28 Jun Hillary Clinton necesita un baño de popularidad
Por Courtney Weaver
En 1979, un mes después de transformarse en la primera dama de Arkansas, Hillary Rodham dio una entrevista al canal de televisión estatal local. Acababa de asumir dicho rol y era relativamente nueva para la opinión pública. Había dado su primer discurso en 1969 en la universidad Wellesley College, contaba con un breve perfil en la revista Life y trabajaba en la comisión del poder judicial de la Cámara de Representantes a cargo de la investigación del escándalo Watergate que llevó a la renuncia de Richard Nixon.
A lo largo de la entrevista de media hora, Rodham no se parece en nada a la esposa de un político. Ni tampoco actúa como tal. Se la ve con el cabello castaño y lleva un traje con falda a media pierna, botas altas y anteojos de marco grande.
La abogada nacida en Chicago y formada en Nueva Inglaterra responde a su entrevistador preguntas sobre sus decisiones de vida y profesión, en especial, la decisión de trabajar a tiempo completo como abogada en vez de atender a su esposo u organizar un sinfín de almuerzos para damas, y la decisión de seguir usando su apellido de soltera, Rodham. Luego de dos años y del fracaso de la candidatura a la reelección de su esposo, Bill Clinton, Hillary decide cambiar de rumbo.
“Realmente no encaja en la imagen de esposa del gobernador que creamos en Arkansas”, le dice el entrevistador. “No es nativa”, continúa. “Estudió en universidades liberales del este. Tiene menos de 40 años. No tiene hijos. No usa el apellido de su esposo. Ejerce como abogada”.
La línea de preguntas es acusatoria y es fácil imaginar a la Hillary Clinton de 2016 enfureciéndose con los comentarios y dando una respuesta oportuna. La Hillary Rodham de 1979, sin embargo, se deja avasallar con las preguntas.
“No tengo 40, pero, con suerte, esto se curará con los años”, dice, inmutable. “Ya llegaré. Todavía no tenemos hijos, pero queremos tenerlos, así es que también espero curarme de esto en algunos años. Esto no me preocupa y espero que tampoco preocupe a muchas personas”.
Aquí se ve a una Hillary Clinton deliciosamente áspera, no contaminada por la influencia de grupos de debate, encuestas dirigidas y asesores políticos que intentarán convertirla en una figura más interesante, primero en la carrera política de su esposo y luego en la suya propia
Son estos asesores quienes sin lugar a dudas convirtieron a Clinton en lo que se transformó esta semana: la primera mujer candidata a la presidencia de un partido importante de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos -o quizás a raíz de ellos-, la realidad subyacente sigue siendo que muchos votantes, incluyendo aquellos que, en teoría, deberían estar de su lado, mostraron un gran desagrado hacia Clinton durante la mayor parte de su carrera política.
Sobre el cierre de las primarias demócratas el mes pasado, aproximadamente tres quintas partes de los votantes de Estados Unidos tenían una opinión negativa de Clinton, según encuestas llevadas a cabo por el Wall Street Journal y NBC News. Lo mismo ocurría con un tercio de los votantes de su propio partido. Lo más inquietante para estas elecciones en particular es que Clinton se ha tenido que esforzar para lograr el apoyo de muchas mujeres liberales jóvenes (y algunas mujeres moderadas mayores) que deberían haber estado de su lado, especialmente en unas elecciones que se han transformado en una guerra entre sexos.
Clinton es una exsecretaria de Estado, senadora y primera dama que se postula como la primera mujer presidente de los Estados Unidos. Se enfrenta a Donald Trump, un hombre que nunca ocupó un cargo político, que dice que una mujer de pecho plano nunca puede ser un “10”, y que bromeó con acostarse con su propia hija.
En teoría, Clinton debería contar con el apoyo de la mayor parte de las votantes liberales o moderadas de Estados Unidos. En realidad, está luchando por obtenerlo. Las primeras encuestas sugieren que la diferencia de género, en verdad, está favoreciendo a Trump, ya que el apoyo de los hombres a Trump supera el apoyo de las mujeres a Clinton. Y las cifras actuales de Clinton entre las mujeres son peores que las que Bill Clinton obtuvo en su carrera presidencial de 1992 contra George HW Bush. Bill ganó el voto femenino por 17 puntos; Clinton lleva una ventaja de apenas 13 puntos entre las mujeres sobre Donald Trump, según una encuesta del Wall Street Journal/NBC.
