Sergio Hernández: “A Manu no le vamos a poner la capa de Superman ni pedirle 25 puntos”

Sergio Hernández: “A Manu no le vamos a poner la capa de Superman ni pedirle 25 puntos”

Por Diego Morini y Juan Manuel Trenado
Si ve algo desordenado, hace alguna mueca porque el lugar no está exactamente como le hubiera gustado. Pero Sergio Hernández se ocupa rápidamente y como buen anfitrión pregunta: “¿Están bien?, ¿quieren algo?, ¿cómo viajaron?”. Por cómo se comporta, es necesario aclarar que no está en su casa, aunque eso es Peñarol para él. No porque haya nacido allí -es de Bahía Blanca-, sino porque los 7 títulos locales y los 4 internacionales que consiguió le dieron sentido de pertenencia, además del cariño de la gente. El quincho en el último piso del club es el lugar elegido para la charla.
Está cansado, pero no lo usa de excusa. Su doble tarea como entrenador de la selección y de Peñarol lo desborda a veces: pensar en básquet, trabajar con el básquet, responder de básquet. Reconoce que puede ser agotador, pero asume la responsabilidad y es amplio para cada explicación. Tal vez tenga que esforzarse, pero no suena impostado. “Tengo que ser siempre todo lo sincero que debo. Soy conductor de grupos y me manejo de esa manera. Voy con la verdad porque entiendo que puedo lograr cosas mejor en el otro”, dice.
Y no duda si tiene que decir que se avergüenza por no haber entendido, en su primera experiencia olímpica, en 2008, lo que implicaba vivir en la Villa (“Estaba molesto porque demorábamos mucho en el ingreso sin saber lo que iba a vivir, fui un idiota”) y luce sólido cuando argumenta porqué descree de la modernidad que vende planificación y poca acción. “La inteligencia no está en el saber sino en el hacer. Se lo digo siempre a los jugadores. Todos dicen lo que habría que hacer, pero no le dan bola al único secreto, que es la ejecución”.
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-Dos jugadores determinantes como Ginóbili o Prigioni definieron sus posiciones antes que otros años. Eso debe facilitar tu trabajo.
-Fueron noticias diferentes. La de Manu, para celebrar. Manu es de los mejores de la historia de la Argentina. Sería chiquito decir si yo estoy contento. El país está contento. Y está contento él. Lo aprecio y admiro mucho. Lo conozco desde pequeño y me cuesta verlo como el Manu Ginóbili que los demás ven porque lo tuve a ‘upa’. Lo de Pablo. Estudia cada paso a dar, su vida es como dentro de una cancha. Ve los huecos y elige qué hacer… (piensa y refuerza su concepto con una anécdota). En el Premundial de Puerto Rico jugó los dos primeros partidos y la cosa no estaba bien. Pablo me dice: “Estoy jugando mal, pero las cosas van a cambiar. Acá me pasa que veo demasiadas opciones, puedo ver un pase, una penetración, una cortina y eso me desenfoca. En la Euroliga tengo una sola opción y la tengo que aprovechar. Me ayuda porque me enfoco. Mañana voy a aprovechar la primera oportunidad que vea”. Y así fue. Una vez más fue el mayor asistidor de un torneo y la rompió toda. Su vida es así. Se para y estudia. Vio que era un momento de dar un paso al costado y terminó su ciclo. Puede haber entendido que podían prescindir de él. Si él hubiera sentido que el equipo dependía de su juego, hubiera participado, porque para Pablo la selección es sagrada.
-Con muchos buenos bases, ¿su salida te simplificó el trabajo?
-No se trata de que sea más fácil o más difícil. Es una determinación de él y no puedo sacar conjeturas. Pablo fue uno de los jugadores que más disfruté. Fiel, generoso, entrenador de la cancha, me daba seguridad tenerlo. Más allá de la tremenda carrera que están haciendo Campazzo y Laprovittola y otros más también, lo voy a extrañar. No es momento para que uno diga si el equipo era mejor con Pablo o no. Se gastaría energía.
-¿Les pediste a Manu y a Pablo que adelantasen la determinación?
-Fue una decisión de ellos, llevan muchos años en esto. Saben que para el entrenador, para la CABB, para el resto de los jugadores, es importante saber qué van a hacer. También porque conocen que los periodistas empiezan a volverlos locos. Ellos necesitan limpiar su mente de esa situación para centrarse en el trabajo de todos los días.
-Hace 4 años que Manu no juega con la selección. Él puede adaptarse a cualquier sistema, pero ¿vas a tener que trabajar para que el equipo se adapte a él?
