Pizzi, un hombre de decisiones fuertes

Pizzi, un hombre de decisiones fuertes

Por Ariel Ruya
El champagne se regaba a una velocidad crucero. Sofisticado, no suele discriminar: todos lo saborea¬ban con parecida alegría y exceso. Todos eran campeones del torneo Inicial en diciembre de 2013. Todos los de San Lorenzo: dirigentes, jugadores, cuerpo técnico, figuras de salón. Juan Antonio Pizzi lo había conseguido: un equipo audaz, atrapante, que acabó con la lengua afuera en la recordada Analísima con Vélez, un 0-0 sostenido por Sebastián Torrico, a vuelo de cóndor. Serio, reservado, de pocas palabras, desconfiado de su propia sombra, estaba suelto, relajado. Los dirigentes, copas en mano, le declararon la obsesión que se avecinaba: la Copa Libertadores de 2014. “Ahora vamos todos por la copa. ¡Vamos a ganarla!”, brindaban, parlanchines. Juan Antonio volvió a su eje: el vaso medio vacío. “No, no. No nos da el cuero: vamos a tratar de repetir el torneo, mejor”, se defendió. Matías
Lammens miró a Marcelo Tinelli, que se aflojó aún más la corbata. No lo podían creer. Pizzi desprecia la demagogia. Pisa el freno y acelera a su antojo.
De modo misterioso, no acompañó a la delegación azulgrana para ofrecerle el título al Papa Francisco. Se quedó en Buenos Aires, en un rincón no tan perdido: Roberto Ayala, el emisario de Valencia, le ofreció el Contrato de su vida. Volver a España, donde quería radicarse para siempre. Dirigir un equipo de la liga que más admira. Hizo pedazos los papeles, voló de inmediato: Juan Antonio suele tomar decisiones fuertes.
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En Valencia, en siete meses, se atragantó con su propia medicina, cuando las nuevas autoridades le clavaron un simbólico puñal por la espalda. Hoy, ahora mismo, cuando Chile corre a un costado la nostalgia que reflejan Bielsa y Sampaoli, y se rinde ante su figura (la misma que había sido despreciada), debe recordar su pasado, siempre en el carrusel del volantazo enérgico. También, los años de dudas existenciales, huérfanos de títulos, con
una excepción cordillerana: Universidad Católica 2010.
Aniquilado y adorado en un puñado de semanas, Pizzi no se incomoda con el vértigo del fútbol: le agrega humor. Días atrás, le consultaron qué había cambiado en su rutina, entre tanto triunfo. “Nada, ahora no me preguntan cuándo me voy a ir”, respondió, con ironía. Des-de León, en México, asumió el desafío convencido de su teoría: siempre al ataque. Campeón con su estilo, le agrada la audacia del equipo que conduce y se inclina con su verba abultada en conocimientos, directa en confesiones. Como cuando comentó, al pasar, que las críticas y los elogios se parecen a un camión cisterna repleto de combustible.
“Si vienen críticas, trato de evitar al camión para que no me atropelle”, rubrica la metáfora. “Cuando llegan los elogios, el camión lo manejo yo. Entonces, tengo que tener cuidado de no atropellar a nadie y que todo explote”, escribe el final. La explosión, la de ahora mismo, es de júbilo. De emoción.
Juan Antonio, un goleador formidable, se crió en una familia de clase media: el padre, médico; la madre, ama de casa. Dos hermanos y una hermana, con los que pasaba todo el verano entre pelotas, raquetas y antiparras. Del club Regatas al club ‘di tenis de Santa Fe. De grande, se inició por el golf. Terminó la escuela daría y hasta el primer año de licina en Rosario por mandato atemal. Su hermano más grande, José Francisco, es ginecólogo: lleva los genes de Antonio Francisco, fallecido en noviembre del 88, médico de Colón entre el 69 y el 75. “Era la ove¬ja negra”, le contó a la nación tiempo atrás. Pasó la historia, de aquel joven artillero a este conductor de 48 años, que celebra de costado. Nada es lo que parece: ni la gloria ni el olvido. “Vivimos en un medio exitista. Las valoraciones que se hacen tienen poco argumento, poca consistencia, tanto como para criticar como para alabar. Lo más importante es que uno sepa por qué camino va, qué está haciendo bien y qué mal. Generalmente coinciden: cuando tenés malos resultados, algunas cosas mal hiciste, y viceversa”, se sostiene.
-¿Cómo le escapas a los extremos?
-Con equilibrio. Yo sé lo que soy como entrenador, sé lo que puedo dar y sobre esa base me muevo. No le doy demasiada relevancia a lo que pasa alrededor. El protagonismo es de los jugadores, los entrenadores solo acompañamos.
Piensa Pizzi. Celebra (a su modo) Pizzi: el argentino campeón y verdugo, que acompaña la extensión de la gloria chilena. Desde su lugar, al volante del camión cisterna, tocando bocina.
LA NACION