“¿Qué pasó con la hermandad?” mi editor británico me preguntó hace poco. Sin embargo, para nadie que haya estado cubriendo el desempeño de Clinton durante las primarias del partido Demócrata la respuesta es clara: no se trata de la hermandad, sino de lahermana.
Los últimos seis meses, he visto a Clinton en actos de campaña a lo largo y lo ancho del país, de Colorado a Iowa, de New Hampshire a Florida.
Han habido algunos claros momentos culminantes: su discurso de victoria de abril luego de aplastar a Bernie Sanders en las primarias de Nueva York; su merecida victoria en Carolina del Sur, que sirvió como un recordatorio del gran apoyo que recibe de los afroamericanos.
Su discurso del martes en el que se reconoce ganadora de la nominación del partido Demócrata fue uno de los momentos de oratoria más memorables de su carrera, e hizo guiños a su movilizador discurso de 2008 cuando suspendió su campaña para obtener dicha nominación. “Si bien no logramos romper ese techo de cristal más alto y difícil, esta vez, gracias a ustedes, tiene alrededor de 18 millones de grietas”, le dijo a sus seguidores hace ocho años. “Y la luz brilla a través de él como nunca antes; esto nos llena de esperanza y nos deja la certeza de que la próxima vez el camino será un poco más sencillo”. Así -finalmente- lo demuestran las cosas hoy.
Sin embargo, las multitudes que asistieron a sus actos de campaña, en general, han sido tibias y sus discursos, genéricos, una realidad que se hace cada vez más evidente cuando se la analiza en paralelo con los actos del clásico showman político, Trump, o Sanders, que a pesar de su discurso bien elaborado sigue electrizando a sus seguidores.
A veces, Clinton parece luchar para lograr escapar de la jaula de timidez que ella misma construyó. Puede recitar de un tirón puntos de debate y aspectos principales de su currículum, pero rara vez comparte historias de sus propios desafíos y luchas personales, que podrían hacerla más identificable o accesible. Sus eslóganes de campaña -por ejemplo, “Estoy con ella” y “Derribar barreras”- parecen suaves y prudentes, una metáfora desafortunada para su campaña en las primarias.
Si la Clinton de 1979 aún existe, parece haber quedado enterrada debajo de una capa de pruebas de consultoras y encuestas dirigidas que tiene el propósito de hacerla parecer más interesante al votante medio, pero que la ha distanciado de muchas mujeres jóvenes que sienten que no la conocen. El encuestador demócrata Peter Hart considera que el principal problema que enfrenta con los votantes no es un techo de cristal, sino una “cortina de cristal”.
“Muchos [votantes] sienten que pueden verla y escucharla, pero no creen que pueden identificarse con ella o llegar a ella. Para ellos, Clinton es remota y distante”, concluyó Hart luego de realizar un grupo de debate con votantes de Ohio el año pasado. “Existe un abismo en cuanto a si esto se debe a su voz, modo, actitud o lenguaje”.
Entre mis propios pares liberales de siempre, el apoyo a Clinton muchas veces se parece a algo que me gusta llamar la coalición de los reacios. Amigas ambiciosas e inteligentes dicen que sueñan con ver una mujer presidente y se horrorizan ante los ataques sexistas a la campaña de Clinton. Sin embargo, durante la mayor parte de las primarias demócratas, apenas mostraron algo más que indiferencia hacia su candidatura.
Entre las mujeres de la generación de mi madre, la actitud hacia Hillary llega a ser incluso más mordaz, e incluir críticas que difícilmente se hiciesen si Hillary fuese varón. Una mujer -encomiada académica y contemporánea de Clinton- sostiene, medio en broma, que nunca podría votar a alguien que use trajes de color champán.
Otra joven, abogada, confiesa que le preocupa que su aversión a Clinton se haya configurado, en cierta forma, a partir de los gestos y la apariencia de Hillary, o por el sexismo arraigado en la sociedad. Y preguntó: “¿me desagrada tanto porque internalicé la aversión de la sociedad a las mujeres poderosas a tal punto que a mí, una mujer relativamente poderosa, me repele su comportamiento?”