-Todos los equipos se apoyan en las cualidades individuales de sus jugadores. Pero no vamos a ponerle la capa de Superman a Manu, ni pedirle que haga 25 puntos y tome 10 rebotes, porque no está para eso. No lo hizo casi nunca en la selección. Lo que logra con su presencia es hacer mejores a los demás. Atrae la atención defensiva y genera espacios para el gol de un compañero, suma con la pelota en la mano y también sin ella, ayuda con su tiro o con su mano a mano. No tiene una función específica. Le gusta más formar parte de un todo a que el todo dependa de él. Te hace mejor sin pedir demasiadas condiciones. No hay que adaptarse a Manu como tampoco hay que ser necio: ahí hay un jugador diferente.
-Quizá es una locura pensarlo, pero teniendo en cuenta su rol en los Spurs, ¿podría ser suplente en el seleccionado?
-A la distancia no creo que vaya a arrancar de suplente. Estaba mirando un documental sobre Jordan y en un fragmento del video, muestran el regreso al básquetbol de Jordan. Entonces, Steve Kerr recuerda que en una charla con el general manager, él le pregunta si pensaba que Jordan iba a ser titular. En la edición van con la imagen a la estatua de Jordan que está en la puerta del estadio de los Bulls, y en off se escucha que Kerr recuerda que el manager general le responde: “Mirá, generalmente aquel que tiene una estatua en la puerta de un estadio es titular”. No me imagino que Manu pueda ser suplente. Pero tantas cosas pensé que no iba a hacer . En México usé 8 formaciones titulares diferentes, pero es cierto que siempre estuvieron Scola y Nocioni.
-¿Podría sentirse incómodo por algo así?
-Los nombres importantes de la selección hacen que todo gire en torno de ellos. La gente, incluso, puede tener la sensación de que todo lo decide Manu. Y es subestimar a Manu y en algún punto a mí. Porque alguno puede pensar que si Manu no quiere ser suplente el entrenador no puede ponerlo en esa situación. Y sí lo puede hacer. Existen los Ginóbili o los Scola, porque existen otras cosas. La selección ha tenido entrenadores con personalidad. Existieron momentos en los que Manu quería estar adentro de la cancha y, sin embargo, ha quedado afuera. Lo que ha conseguido el básquetbol argentino va más allá de Ginóbili, de Oberto o de Scola. Va desde mucho más atrás. Hay demasiados actores que no salen en la foto. Poner todo el básquetbol argentino en la Generación Dorada, es equivocado. Se dieron muchas cosas para que exista esto. Ginóbili y Scola son tremendos responsables, pero ni a ellos les gusta que los pongan en ese lugar.
-¿Sentís que hay alguna injusticia en el trato?
-No digo eso. Es que son muchos los que están detrás. Me ha tocado clasificarme a torneos con menos de la mitad de los titulares. Poco se acuerdan de las cosas que hizo el Yacaré Kammerichs, Matías Sandes, Dani Farabello, Paolo Quinteros, el Gringo Pelussi, Leo Gutiérrez.
-Vas a dirigir otros Juegos Olímpicos con Ginóbili y Scola, ¿lo imaginabas?
-Nunca me puse a repasar cosas, quizá uno se asusta. A veces mis hijos me lo dicen, y no es tan fácil conseguir algo así de los hijos, porque suelen ser más críticos. Me preguntan si soy consciente de lo que me tocó vivir. No hay tiempo para eso. Las obligaciones por ganar están en primer lugar. Acá, en Peñarol, también me exigen ganar. Puedo estar una noche sin dormir porque perdí un partido de la Liga. El día que Manu me avisa que iba a los Juegos, todos querían hablar conmigo. Como con Manu no pueden hablar, el segundo en la lista soy yo. No les atendí el teléfono porque esa noche jugaba con San Martín de Corrientes. Sé que hubo algunos periodistas que no me entendieron, pero mi obligación era estar concentrado en ganar por la Liga. No hay espacio para relajarse. Uno es un animal competitivo.
-¿Tiene que ver con un deseo por superarte?
-Puede ser. Pero lo que cuenta es cómo uno hace las cosas. Porque cuando uno tiene la posibilidad de encontrar en su profesión todo lo que lo completa, hay gente que dice que uno es un afortunado y esa es una parte de la verdad. Pero cuando las cosas no salen bien, es tremendamente duro sobrellevarlo. Esta profesión tiene una gran carga emocional y no es fría como un negocio. Por eso un mal paso pega directo al orgullo. El competidor activo está más pendiente de lo que viene de lo que pasó. Cuando termine la liga, me meto de pleno en la selección.
LA NACION