02 Apr Ray Tomlinson, el hombre que reinventó la correspondencia
Por Ariel Torres
A mediados de 2001, en una reunión de varios periodistas, alguien soltó que el e-mail estaba de salida. Al parecer, algún premio Nobel había afirmado esto, y ya saben cómo es. No importa si te ganaste el de Física o el de Literatura, si sos un premio Nobel podés opinar sobre cualquier cosa, desde el chimichurri hasta los sutras, y siempre vas a tener razón. En aquella ocasión, cuando me preguntaron qué opinaba, les dije que eso de que el correo electrónico estaba próximo a desaparecer me parecía una tontería. Para ser enteramente honesto, no usé exactamente esa palabra.
Quince años después, el mail sigue imparable. Según el grupo Radicati, una empresa de investigación de mercado de Palo Alto, California, Estados Unidos, durante 2015 circularon 205.000 millones de mails por día. Eso equivale a 2,3 millones por segundo o 64 mensajes diarios por cada una de las 3200 millones de personas que hoy se conectan a Internet. Por supuesto, algunos somos -por obligación, en general- más prolíficos. Además, muchos están -para bien o para mal- automatizados. Nota: me señala acertadamente el lector Ernesto Peralta (por mail) que, dado el número de usuarios de correo electrónico que se cita abajo, la cifra por persona por día debería ser de 79 mensajes.
Existen más de 4300 millones de cuentas de correo electrónico y casi 2600 millones de personas usan el mail. Eso equivale a Facebook, Twitter e Instagram combinados. Radicati espera que dentro de 3 años el número de mensajes de correo electrónico esté en el orden de los 246.000 millones por día. No parece cosa fácil contar mails; otras estadísticas, como las que se mencionan en esta nota de The Next Web, aseguran que en 2010 ya estaban circulando casi 300.000 millones de mails por día.
Dato no menor: en 2001, cuando tuve que tolerar la retahíla de argumentos falaces que auguraban el fin del correo electrónico, se enviaban, según la fuente citada por The Next Web, 31.000 millones de mensajes por día. O sea que no sólo no se esfumó en la obsolescencia propia de la Red, sino que creció casi 10 veces. El número de usuarios de Internet aumentó, en el mismo período, 6,5 veces.
El e-mail es, desde mi punto de vista, el sistema de telecomunicaciones más disruptivo que hemos visto hasta ahora, y esa es la razón por la que sigue tan vigente. En un universo en el que casi nada dura mucho más de 5 años y en el que una década es considerada una era, los 45 años que cumplirá el mail este año lo consignan como un ejemplo de longevidad. De hecho, ha sobrevivido a su creador. Hace una semana, Ray Tomlinson, el hombre que envió el primer mail en 1971, falleció en su casa de Lincoln, Massachusetts, de un ataque al corazón. Tenía 74 años.
El multi premiado y a la vez humilde Tomlinson no tenía ninguna intención de convertirse en un nuevo Graham Bell. Sabía exactamente lo que quería lograr, un sistema de mensajes electrónicos que las personas pudieran leer cuando les resultara más conveniente. Pero nunca imaginó la formidable revolución que su invención desataría. Hoy el mundo no puede marchar sin el e-mail, así de simple.
El e-mail fue un proyecto personal, solitario y un poco clandestino. De hecho, una de las preocupaciones de Tomlinson era que su empleador (la firma Bolt, Beranek & Newman, hoy llamada BBN Technologies, subsidiaria de Raytheon) descubriera que estaba robándole horas a su trabajo para dedicárselas al proyecto del correo electrónico. “¡No le digas a nadie de esto! No es algo en lo que tenga que estar trabajando”, le pidió a un colega, tras mostrarle un prototipo del e-mail. Según le contó a Ricardo Sametband, que lo entrevistó en 2001, nunca le dijo a su jefe sobre el incipiente sistema de correo electrónico “porque me iba a decir que era una pérdida de tiempo”. Sametband recuerda de aquella entrevista un dato delicioso. Cuando llamó a Bolt, Beranek y Newman para hablar con Tomlinson, le pasaron a su oficina y atendió él mismo. No intervino ninguna secretaria, ninguna agencia de relaciones públicas. El inventor del e-mail seguía trabajando en la misma compañía a la que había entrado a los 26 años y atendía él mismo el teléfono.
Con todo, es en parte un error afirmar que Tomlinson inventó el e-mail. Sería mejor decir que inventó el e-mail tal como nosotros lo conocemos. Porque, al igual que Tim Berners-Lee al crear la Web, fue heredero de una larga tradición de mensajería electrónica que se remontaba al menos hasta 1962. En términos tecnológicos suena antediluviano, y lo es. Para entonces, ni siquiera había nacido Arpanet, la predecesora de Internet. No obstante, Joseph Licklider fundó ese año el grupo Intergalactic Computer Network, cuyas ideas desembocarían en el nacimiento de Arpanet. Todavía antes, en 1961, Leonard Kleinrock propondría el mecanismo de conmutación de paquetes que seguimos usando en Internet.
Las historias de la Web y del e-mail (Tomlinson prefería email, “para conservar el suministro mundial de guiones”, bromeaba) tienen muchos paralelismos. También Berners-Lee enfrentó el escepticismo de sus colegas. Los dos desarrollos tomaron el mundo por sorpresa y catapultaron Internet a escala global. Y en ambos casos sus creadores no se preocuparon por registrar, proteger, ofuscar o de algún otro modo restringir el uso de sus desarrollos. Tomlinson y Berners-Lee pusieron sus inventos a disposición de todo el mundo, siguiendo la tradición que dio origen a Internet.
Aunque, en rigor, el correo electrónico es previo a Internet. El primer mail fue enviado por Tomlinson en algún momento “entre junio de 1971 y enero de 1972”, según sus palabras; Internet arrancaría el 1° de enero de 1983. Tomlinson ni siquiera recordaba qué texto envió en ese primer mail; lo único que le importaba era que ese mensaje llegara de una máquina a la otra, ambas separadas unos metros, pero conectadas mediante Arpanet, que había sido puesta en marcha el 29 de octubre de 1969. Finalmente, tuvo éxito y en breve el mail se transformó en un hit. Hacia 1974 el 75% del tráfico datos de Arpanet correspondía al correo electrónico.
La naturaleza clandestina del proyecto de Tomlinson originó algunas de sus principales virtudes. Nació como un sistema inteligente, pero básico. Al principio sólo permitía mandar texto, nada de imágenes u otros adjuntos. Pero era irrompible y permitía enviar mensajes no sólo a los usuarios de un mismo host, sino a cualquier máquina conectada a Arpanet. A la vez, el no haber anticipado el impacto que tendría su desarrollo hizo que no implementara ni firma digital ni control contra spam. El mismo Tomlinson sufrió en carne propia lo que todos padecemos con nuestras atiborradas bandejas de entrada.
Tiendo a creer, sin embargo, que si Tomlinson se hubiera planteado un proyecto más ambicioso, el e-mail nunca habría llegado a ver la luz. O habría resultado torpe, lento e inestable.
LA NACION