09 Jun Cuestión de la familia. Después de la hija, llega la cuñada de Esther Tusquets
Por Matías Néspolo
BARCELONA.-Emma es una legendaria editora septuagenaria de fuerte carácter que llega en silla de ruedas, empujada por dos criadas latinoamericanas, junto a su perra labrador, a la casa de su hermano Héctor, en los señoriales barrios altos de Barcelona, para soltarle a quemarropa: “Como podrás imaginar, he venido aquí a morir”. A quien también encuentra allí es a su joven cuñada Clara, que tiene casi la misma edad que su propia hija, Ginebra, y que justamente no pasa por un buen momento matrimonial. Algo que su visita viene a agravar.
Así comienza Corazón amarillo sangre azul (Tusquets), la segunda novela de una fotógrafa y diseñadora catalana llamada Eva Blanch (1968). Una obra bastante lograda, de sabor agridulce, entre tierna y desgarradora, sobre la breve pero intensa relación entre esas dos mujeres que parecen no tener nada en común: la anciana editora ya muy enferma y la joven cuñada. Un vínculo cimentado en la admiración de la segunda que, entre episodios de demencia y lucidez, se transformará a medida que la salud de la primera se deteriora hacia un irremediable final.
Y eso sería todo, si no fuera porque el tono confesional de la novela presupone algo más. Y porque los personajes, que van etiquetados como si de meras funciones narrativas se tratara (la editora, el hermano, la hija, la cuñada) son perfectamente reconocibles. “Quería escribir una novela que fuese como una obra de teatro, porque ese tono me permitía tomar distancia, pero no funcionó. El resultado era demasiado objetivo. La historia necesitaba una mayor implicación”, confiesa la autora.
En el texto, las identidades son obvias: el hermano es Óscar Tusquets, quien junto a su primera mujer, Beatriz de Moura, fundó la editorial homónima en los años 60; la hija, Ginebra, es la escritora Milena Busquets, y la omnipresente Emma en su lecho de muerte no es otra que la legendaria editora Esther Tusquets, fundadora de Lumen e intelectual clave de esa avanzadilla cultural barcelonesa en el final del franquismo a la Transición conocida como Gauche Divine, fallecida en 2012.
Por supuesto, la joven cuñada es la propia autora. “Yo soy Clara”, reconoce Blanch. “Pero a mí no me ha pasado exactamente lo que al personaje”, matiza. “En el plano emocional todo es cien por ciento real, pero en los hechos y escenas narradas para dar cuenta de ese sentimiento, hay mucha invención”, advierte, como si su sinceridad narrativa estuviera cuestionada. Y no es ése el motivo de la controversia, sino más bien la conveniencia o no de llevar a la ficción los últimos días de la mítica editora y su deterioro físico y mental, con la indiscreción o delicada vulneración de la intimidad que supone semejante ejercicio literario.
Empeora aún más las cosas que Corazón amarillo sangre azul llega exactamente un año después del éxito de También esto pasará (Anagrama), la breve e intensa novela de Milena Busquest, hija de Esther Tusquets, que se ocupa de una forma mucho más decorosa del tema del luto y las dificultades de superar la ausencia de una madre con semejante personalidad. Novela cuyos derechos de traducción se han vendido a 33 idiomas y de la que el realizador Daniel Burman comenzará a rodar este año la película en Cadaqués. Pero Blanch, la cuñada, asegura no haber leído la novela de la hija hasta no acabar la suya para que no “interfiriera” en su redacción. Redacción que “fue un proceso largo y doloroso, con muchas crisis”. Más aún: Blanch prefiere no hacer comentarios sobre el libro de Milena. “Cuanto menos hablemos de este tema mejor, porque planea una sombra de oportunismo que me horroriza”, dice.
En cualquier caso, Blanch describe como “homenaje” el retrato final que ofrece de la editora, “que era una enferma difícil de cuidar”, y se excusa por anticipado de la dureza de ciertos pasajes en los que niega que se tratara de demencia senil. “En la novela, el psiquiatra dice que está cuerda, que sólo es una pataleta porque no soporta lo que le pasa. Quizá también hubo alucinaciones -concede-, pero por la medicación mal dosificada”. Y agrega: “Esther era una persona caótica a la que no le interesaban los métodos ni los convencionalismos”. En suma, “una personalidad fascinante -completa- que tenía sus luces y sombras, porque toda ella era literatura, por dentro y por fuera”.
Quienes no han quedado muy conformes con su homenaje literario es parte de la familia directa. Sin ir más lejos, la propia Milena Busquets, que no ha leído la novela de Blanch ni piensa hacerlo -“para no enfadarme más”, dice-, porque con lo que le ha contado su hermano o los amigos de su madre le basta. El reparo que tiene la hija de la editora es doble. “Me sorprendió que la escribiera porque trató a mi madre sólo los dos últimos meses. Hay que escribir desde la pasión, desde una implicación muy grande y ella no la tenía”, señala. Y por otro lado, el delicado tema de “la degradación” es lo que más irrita a Busquets. “La cercanía de la muerte te hace perder la dignidad. Tienes que ser Philip Roth para poder narrar esto, o Simone de Beauvoir, que escribió un libro brutal sobre el final de su madre”, opina. “Yo conozco mis limitaciones y por eso me ocupo de una historia de amor entre madre e hija y de cosas más ligeras”, concluye. La última palabra sobre qué abordaje ficcional le conviene más a la mítica editora la tendrá el lector.
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