamo obras de arte) para mí tienen una vigencia. Una permanencia. Puedo retomar cualquiera de ellas, reactualizarla, variarla, confrontarlas con otras y sentirlas como algo contemporáneo.
-Ha cuestionado el poder del mercado sobre la obra de arte. ¿Ve alguna contradicción en que una marca de lujo se apropie ahora de una una obra suya?
-Contradicciones siempre hay. Pero en este caso, el proceso me entusiasmó porque más allá del trabajo de las variaciones en superficie, el pañuelo, al tener movimiento, despliega una infinidad de posibilidades sobre un mismo tema: se lo puede estirar y observar a contraluz, plegar y jugar con el volumen que, a su vez, destaca ciertos colores y formas. Son todos elementos que enriquecen mi primera propuesta. y sobre los que reflexioné.
-¿El arte puede sustraerse al mercado?
-Es que el mercado forma parte del medio de la creación artística, al igual que los críticos, curadores y coleccionistas que deciden, con el acto de la compra, el valor que puede tener una obra. Para mí esto es más como un encuentro, una amistad, entre Hermès y mi obra para hacer algo en común. Mi defecto es que seguí probando, quizás de manera exagerada, hasta hacer muchísimas variaciones.
-¿Para alcanzar un hallazgo visual?
-Sí, pero en algún momento siempre hay que ajustar y decidir.
-A propósito de decisiones, ¿qué destino querría para la Esfera azul, a préstamo en el CCK?
-Vine también a eso. Mañana nos reuniremos con [el ministro Hernán] Lombardi para definirlo. Mi deseo es que se quede en Buenos Aires; habría que ver también qué quiere la gente. Mis ensayos con móviles nacieron en los años 60 en pequeño formato y comenzaron, hace 15 años, a agigantarse en su escala.
-¿Qué lo ha inspirado a lo largo del tiempo?
-Todo está ligado con un interés temprano por el arte, pero ciertas cosas de la niñez y la juventud permanecen en un plano interno que está en permanente movimiento: pienso en Mendoza, la Cordillera de los Andes, el sol que se esconde detrás de la montaña, los juguetes que inventaba con mi hermano. Todo eso probando con el movimiento de las manos y la intuición y es en ese hacer donde se concretan las ideas y las formas para que sean vistas por otros.
-Cuando ganó el primer Premio en la Bienal de Venecia del ’66, Yuyo Noé señaló que no era un reconocimiento al arte argentino sino al francés. ¿Es así?
-Hace más de 60 años que desarrollo mi arte en Francia y lo he hecho con el bagaje y la formación que traje de la Argentina. Una cosa no existe sin la otra y viceversa. No me gustan las etiquetas o las pertenencias.
-Pocos pueden jactarse de haber ingresado en la historia del arte mundial como usted con el cinetismo. ¿Qué le produce eso?
-No me veo tan grande, ni veo a los otros como tan superiores al resto. Sólo agradezco haber podido trabajar en lo que me ha gustado hacer, como he podido. Nunca me interesó la celebridad ni ganar mucho dinero. Mi desvelo ha sido encontrar la mejor conexión posible entre la creación contemporánea y el gran público. Y todavía busco eso.
-¿Cuál cree que ha sido la clave para la apreciación de su obra?
–Creo que lo mío ha sido una capacidad desarrollada a fuerza de trabajo, con una primera oportunidad que me dio Victor Vasarely cuando me ofreció un contrato para unirme a la galería Denise René. La apreciación final de lo que he hecho, a lo mejor, se ve dentro de poco. Si es verdad que en los últimos segundos uno pasa revista a toda su vida, creo que no estaría arrepentido.
-Lucio Fontana le compró la primera obra. ¿Quién le gustaría que tuviera la última que haga?
-Me gustaría que estuviera en un lugar público, apreciada por la mayor cantidad de gente posible. En París o Buenos Aires, donde la gente la aprecie más.
LA NACION