Woody Allen, a la manera Old-fashioned

Woody Allen, a la manera Old-fashioned

Por Diego Batlle
Así como Woody Allen escribe y dirige “religiosamente” una película por año, para algunos periodistas que cubren cada edición del Festival de Cannes uno de los rituales es entrevistar -siempre en una suite del primer piso del lujoso y tradicional hotel Martínez- al ya mítico realizador neoyorquino.
El motivo (la excusa) fue, esta vez, Medianoche en París , la décima película de su carrera que estrenó en el glamoroso evento que se realiza en el balneario de Costa Azul, el mismo ámbito donde presentó por primera vez varias de sus gemas: desde Manhattan hasta Broadway Danny Rose , pasando por La rosa púrpura del Cairo ; Hannah y sus hermanas, y Match Point .La Nacion fue uno de los pocos medios que pudo acceder hace un mes a un encuentro a solas con Allen (por lo general, los agentes de prensa arman mesas con media docena o más de acreditados) y, a pesar de la maratón promocional, el realizador de Annie Hall, dos extraños amantes se mostró –a sus 75 años– más jovial y afable que nunca. “La suya es la última entrevista que doy en Cannes, así que más que cansado ya estoy relajado”, indicó luego de estrechar la mano del cronista.
Esta versión distendida y feliz del otrora fóbico Allen tiene como correlato el éxito de crítica y sobre todo de público (ver aparte) que obtuvo con Medianoche en París, proyecto con el que pudo, según asegura, “saldar unas cuantas deudas pendientes: con la cultura francesa, con los cinéfilos de este país que tanto me han apoyado desde siempre y con una ciudad a la que amo desde joven y a la que finalmente le pude dedicar una película entera”.
“Estoy más feliz por todos los técnicos, los productores, los distribuidores y las actrices francesas como Marion Cotillard, Léa Seydoux y la actual primera dama Carla Bruni, que apoyaron con un enorme compromiso y entusiasmo este film, que por mí: ellos se merecían este gran suceso”, contestó Allen al ser consultado por las impactantes primeras cifras conseguidas (en Francia y España Medianoche en París se estrenó el mismo día de su presentación en la apertura oficial de Cannes). En la Argentina, la distribuidora local Diamond Films la anuncia para el próximo jueves.
–¿Qué sintió al haber trabajado finalmente en el cine francés?
–Desde mi más temprana formación cinéfila, siempre tuve una gran admiración por Godard, Resnais, Truffaut, Clair o Renoir. Mientras en los Estados Unidos se hacen películas sólo para ganar plata, en Francia se mantiene desde siempre un enorme respeto por las posibilidades del cine como arte. En esa tradición traté de inscribir mi carrera y a este nuevo film. Además, y no es un dato menor, me permitió vivir durante tres meses en París. Pero la película ya es historia.
–¿En qué sentido?
–Una vez que estreno una película, para mí ya es historia. No me gusta vivir en el pasado, sentarme en mi casa y decir: “¿Te acordás cuando hicimos Manhattan? No soy nostálgico; no vivo de recuerdos. Jamás veo mis películas anteriores; me parece una forma de vida poco estimulante. A menudo me llaman de una universidad para que vaya con los actores de, por ejemplo, Annie Hall, para charlar sobre aquella experiencia, pero nunca voy ¿Qué sentido tiene recordar si llovía? En cambio, sí disfruto de ver películas clásicas, a un Antonioni explicar cómo hizo Blow Up o a Godard analizando Sin aliento. O sea, me gusta que hagan lo que yo jamás haría –dice, y se ríe.
–¿Y cómo se siente en esta nueva era del cine digital en 3D y basado en efectos visuales?
–No tengo nada en contra de la tecnología ni de la revolución digital. He visto malas proyecciones en digital y en 35 milímetros.
–Scorsese, Bertolucci y Herzog están trabajando en 3D. ¿Se imagina filmando alguna vez una película así?
–Estoy maravillado con que directores de ese nivel hayan decidido trabajar en ese formato. Evidentemente, ellos saben algo o necesitan algo que el 3D les puede dar, incluso para un drama familiar como es el caso del nuevo largometraje de Bertolucci. Yo no tengo ideas que requieran el 3D. Seguiré trabajando a la manera old-fashioned, basándome en el contacto con los actores de carne y hueso…
–A propósito de los grandes actores que logra reunir para cada uno de sus films, ¿se involucra personalmente para convencerlos? ¿Cómo es el proceso de casting?
