14 Apr Personalidad compleja. ¿Por qué los innovadores son contradictorios?
Por Sebastián Campanario
¿Es usted una persona decidida, directa, que va al grano y no pierde tiempo en rodeos innecesarios? ¿Tiene objetivos definidos para el corto, mediano y largo plazo? ¿Hace décadas que piensa lo mismo y siempre actuó en consecuencia? Si la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa, tal vez el proceso creativo no le resulte el campo más fértil para moverse.
Si hay un rasgo común que surge de manera indiscutida en las investigaciones sobre personalidades creativas es el de la complejidad, el de incluir “una multitud” de personas dentro de uno mismo, con valores y opiniones a veces opuestos. Uno de los estudiosos que más enfatiza este aspecto es Mihaly Csikszentmihalyi, el autor del best seller Fluir, quien a partir de una muestra de 91 personas altamente creativas (pintores, escritores, físicos, poetas) halló un denominador común de pensamiento y forma de ser contradictorios, incluso en términos de “androginia psicológica”: poseen características propias de su género y también del género opuesto. Csikszentmihalyi dice que este rasgo andrógino no tiene que ver con la homosexualidad, sino con escapar a estereotipos de género: las chicas creativas suelen ser más dominantes y resistentes que otras niñas, en tanto que los chicos que se revelan como muy creativos suelen ser más sensibles y menos agresivos que sus pares masculinos. No tiene que ver con inclinaciones sexuales, sino con capacidades emocionales.
“Me reconozco en cada una de las palabras de esta descripción”, cuenta Soledad Corbiere, que trabaja en forma independiente en procesos creativos, de innovación, coaching y recursos humanos. “Estoy más acostumbrada a habitar mi lado masculino, a accionar e ir para delante, así que trabajo más en conectarme con mi lado femenino”, dice a la nacion. Cuando leyó Las diosas de cada mujer, de Jean Shinoda Bolen, Corbiere se identificó con las diosas “incompletas”, Artemisa y Atenea, con lados masculinos notorios. La androginia psicológica se refiere a la capacidad de una persona a ser agresiva y sensible, emotiva y apática, dominante y sumisa, sin importar el género. Alguien así duplica su repertorio de respuestas y puede interactuar con el mundo de forma más rica y variada.
Corbiere ve esta correlación entre contradicciones y creatividad en las personas más innovadoras con las que trabaja. Y da un ejemplo: “Miguel es un homeópata, tremendamente inteligente, pero ingenuo a la vez, con los pies sobre la tierra, pero volando cada tanto en mundos imaginarios, y con un balance entre su lado masculino más ejecutivo y su costado más femenino contenedor, sensible y nutridor sobre el que sus pacientes descansan”.
En un análisis reciente, el experto chileno en innovación y recursos humanos Manuel Gross remarcó otras contradicciones típicas de las personas muy creativas: son fuertes pero tranquilas, inteligentes pero ingenuas, soñadoras pero realistas, extrovertidas pero prudentes, modestas pero orgullosas, insurgentes pero conservadoras, apasionadas pero objetivas, expuestas pero felices, valientes pero sensibles. “La diversidad es un mantra de la creatividad y la innovación, y lo natural en ella es que afloren contradicciones todo el tiempo”, cuenta ahora Mabra Ruiz Alonso, impulsora del método Cre-in, que mezcla distintas técnicas de teatro, canto, baile, eutonía y otras más tradicionales para lograr resultados creativos. “Mi vida diaria está marcada por las contradicciones, todo el tiempo; me dicen que soy inteligente, pero soy capaz de caer en las trampas más bobas; soy soñadora y al mismo tiempo realista”, se describe la integrante del movimiento de Metacreatividad, que reúne a distintos expertos en el tema de la Argentina, España y otros países.
El camino de las contradicciones, en términos de innovación y creatividad, corre tanto para las personas como para las mismas ideas, cuyos derroteros suelen ser más “oblicuos” y enrevesados de lo que se cree. Es un fenómeno que el profesor de la London School of Economics y del St. John’s College de Oxford, John Kay, describió como el arte de llegar a la meta en forma indirecta, sin proponérselo de manera explícita. “Puede parecer paradójico, pero en muchas esferas de la vida nuestros objetivos son alcanzados mejor cuando los abordamos de manera indirecta”, cuenta Kay. Las ventajas de la “oblicuidad” -desarrolladas en un libro homónimo- fueron descritas por primera vez a Kay por el premio Nobel de Química inglés James Black. En 1958, Black saltó desde la academia hacia una gerencia del conglomerado farmacéutico ICI, donde desarrolló los betabloqueantes, un hallazgo que resultó exitoso para el negocio de los remedios. Decepcionado porque ICI resolvió priorizar “los resultados monetarios por encima de la ciencia”, Black emigró a Smith Kline y luego a Glaxo, donde creó varios medicamentos con retornos por más de 1000 millones de dólares.
Estos caminos complejos, repletos de vectores que actúan en forma opuesta, están muy bien expuestos en la biografía La odisea de Albert Hirschman, que escribió Jeremy Edelman sobre el genial economista alemán con pensamiento “fuera de la caja”, que se adelantó varias décadas al uso de conceptos que hoy son moneda corriente en la literatura de innovación. Un caso paradigmático (y contradictorio) sobre el cual escribió fue el de la construcción del ferrocarril que conectó Boston con el río Hudson, a mediados del siglo XIX. La obra implicaba hacer un túnel de cinco millas en las montañas Hoozac, algo que a priori se consideraba factible y había sido presupuestado en 2 millones de dólares, por entonces una cifra manejable. Pero el objetivo en cuestión se volvió una pesadilla, mucho más difícil y costoso de lo imaginado. En medio de la iniciativa no quedó otra que seguir adelante, con ingenio y esfuerzo. Si se hubiera conocido el grado de dificultad involucrado, probablemente el tren no se habría materializado. El éxito provino del fracaso, escribió el economista alemán en un ensayo de 1967. Una contradicción en los términos (o no tanto).
La oblicuidad es un concepto difícil de asimilar, contraintuitivo, porque desde chicos nos enseñaron que la distancia más corta entre un punto y otro es una línea recta. “Vivimos en una sociedad que encumbra los valores de predictibilidad y de planificación como virtudes máximas y, por lo tanto, es difícil entender que necesitamos del azar para incrementar nuestras chances de éxito”, explica Kay.
Veintidós años atrás, Jorge Lanata fue a dar una charla para los alumnos de primer año de TEA. En pleno boom de Página12, con las denuncias por corrupción contra el menemismo, para los aspirantes a periodistas Lanata era por entonces lo más cercano a un Rolling Stone: había creado el diario con apenas 26 años. Cuando una alumna levantó la mano para preguntarle por sus contradicciones e incoherencias, y por sus cambios de opinión, Lanata contestó: “La coherencia no es una virtud en sí misma: Hitler era un tipo coherente”. Lo dijo con toda seguridad, orgulloso de sus lados opuestos.
LA NACION