“Yo tenía que darles un hogar”

“Yo tenía que darles un hogar”

Por Mariana Perel
Nancy Uguet (50) se presenta y dice: “No creé el Refugio Uguet Mondaca por una experiencia mía traumática, al contrario, fue el amor de mi madre que me dio tanto que no pude más que seguir su ejemplo. Además, nunca aguanté las injusticias”.
Su infancia fue de las felices, en el barrio de Caballito. “Aunque era otra época, los chicos desconocían sus derechos. Yo, sin saber, me daba cuenta de lo que estaba bien o mal. Una vez, un nene me dijo: “No te pego porque sos mujer”. Le pedí a mamá que me cortara el pelo. ‘Quiero pelear con él’, le dije. Ella se reía. Mis padres me aceptaban e incluso fomentaban mi forma de ser.” Reconoce a su maternidad temprana como su primera y gran rebeldía. “Yo estaba feliz por ser madre, aunque fuera soltera”. Tenía 19 años, vivía con su familia. Trabajaba como administrativa. “No duraba. Veía injusticias y renunciaba”. Después se casó, Nancy, tuvo otra hija. Se separó, vuelve a sonreír: “A él tampoco lo aguanté”.
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Todo empezó hace 15 años. Nancy vivía en Temperley con sus dos hijos. Escuchaba los gritos del vecino insultando a su mujer, diariamente. Una noche, el hijo mayor la despertó asustado, creyó que la mataba. Se escuchó un “¡Basta, a la nena no!”; después el golpe y el llanto. Entonces Nancy saltó el muro y entró a la casa. “El hombre se quedó sorprendido al verme. Agarré a la nena, a la mujer, y salimos las tres”. La acompañó a hacer la denuncia policial, ella se fue con sus padres. Después, casi naturalmente, Nancy, por pedido de sus hijos, comenzó a socorrer a los compañeros del colegio. Chicos que quedaban en la calle por imposición del nuevo novio de la mamá, por ejemplo. En esos casos, llamaba a la madre quien solía ceder la tenencia del hijo sin reparos. Pero no era sencillo, Nancy tuvo que aprender cuestiones legales. Supo del sistema de guardas: familias sustitutas que cuidan niños en situación de conflicto o abandono. Habilitada como guarda, Nancy, se fue haciendo cargo de las víctimas que seguían llegando. Aprendió a contenerlos, les enseñó solidaridad: “Dar, eso llena”. Consiguió que un negocio le diera facturas y leche para que, los niños que cuidaba en casa, se los dieran a otros que llegaban a la estación de tren de Temperley desde zonas muy carenciadas. “No entendían porqué debían alimentarlos, pero al escucharlos decir: ‘Vos tenés suerte, porque para mí esta es la única comida del día’, valoraban lo que tenían”.
A veces, los pequeños que Nancy cuidaba volvían con sus padres, otras no. Crió a un varoncito hasta los 18. ¿El desapego? “Lo más difícil, pero ya dejé de llorar. Entiendo que se quedan conmigo hasta que pueden seguir con sus vidas”. Aunque la visitan, siempre. Sus hijos la llaman abuela.
Al pedido de sus hijos se sumó al grito de auxilio de mujeres que sufrían maltrato. Uguet les aconsejaba que denunciaran, pero ellas se resistían porque después, al volver a casa, sería peor. Entonces, Nancy las invitaba a la suya, en Burzaco. Así nació El refugio para mujeres y niños, en el 2003: “Tenía que darles un hogar”. Lo básico: tres cuartos, cocina, un patio. Mucho amor. “Es duro. La mujer se va dejándolo todo. Han llegado descalzas, no sólo lastimadas”. Nancy cuenta que lleva mucho tiempo y coraje salir del sometimiento. El límite es cuando tocan a sus hijos. “Los maridos las amenazan con quitárselos si dejan el hogar. Eso no es posible, les informo. Las cosas que aguantan las mujeres por no saber es tremendo. Lo peor es que naturalizan la violencia. Las violan delante de sus chicos. Ellas callan”. Algunas se escapan con los hijos que alcanzan a llevar. Ya instaladas en el refugio se arma un operativo para rescatar a los que dejaron. Parte del proceso es acompañarlas a la comisaría para hacer la denuncia.