–Muy simple. Pienso en el actor o actriz que me gustaría para determinado papel y le pido a la gente de mi oficina que llame al agente de Penélope Cruz, Owen Wilson o Roberto Benigni. Preguntamos, por ejemplo, si Roberto está libre en el verano y si le interesaría trabajar conmigo. Si es así, se le manda el guión, lo lee y acepta o no, con nuestras condiciones. Nunca hablo con ellos antes del rodaje. En el caso de Owen, recién me encontré con él en París durante la prueba de vestuario. “Hola, soy tu director”, le dije. Se probó la ropa, vimos qué le quedaba bien en pantalla y luego nos vimos en el primer día de filmación.
–¿Nunca ensaya o se encuentra antes con un actor para discutir sobre el personaje?
–Jamás. Nada de psicologismo, de elaboración intelectual. Si quieren hacer alguna pregunta sobre el personaje o determinada situación, encantado, pero eso ocurre muy raramente. Owen y Marion Cotillard llegaron al set y comenzaron a actuar, lo mismo que Carla Bruni. Convoco a intérpretes profesionales, talentosos y confío en sus instintos. Si tienen una idea completamente errada de la escena o si hablan muy rápido o fuerte, obviamente se lo digo. Soy la antítesis de Stanley Kubrick, un perfeccionista que hacía muchísimas tomas. Lo mío es mucho más relajado. Siempre les digo a mis actores que si no les gusta el guión, lo tiren a la basura; si no les convence un diálogo, que lo cambien y usen sus propias palabras. Sólo necesito que la escena funcione.
–¿Realizó alguna investigación histórica sobre los años 20 en París?
–No, es algo que aprendemos desde niños en la escuela. Todos saben qué fue de Hemingway, Cole Porter o Picasso en París. Y si cometo algún pequeño error histórico, no me molesta. Es una fábula, un cuento de hadas; no pretendo nada realista.
–¿Siempre le interesó esa época?
–Sí, muchos de mis héroes intelectuales de la juventud estuvieron en París en esos años, pero mi período favorito sigue siendo la belle époque con los Champs-Elysées sin oficinas ni negocios. De todas maneras, prefiero la actualidad. Podés ir al dentista o tomar un antibiótico. Además, antes se vivía muchos menos años. [Se ríe.] De todas maneras, me encantaría viajar a la década del 20 por un día, cenar en Maxim’s. La fantasía de la máquina del tiempo me parece genial.
–Nueva York, Londres, Barcelona, París y ahora Roma… ¿Sigue con la idea de ir filmando en todas las grandes ciudades del mundo?
–Sí, y podría ir a tu ciudad. Buenos Aires es un gran centro cultural y sé que allí tengo muchos fans. Pero ahora viene Roma, que nos ofrece una de las principales herencias de la humanidad y una excelente gastronomía. Sólo espero que no sea demasiado calurosa durante el verano –dice, y se ríe–. No me siento un director neoyorquino, sino un neoyorquino que hace cine por el mundo.
SE HA CONVERTIDO EN SU PELÍCULA MÁS EXITOSA EN 25 AÑOS
Medianoche en París no para de batir récords y este fin de semana alcanzará los 50 millones de dólares de recaudación en todo el mundo.
En los Estados Unidos –donde su cine venía en caída libre en el aspecto comercial– ya superó los 23,5 millones de dólares de ingresos y se sigue exhibiendo en 1038 salas (en general sus películas se proyectan en unas pocas pantallas ubicadas sólo en las grandes ciudades). Ya es su film más exitoso de los últimos 25 años y va camino de superar los 40 millones que obtuvo Hannah y sus hermanas en 1986.
En Francia, por su parte, ya alcanzó los 15 millones de dólares y en España superó los 8 millones, mientras que acaba de estrenarse en Brasil con cifras inéditas para la carrera del director. Y todavía le falta llegar a mercados muy fuertes como Italia, Alemania o los de Asia. Woody y París, una fórmula infalible.
LA NACION