La lucha contra las drogas divide al mundo

La lucha contra las drogas divide al mundo

Por John Paul Rathbone, Geoff Dyer y Jude Webber
A principios del año pasado, ocho presos provenientes de Brasil, Australia y Nigeria fueron transportados a un campo de una pequeña isla frente a la costa de Java para ser fusilados.
Fueron asesinados pese a los pedidos de clemencia por parte de los líderes de Brasil y Australia -dos países que se oponen a la pena de muerte-, los cuales Indonesia ignoró por completo. Joko Widodo, el presidente indonesio, quería demostrar su firmeza en “la guerra contra las drogas”.
El incidente es un ejemplo de las opiniones cada vez más divergentes acerca del comercio de drogas ilegales, estimado en u$s 380.000 millones al año, cuyas diferencias se discutirán durante una asamblea general especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York.
“Existe un creciente disenso global sobre la política contra de las drogas”, indicó Vanda Felbab-Brown de la Brookings Institution.
Estados Unidos -antes uno de los principales defensores de la aplicación de leyes rigurosas- ha suavizado su posición a raíz de una epidemia de la adicción al opio entre los estadounidenses de clase media, y de la legalización de la marihuana en algunos estados.
Asumiendo el papel de policías regionales se encuentran los países del Este de Asia, como China, y también Rusia, que incluso pidió que el Consejo de Seguridad de la ONU tenga facultades significativamente mayores para combatir el tráfico de drogas.
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Viktor Ivanov, jefe de la agencia de control de drogas de Rusia, expresó el mes pasado: “Es necesario utilizar con los narcotraficantes las mismas medidas que estamos aplicando a los líderes de las organizaciones terroristas”. La intensidad de sus comentarios llevó a algunos diplomáticos a especular con que Rusia podría ofrecer apoyo a los servicios de seguridad latinoamericanos si EE.UU. retirara su ayuda financiera.
La asamblea especial de la ONU contra las drogas, que originalmente se iba a llevar a cabo en 2019, ha sido adelantada a petición de México, Colombia y Guatemala, tres países latinoamericanos devastados por las drogas. La última asamblea, en 1998, concluyó con la declaración categórica: “Un mundo libre de drogas: podemos hacerlo”.
La mayoría de los analistas coinciden en que la estrategia ha fracasado. Tanto la demanda como lo oferta han aumentado, mientras que las medidas para exigir el cumplimiento de las leyes cuestan u$s 100.000 millones al año -aproximadamente la misma cantidad que los flujos de ayuda globales – pero con pocos resultados. Afganistán produce casi el 90% de la heroína del mundo, a pesar de las repetidas ocupaciones militares.
Mientras tanto, cerca de 100.000 mexicanos fallecieron entre 2006 y 2015 a causa de la violencia relacionada con el crimen organizado, y hay “ninguna evidencia de que la cantidad de droga que ingresa en el mercado nacional estadounidense haya disminuido en lo más mínimo”, comentó el ex presidente de México Ernesto Zedillo. Por su parte, la tasa de homicidios en Honduras es de 84 homicidios por cada 100.000 personas por año, que se contrasta con 3,8 en EE.UU. y con 0,8 en España.
Una consecuencia directa de esta matanza, se empezó a pedir que se le quite el negocio al crimen organizado estipulando ventas reguladas por el Estado.
Latinoamérica encabeza este debate; Uruguay, por ejemplo, legalizó la marihuana en 2013. Sin embargo, goza de poca relevancia mundial, salvo en EE.UU. en donde hay un creciente electorado -respaldado cada vez más por el sector empresario- que está a favor de la legalización del cannabis.
“Asia oriental tal vez tenga tanto tráfico de drogas como Latinoamérica, pero es mucho menos violento. Así es que allí simplemente no existe un impulso para implementar reformas”, declaró Felbab-Brown. “Además, desde las guerras del opio del siglo XIX, la dependencia de las drogas se ha considerado una debilidad moral”.
Europa se ubica en un punto medio, mientras que la posición de Rusia se entrelaza con un relato nacionalista por parte del presidente Vladimir Putin, que proyecta la reforma en materia de drogas como un ejemplo de la decadencia occidental.
En cuanto a Medio Oriente, la región “no tiene un problema de consumo de drogas significativo, a excepción de la heroína en Irán y Afganistán”, declaró Alejandro Hope, un ex director de la agencia de inteligencia de México y actualmente editor de asuntos de seguridad en eldailypost.com. “Eso, más un conservadurismo cultural innato, tal como la prohibición de las bebidas alcohólicas, significa que el debate no ha tomado ritmo”.
El resultado de la cumbre de la ONU esta semana, basada en un documento llamado “borrador cero”, será una resolución “engañosa” que ocultará varios temas, incluyendo la legalización del cannabis.
Si eso realmente importa es otra cuestión. “A estas alturas es evidente que los tratados internacionales que rigen el control de las drogas no se modificarán pronto de manera significativa”, comentó Hope “y, de todos modos, numerosos países continuarán incumpliéndolos”.
En Latinoamérica, puede que el énfasis también esté cambiando. A pesar de que México solicitó la reunión, el presidente Enrique Peña Nieto, que se opone a la legalización de las drogas, sólo decidió asistir a último momento.
“La pregunta sin responder es por qué ha persistido en Asia, donde el Estado sigue siendo fuerte y la violencia mínima, pero se ha derrumbado en Latinoamérica, a pesar de la existencia de redes de tráfico de drogas en ambos”, dijo Felbab-Brown.
En cuanto a EE.UU., la posición oficial ha sido fomentar la “flexibilidad”, lo cual le permitiría al gobierno federal evitar interferir en los experimentos relacionados con la marihuana a nivel estatal pero impediría una discusión más amplia sobre la legalización.
La primera prueba de este nuevo enfoque será cuando este año California vote a favor o en contra de legalizar el cannabis, una decisión que resonará en el vecino México, donde el contrabando de marihuana representa una tercera parte de ingresos anuales (estimados en u$s 6.000 millones) que generan las pandillas de narcotraficantes locales.
EL CRONISTA