El viejo encanto de La Habana

El viejo encanto de La Habana

Como destino turístico, La Habana atravesó tres etapas bien diferenciadas entre sí. Antes del triunfo de la revolución cubana de 1959, el turismo era una de las principales actividades económicas de Cuba, detrás de la producción de azúcar y del tabaco. La capital cubana era el lugar más convocante del Caribe, especialmente para los estadounidenses, quienes buscaban evadir las restricciones impuestas por la “ley seca” vigente en su país. La segunda fase comenzó con el deterioro de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos y la imposición del embargo comercial contra la Isla en 1961. En consecuencia, el turismo experimentó una caída drástica y no se recuperó hasta los ’80. La tercera etapa, que llega hasta nuestros días, comenzó en 1982, cuando el gobierno cubano aprobó un decreto sobre la inversión extranjera que abrió varios sectores, incluido el del turismo, al capital foráneo. A fines de la década del ’80, la Isla ya había triplicado la cantidad anual de visitantes, y hoy es uno de los destinos más famosos del mundo.
Actualmente, en la capital cubana conviven elegantes construcciones restauradas de los siglos XVIII y XIX, con casas que milagrosamente continúan en pie. Ese contraste permanente (entre la vanguardia y la tradición, entre la historia y el presente internacional, entre sus hoteles de lujo y los museos de la revolución) es la clave que encanta a todos los visitantes. Por eso, para comenzar a conocer esta ciudad, es imprescindible recorrer La Habana Vieja, su barrio más antiguo. Allí se levantan decenas de edificios de distintos estilos arquitectónicos: construcciones coloniales, otras con un estilo que remite a la belle epoque estadounidense, y algunos más modernos, que no terminan de encajar. Es fundamental visitar la Catedral de San Cristóbal, una construcción de estilo barroco que data de 1832 y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Además del valor patrimonial y cultural de esta zona, sus calles ofrecen restaurantes de cocina cubana, museos y librerías para todos los gustos.
La-Habana

Un recorrido clásico
Para los aficionados a la historia, el sitio más importante es la Plaza de la Revolución que, con 72.000 metros cuadrados, constituye una de las plazas públicas más grandes del mundo. Si bien fue creada durante la presidencia de Fulgencio Batista bajo el nombre de Plaza Cívica, a fines de los 50′ pasó a ser un ícono de la revolución. Allí se encuentra el Monumento a José Martí y el Ministerio del Interior con la reconocida imagen de Ernesto “Che” Guevara en un relieve escultórico, obra de Enrique Ávila. En 2009 se inauguró otra obra del mismo artista en homenaje a Camilo Cienfuegos, héroe revolucionario. Otra alternativa es visitar el Museo de la Revolución, emplazado en el Antiguo Palacio Presidencial. Creado en 1974, reúne en sus más de 30 salas unas 9.000 piezas de distintas etapas de la lucha independentista.
Otro de los lugares para conocer la identidad de La Habana es el Malecón, que se extiende sobre ocho kilómetros de su costa norte. Más allá de las postales que este paseo regala, toda la vida social de la capital cubana pasa por aquí. Los sábados a la noche hay músicos tocando en vivo y las parejas se entregan al baile, un espectáculo digno de ver. Caminando por el Malecón, a dos kilómetros de La Habana vieja, se encuentra El Vedado, la parte más moderna de la ciudad, que alcanzó su esplendor en las décadas del ’40 y ’50. Allí se encuentran los edificios más altos, rodeados de extensas áreas verdes y buena parte de la vida cultural. En El Vedado vale la pena visitar el Hotel Nacional de Cuba, que no es únicamente un alojamiento cinco estrellas, sino también un vivo reflejo de la historia del país. Fue inaugurado en 1930 y aún hoy mantiene la elegancia de aquellos años de esplendor. Además, en el bar se puede disfrutar uno de los mojitos más ricos de la ciudad.
Si de mojitos y de platos cubanos se trata, hay que pasar por La Bodeguita del Medio, inmortalizada en las obras del escritor Ernest Hemingway por la calidad de sus tragos típicos. Es un bar y restaurante en el que se pueden degustar abundantes platos cubanos, como moros y cristianos (arroz con porotos negros) y ropa vieja (un guisado de carne). Otro de los salones más famosos de la ciudad es El Floridita, la cuna del daikiri. Más allá de sus bebidas, otro de sus atractivos es una estatua de un Hemingway acodado, como en el pasado, en el extremo de la barra.
Con su historia tan particular y una identidad tan marcada en sus calles, músicas y sabores, La Habana es un destino que hay que conocer.
EL CRONISTA