Si bien podría parecer inevitable que la primera candidata presidencial mujer viable haya tenido que manejar las críticas a su apariencia, presentación y gestos -un síndrome común en las mujeres políticas de todo el mundo-, Hillary tuvo que enfrentar un desafío especialmente difícil a raíz de sus largos años en la mira de la opinión pública, a la sombra de su marido.
Si Barack Obama, que era un actor relativamente nuevo en la escena nacional en el momento de las elecciones de 2008, simbolizaba una hoja en blanco donde habrían de plasmarse las aspiraciones asociadas con la elección del primer presidente negro del país, Clinton tiene una relación mucho más complicada con su “primer” papel.
Como la mayoría de las primeras mujeres miembros del Congreso de Estados Unidos que asumieron cargos tras la muerte de sus maridos congresistas, la carrera política de Clinton, para bien o para mal, está inexorablemente unida a la de su cónyuge.
El hecho de que saltase a la popularidad mientras ocupaba un cargo público tras la decisión de permanecer con su marido a pesar de las infidelidades y el juicio político al que fue sometido contribuyó a la idea de algunas mujeres jóvenes de que Hillary permaneció a su lado, en gran medida, para favorecer su propio desarrollo personal. Según Danielle Allen, profesora y teórica política de la Universidad de Harvard, a las mujeres del nuevo milenio -que hoy van a la universidad en mayor número que sus pares varones, superan a éstos en la escuela y ven apenas una pequeña brecha salarial durante la primera década en el trabajo-, los compromisos que Clinton asumió les resultan más difíciles de entender que a las mujeres que efectivamente vivieron durante esa época. Y agrega: “Hubieron necesidades políticas y sociales [que jugaron un papel significativo] en los años ochenta y noventa que hacen que las mujeres [que son sus contemporáneas] simpaticen con Clinton”. Para las mujeres más jóvenes, añade, las razones por las que Hillary se quedó con su marido parecen “oscuras”.
También hay un consenso cada vez mayor entre las votantes femeninas -de hecho, según el Centro de Investigación Pew, las tres cuartas partes- en que solo verán a una mujer presidente en toda su vida. Frente a tal certeza, ¿por qué conformarse con la equivocada?
Según Dan Cox, directora de investigación del Public Religion Research Institute, que ha estudiado el tema, “para muchas mujeres, creo que Clinton no representa la única y ni siquiera la mejor oportunidad para elegir a una presidente de sexo femenino”. “Creo Bernie Sanders fue mucho más eficaz en lograr hacer entender a muchas mujeres jóvenes que el sistema está manipulado… Me refiero a esta idea de que vas a la universidad y, si te esfuerzas, consigues un trabajo, que tanto éxito tuvo entre las mujeres jóvenes”.
A principios de este año, Madeleine Albright, exsecretaria de Estado, declaró que había “un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan entre sí” durante la campaña a favor del candidato presidencial demócrata. Pero a mujeres jóvenes como Julia Sharpe-Levine, de 24 años, seguidora de Sanders y feminista de Nueva York, tales argumentos de la segunda ola les parecen anticuados. Me comenta que ella, así como muchas de sus amigas, se vieron influidas por el aumento de la interseccionalidad, una nueva camada del feminismo que tiene en cuenta la función superpuesta que la clase, la raza y la sexualidad desempeñan sobre el tratamiento que se da a la mujer en la sociedad.
Clinton ha defendido públicamente la interseccionalidad, pero en el camino debió enfrentar acusaciones de oportunismo. Sharpe-Levine me pregunta: “¿Mejorarán las cosas [durante el mandato de Clinton] para las mujeres que enfrentan múltiples desventajas por causa del racismo, la xenofobia y el clasismo? No creo… Las cosas quizá mejoren para la clase blanca privilegiada. Creo que hay muchos asuntos que creemos que constituyen las cuestiones de fondo del feminismo que benefician de manera desproporcionada a las mujeres blancas”.
Si bien hay una postura según la cual la propia cortina de cristal aparente de Clinton está arraigada en el sexismo, la postura opuesta es que es la propia Clinton quien la erigió como un mecanismo de defensa después de años de escándalos, acusaciones y escrutinio de la prensa, pero también como una manera de recibir mejor aceptación por parte del electorado más amplio.
EL CRONISTA