14 Apr El Aleti de Simeone volvió a poner de rodillas al Barcelona y lo eliminó
Por Martín Rodríguez Yebra
MADRID.–Así cae un imperio. Las caras de desánimo de Messi, Neymar, Iniesta, Suárez eran un presagio del desastre cuando todavía quedaba guerra en el Vicente Calderón. La pelota circulaba entre ellos, pero iba y venía sin precisión ni audacia, como si sobreviviera apenas un acto reflejo del Barça que hasta hace 10 días creíamos imbatible.
Así se forjan las hazañas. La fe ciega de 11 jugadores a quienes no los intimida saberse peores. La moral de Antoine Griezmann para correr hasta fundirse y acertar cuando es debido. Los saltos de Diego Simeone con los brazos en alto para ordenar al estadio que salte, que grite, que vuelen las bufandas rojiblancas.
El Atlético de Madrid desparramó a un campeón que se dejó el alma en el clásico perdido en el Camp Nou. Le dio un repaso táctico sin necesidad siquiera de tener la pelota (le bastó el 29% de posesión). Lo sacó con un 2-0 de la Champions League en cuartos de final. En Barcelona esas heridas suelen traducirse en la cruel expresión “fin de ciclo”.
Hace dos años, Martino sacó pasaje de vuelta a la Argentina después de un fracaso idéntico, mismo rival, mismo escenario. Siete de los titulares del Barça anoche tenían vivo el recuerdo de aquel calvario. Pero a la hora de defender la ventaja que traían de la ida (2-1) les faltó hambre de revancha. Inseguro, sin arte, ni siquiera encontró la eficacia administrativa de sus tres delanteros.
Había que frotarse los ojos para comprobar que ese chico con el 10 en la espalda que deambulaba con paso errático, lento, incapaz de sacarse de encima un defensor era Messi. Será la maldición del bendito gol 500 que se le resiste, el drama de los Papeles
de Panamá o un simple bajón deportivo, pero el único récord que dejó en el Calderón fue negativos: cinco partidos seguidos sin marcar, su peor racha histórica.
A Simeone también lo acosaban las estadísticas. Llevaba ocho derrotas seguidas con el equipo de Luis Enrique. “Algún día nos tenía que tocar”, diría después. Le tocó en el duelo más valioso. Igual que en 2014. Sus dos únicas victorias contra el Barça como técnico en 17 partidos.
Diseñó un duelo psicológico. Jugó con la inseguridad de un rival tocado en la confianza por una sucesión de derrotas que no consigue explicarse. Le cedió la pelota y le cortó las líneas de pase con un mediocampo voraz para la marca y expeditivo para echar a correr a los bólidos Carrasco y Griezmann.
El Barça tenía miedo de sí mismo. Era como si jugara en una catedral:
sólo encontraba pases a los costados en el centro del campo y hacia el medio en zona ofensiva. Todo moría en la pared de Godín y el juvenil francés Lucas Hernández, apuesta exitosa de Simeone. Pasaban cosas raras. Tardó 33 minutos en llegar el primer disparo del Barça.
Antes de que pudiera celebrar la osadía, Saúl Ñíguez –otro chico con master en cholismo– cazó un mal despeje de Alba, puso un centro exacto con el exterior del pie izquierdo y Griezmann clavó un cabezazo al ángulo.
Al Barça le bastaba un gol para aguar la fiesta del Calderón. Casi todos sus últimos duelos con el Atlético habían empezado así, con un gol en contra. Pero si es verdad que el fútbol se rige por sensaciones, algo decía que esta vez no. Las miradas al suelo de Mes si. El fastidio de Suárez, empequeñecido por Godín en su uruguayidad.
Fallos de Busquets, el infalible.
En el segundo tiempo Luis Enrique soltó a los laterales y trató de repetir la avalancha que lo salvó en el Camp Nou, cuando el Atlético se batía con 10. Empezó un asedio light. El Barça metía miedo por asociación de ideas, por ver los nombres grabados en la parte de atrás de las camisetas.
“¡Tranquilo, tranquilo! ¡Tenela!”. Si meones e desgañitaba para conseguirque sus medios descansaran con la pelota. No lo oían. Se rindió y empezó a pedirle al público que saltara; esa ilusión del triunfo colectivo con la que construye su leyenda.
Luis Enrique probó con Arda –insultado en su regreso a Madrid– y el turco fue constante: le falló otra vez. Nadie despabilaba al tridente, responsable de 13 de los 14 goles del Barça al Atlético en los últimos dos años. La señal del estropicio llegó cuando Piqué fue de 9 con 20 minutos por jugar.
Las emociones se dispararon en los últimos cinco. Empezó con una estampida de Filipe Luis. Liberado de marcar a Messi, el lateral llegó hasta el área rival y se la pasó a Griezmann que llegaba solo para definir. Iniesta –¡Iniesta de último hombre!– cortó el avance con la mano. Penal y primera polémica: el árbitro Rizzoli le sacó amarilla y no roja pese a que interrumpió una ocasión clara de gol. Nadie protestó porque Griezmann puso el 2-0.
Suárez también se salvó de la expulsión. Y el Barça las pagó todas juntas: en el minuto 90 Gabi tocó una pelota con la mano dentro del área y el árbitro la vio fuera. De haber marcado penal hubiera tenido que echar al amonestado capitán del Atlético.
La agonía de Simeone duró hasta el minuto 51. No se permitió gritar. Salió eyectado hacia el túnel, como hace en las noches grandes. “La idea era luchar cada pelota con el alma. Podíamos seguir hasta las duchas si el árbitro quería seguir”, ironizó.
Sería incierto decir que Luis Enrique lucía la cara del fracaso: tiene la misma cuando gana. “Es indudable que estamos en un bache”, admitió. La gloria se esfuma pronto. Se quedó sin la opción única de repetir la Champions, en la Liga que parecía un trámite el Atlético y el Real Madrid lo pueden alcanzar, y la final de la Copa del Rey es un consuelo indigno. Le preguntaron por Messi y dijo que era injusto “personalizar en la derrota”. Anoche la cadena Cope publicó que el rosarino lleva semanas jugando con molestias musculares. El club lo desmintió enseguida: “Leo está bien”.
Lejos de cualquier polémica, la alegría desbordaba el barrio del Manzanares pasada la medianoche. De los puentes que cruzan la autopista M-30 colgaban todavía unas banderas premonitorias que flamean desde el fin de semana. Escrito a pulso en pintura roja, fondo blanco: “Nunca dejes de creer”.
LA NACIÓN