29 Feb Antonio Skármeta: “Soy como ese gaucho al que arrancaron de su lugar”
Por Silvina Premat
Antonio Skármeta, “el chilenito”, como le decían sus compañeros de escuela en el porteñísimo barrio de Belgrano, volvió a publicar cuentos a los 76 años. Y lo hizo recreando su preadolescencia en la Argentina, que recuerda como “una de las más grandes experiencias de felicidad”. El escritor que vio reflejadas sus desventuras en las del Martín Fierro de José Hernández y cuyo apellido trascendió fronteras por la versión cinematográfica de su novela Ardiente paciencia (El cartero de Neruda), obtuvo en su país el Premio Nacional 2014 y publicó durante cuatro décadas novelas, guiones cinematográficos y obras de teatro. Pero nunca olvidó su amor por los relatos ni dejó de escribirlos. Algunos de ellos se editaron en revistas alemanas, españolas y mexicanas. Hasta que, contó a LA NACIÓN en un diálogo telefónico desde su casa en Santiago de Chile, decidió terminar con tal dispersión. Escribió relatos nuevos y configuró un volumen de cuentos: Libertad en movimiento (Sudamericana).
-El personaje de varios de esos cuentos es un niño chileno que vive en Buenos Aires. ¿Es usted?
-No hay que buscar datos históricos precisos. Pero lo que me da mucho placer es que logré, creo, reproducir o inventar reproduciendo el encanto de mi propia experiencia de haber sido niño en Buenos Aires. Viví en el barrio de Belgrano entre los 9 y los 12 años, una de las grandes experiencias de felicidad de mi vida. Fue un tiempo de crecimiento también literario porque leíamos poemas, cuentos, historietas, además de ir al cine y jugar al fútbol.
-¿Es cierto que aprendió el? Martín Fierro de memoria?
-Sí. En esos años en Buenos Aires me gustaba mucho leer y recitar poemas. Me pedían que recitara en los actos de la escuela y en los cumpleaños de los amigos del barrio. Mis profesores me apoyaron en esto y me regalaron muchos libros. El más significativo fue el Martín Fierro. Me cautivó; fue un golpe al corazón. Hasta ahora creo que al menos un tercio de esos versos está vivo en mí. Me solidarizo con las desventuras de ese gaucho al que arrancan de su lugar, de su ámbito natural, y lo ponen en una actitud guerrera y combativa. Y el tipo, que no es ningún santo, tiene que ir sopesando la violencia con la ternura. Es un gran personaje.
-¿Tiene preferencia por algún verso?
-Cuando vuelve a su pago y dice: “No hallé ni rastro del rancho:
¡solo estaba la tapera!/ ¡Por Cristo, si aquello era/ pa’ enlutar el corazón!/ ¡Yo juré en esa ocasión/ ser más malo que una fiera!/ Quién no sentirá lo mesmo/ cuando ansí padece tanto,/ puedo asigurar que el llanto/ como una mujer largué./ ¡Ay, mi Dios: si me quedé/ más triste que Jueves Santo!”. En toda la literatura universal no he visto una formulación de la tristeza más solidaria, original, más latina.
-¿En sus libros hay mucha ironía. ¿Qué peso tiene el humor en la literatura?
-Creo que la autoironía es un vehículo expresivo de primer orden. Esto no significa que uno frivolice algunas situaciones que son especialmente dolorosas. La ironía es una suerte de desapego, de distanciamiento que no tiene por qué ser indiferencia. Es un recurso que hace de un relato un objeto artístico y comunicativo. Y en ese sentido la ironía es muy relevante.
-¿Qué es la libertad para usted, sólo “libertad de movimiento”?
-Es algo más que la mera variedad geográfica. En estos cuentos los personajes van moviéndose porque quieren viajar, buscar aventuras, buscarse a sí mismos o huir de algo. Ese es un primer sentido de libertad de movimiento. Un segundo sentido es el tiempo, las edades de los protagonistas que son niños o jóvenes que tienen que lidiar con circunstancias difíciles y otros personajes que han perdido el encanto de la niñez, su agudeza, su sensibilidad, y cumplen roles absurdos como el que quiere ser seductor; el otro que practica resentimiento o la brutalidad como una manera de compensar carencias… Son cuentos que tienen este movimiento de la plenitud en un mundo donde todo es posible y donde la realidad está acotada por tantos vicios o problemas que acosan a los hombres. Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona.
-¿Recuerda una situación en la que se haya sentido libre recientemente?
-Me siento particularmente libre en el sentido político. Estoy viviendo en un país democrático. Desde que terminó la dictadura de Pinochet los gobiernos han sido de centroizquierda matizados en una ocasión con un gobierno de centroderecha que no resultó para nada traumático. La sociedad chilena ha madurado mucho y ha aprendido bastante de la convivencia.
-En Chile se investiga si Pablo Neruda fue envenado en la clínica donde lo internaron para el tratamiento de un cáncer, en 1973. ¿Comparte esa sospecha?
-Es un tema muy técnico sobre el que no puede hablar un escritor. Lo que sí puedo decir es que en Chile había un clima en el que la brutalidad era perfectamente posible. Que lo hubieran llevado a esa clínica [Santa María] hace presumir que algo así podría ser verdad. Está probado que allí fue asesinado con procedimientos semejantes el ex presidente de la república Eduardo Frei Montalva. También se probó que agentes de la dictadura utilizaron todo tipo de sustancias para aniquilar a sus rivales. Entonces, si no es verdadera la afirmación de que Neruda fue envenado, es al menos verosímil o plausible.
-¿Participará del “cuarto funeral” que se planea para abril en Isla Negra?
-No estaba enterado. Son tantos los atropellos del régimen de Pinochet y tan grande el aprecio que el mundo le tiene a Neruda que puede haber gente que necesite actos simbólicos como éstos. Para mí, la consagración de Neruda es tan grande que me abstendría de eso.
LA NACION