Antropología Filosófica

Antropología Filosófica

Hans Blumenberg, autor de "La descripción del ser humano"

Por Gustavo Santiago
Hans Blumenberg ha sido considerado uno de los principales filósofos alemanes de posguerra. Es que, si bien nació en 1920, concluyó su formación académica y desarrolló su labor intelectual entre 1946 y 1996, año de su muerte. Se dice que no era una persona demasiado sociable, que sus alumnos -fue profesor universitario en Kiel, Hamburgo, Giessen, Bochum y Münter- le tenían más temor que aprecio y que, a pesar de la extrema prolijidad con que desarrollaba sus clases, eran escasos los miembros de su auditorio que lograban comprender lo que decía. Quizás haya sido esa sensación de ser incomprendido -o, peor, desatendido- lo que lo llevó a abstenerse de publicar extensos materiales que había ido puliendo a lo largo de su carrera.
Descripción del ser humano es, precisamente, resultado de una selección de esos textos póstumos. Son trabajos que cubren una zona que en los libros publicados había sido esbozada pero no desarrollada con la debida atención: la antropología filosófica. El desafío que afronta Blumenberg es la construcción de una antropología de corte fenomenológico. Para ello debe transgredir la explícita negativa de Husserl de incluir al hombre como objeto al alcance de los procedimientos fenomenológicos y, al mismo tiempo, vencer al otro representante de la filosofía que intentó una empresa semejante: Heidegger. La doctrina del Dasein , aun sin que su autor lo admitiera, puede ser concebida como una antropología fenomenológica.
Blumenberg toma una pregunta tan simple como aparentemente inabarcable: “¿Qué es el ser humano?”. En primer lugar, analiza -y descarta- numerosas definiciones. Desde la clásica aristotélica, “animal racional”, hasta otras más novedosas: “El ser humano es un animal que hace trampas” (Edgar Allan Poe); “Es un ser que busca consuelo” (Georg Simmel); “Es el ser con temor al contacto” (Elias Canetti); “Los seres humanos son una especie simia enferma de megalomanía” (Hans Vaihinger). Remontándose al origen del hombre, al momento del “pasaje” del simio al hombre, Blumenberg dirá que aquello que lo constituyó como tal fue su postura erecta. Pero no, como es habitual sostener, por la liberación de las manos, sino por la posibilidad de ver y ser visto que dicha postura generó. La “visibilidad” fue lo que dio lugar a la capacidad de reflexionar porque el hombre “se vio”, como en un reflejo, al ver a los otros y saberse visto por ellos: “La reflexión no es un producto cultural puro. Tiene un estadio previo antropológico en la función elemental de autoconservación de lo reflexivo en la óptica pasiva”.
Mención aparte merece el trabajo de Manfred Sommer, el editor, quien optó por llevar a cabo una suerte de montaje de los diversos manuscritos. Esta compleja operación, que seguramente sería cuestionable si fuera realizada con textos del común de los autores, en el caso de Blumenberg puede haber resultado un acierto. Porque es tal la coherencia que se encuentra al pasar de un capítulo a otro que cuesta creer que no haya sido el propio autor quien le dio unidad al trabajo.
LA NACION