02 Apr Malvinas, nombre de una esperanza
Por Juan Archibaldo Lanús
Malvinas es uno de los conflictos territoriales irresueltos más antiguos del mundo. El 3 de abril de 1833, la corbeta Clío se apoderó de la isla Soledad en nombre de su majestad británica, desalojó al comandante designado por el gobierno de Buenos Aires y expulsó a las personas que allí vivían. En 1840, las Malvinas se transformaron en una “colonia de la corona” (crown colony).
Desde entonces, todos los gobiernos argentinos protestaron por la usurpación. El Reino Unido recién modificó su obstinado rechazo a asumir el reclamo cuando la Asamblea General de la ONU, en la resolución 2065, aprobada sin ningún voto en contra, solicitó a la Argentina y el Reino Unido “encontrar una solución pacífica “del problema, calificado de disputa de soberanía. En 1966, los cancilleres Miguel Ángel Zavala Ortiz y Miguel Steward firmaron un comunicado y el Reino Unido se declaró dispuesto a cumplir con la resolución.
Desde aquel triunfo diplomático del gobierno de Arturo Illia han pasado 50 años. Una historia de luces y sombras, de logros y desaciertos, con 10 resoluciones de la ONU, cientos de reuniones públicas y secretas, numerosas convenciones, declaraciones y comunicados. Tuvimos un conflicto armado y hoy nos encontramos en un estado donde los reproches mutuos se han transformado en despecho.
Para la Argentina y el Reino Unido el conflicto es insoslayable. Sin prejuicios ni temores, debemos partir de ciertas premisas para comenzar una nueva política que asuma nuestra convicción de ser un país fuerte, confiable y coherente, que se interesa por el vasto espacio oceánico.
A la Cancillería le cabe el rol central de gestión, necesariamente a largo plazo, a través de una diplomacia profesional. Debemos evitar que ella esté sujeta al vaivén de antagonismos domésticos. Sin estridencias y en manos de profesionales durante 19 años sin interrupción, el resultado de la gestión de la delimitación de la plataforma continental es un ejemplo de excelencia.
Es absolutamente necesario un acuerdo sobre la estrategia para Malvinas con los partidos políticos y también se impone llevar a cabo una práctica informativa veraz y responsable, a fin de no tergiversar con propaganda o acusaciones conspirativas la opinión pública nacional y extranjera.
A partir de esas premisas, los primeros pasos de una nueva política podrían ser:
1. Reconstruir una atmósfera de confianza y cordialidad entre ambos países, actualmente distantes. Todos los acuerdos, aun los vigentes, están en suspenso. El Grupo de Asuntos para el Atlántico Sur no se reúne desde 1994; la Comisión de Pesca, desde 2005; la de hidrocarburos fue suprimida; los vuelos entre las islas y el continente, sin resolución.
2. Debemos demoler el “muro de Berlín” interpuesto entre los isleños y los argentinos. Ellos firmaron los Acuerdos de Comunicaciones en 1971, estuvieron presentes en muchas reuniones, incluso las secretas en que participaron ambos cancilleres en una casa de campo en Inglaterra. Los tratamos cordialmente cuando fueron invitados a la Cancillería. En los últimos años los hemos negado. Debemos fomentar el contacto con nuestra gente y su proverbial hospitalidad.
3. Debemos adoptar un horizonte a largo plazo que deje de lado la posición absoluta del “todo o nada”. Ser flexibles, imaginativos y creativos es el comienzo de un compromiso.
4. Continuar la prédica, confirmada por el ultimo gobierno, de hacer presente la disputa en todos los foros internacionales, regionales y birregionales y mantener su vigencia en la agenda internacional.
Las Malvinas forman parte de la cultura y la política argentinas, y su memoria ha sido enriquecida por el heroísmo de los combatientes, cuya memoria debemos honrar. El colonialismo es una rémora del pasado.
Seamos optimistas para lograr los frutos de la política del encuentro, como lo aconseja nuestro papa Francisco.
Malvinas es el nombre de una esperanza que sólo la diplomacia podrá redimir.
LA NACION