El arte de la contención
“Antes no existía la comisaría de la mujer, era mucho más difícil”. De tanto ir a la comisaría, Nancy y su refugio, se hicieron conocer. Uguet destaca la colaboración de Carina Moyano, titular de la Comisaría de la Mujer de Almirante Brown desde hace dos años. Con ella se estableció la siguiente dinámica: las mujeres denuncian, las agentes preguntan si su vida corre peligro. Si es así, y no tienen dónde ir, les hablan del refugio. Si aceptan este destino, las alcanzan en patrullero. Al llegar, se acercan otras mujeres, también víctimas de maltrato y en vías de recuperación, entretienen a los hijos; Nancy abraza a la mujer que llora desconsoladamente. “En silencio, sólo necesita abrazos”. Ya dentro de la casa, unos mates. Todas acompañan. “Lo que sentís es normal. Ellas llegaron como vos y mirá que bien están” les dice. Cuando se van a dormir, las mujeres conversan. Darse cuenta de que otras pasaron por lo mismo y pudieron recuperarse las ayuda a salir adelante. Pero los primeros días ni se acercan al portón, temen que el marido las encuentre y las mate. Hasta que de a poco recobran la calma.
Entonces, Nancy les ofrece lo que jamás han recibido: una crianza. “Es difícil dar lo que nunca tuvieron”. ¿El valor de los hábitos? “Fundamental, preparar el desayuno, despertar a sus hijos cantando no son pavadas como piensan al principio. Muchas son adictas al paco, y esta rutina no les da la adrenalina de la droga, pero llega un momento en que empiezan a disfrutarlo, ahí se inicia el cambio. Sumado a un tratamiento de rehabilitación, claro”. Recuerda Nancy la emoción de una madre cuando fue capaz de completar una planilla para el colegio de su hija por primera vez. “Parecen detalles, pero son muy importantes.” Los chicos se acomodan con más facilidad que sus madres. Se les da ropa, juguetes y enseguida empiezan a jugar con otros niños. Nancy también los informa. Advierte que lo que más los sorprende es que nadie tenga derecho a pegarles, ni siquiera mamá o papá. “¿Ellos tampoco?”, cuenta Nancy que preguntó una nena y se puso a llorar. “Están muy golpeados, con cicatrices en las piernas y en las manos.” Se los lleva a los chicos al pediatra, se los inscribe en la escuela, en cualquier momento del año; a los indocumentados se los regulariza. Las mujeres, rehabilitadas, consiguen trabajo. Con el tiempo, el refugio fue articulando con diferentes instituciones una red de contención. Es un sistema que fuimos perfeccionando con la colaboración de las mujeres rehabilitadas, si no sería imposible”. Nancy escribe en la página de Facebook lo que necesita y la gente, asegura, dona de más.
“Desprecio a los hombres violentos. Buscan a las mujeres vulnerables y si no lo son, las vuelven así; son manipuladores”, denuncia. “Nunca tuve miedo, aunque por el refugio aparecieron muchos hombres. Se tiene que saber que en los juzgados les pasan los expedientes a los maridos donde aparece la dirección del refugio, entonces vienen a buscarlas, enardecidos. Es absurdo. A la dirección sólo deberían tener acceso sus abogados. ¿Con qué lógica se manejan en los juzgados? ¿No entienden el problema?” “A la raíz de los males”
Nancy fundó el refugio junto a Charo, su último marido y gran amor. Lo bautizó con los apellidos de ambos hace dos años, cuando él murió. “Fue el único hombre que supo acompañarme”. La pareja tuvo un hijo que hoy tiene 13 y vive con ella; sus otros hijos, con sus parejas. “Los tres son personas de bien, generosas. Se criaron sabiendo cuanta gente había en casa por las noches, pero no por las mañanas. Jamás hice diferencias con los otros chicos, ellos y yo comíamos lo mismo que el resto. Yo me visto con ropa donada, ¿de dónde voy a sacar plata?”. Uguet vive de la pensión de su marido.
Al momento del reportaje el refugio albergaba once chicos y cuatro mamás. “Pero han llegado a ser treinta. Nunca le negué la entrada a nadie”. Muchos se asombran por el sacrificio de Nancy pero ella dice: “Hago lo que me apasiona, voy a la raíz de los males, la desinformación, el desamor, el Estado ausente. La base de todo es tu familia, si partís mal de ahí, ¿dónde llegás? Crío mujeres y chicos. El agradecimiento aparece en el vínculo: “De por vida”.
Nélida, su madre, va al refugio todos los días. Y se emociona cuando escucha a su hija repetir los mismos consejos que alguna vez ella misma le impartió.
CLARIN