Steve Jobs: última revisión del mito

Steve Jobs: última revisión del mito

Por Pablo Planovsky
No alcanzan los adjetivos para definir a Steve Jobs, el hombre, la idea: genio, tirano, revolucionario, egoísta, inspirador, frío, carismático, plagiador, audaz, obsesivo, desagradable, astuto. La lista podría seguir enumerando términos -en apariencia contradictorios- amalgamados y representados en la película sobre esa figura controvertida que supo hacer del mundo de las computadoras (“del mundo” a secas, dirán algunos) un lugar más sencillo.
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Cada uno tendrá la oportunidad de juzgar esa suerte de leviatán contemporáneo representado en Steve Jobs, la película que llegó a los cines argentinos este verano, una dramatización de tres momentos clave en su vida (y en la vida de todos, se podría decir): la presentación de la computadora Macintosh, de NeXT y, finalmente, de iMac ante auditorios repletos que esperaban los anuncios tan eufóricos como si fueran pequeños conciertos de rock. La puesta en escena del film muestra el ajetreo y el caos del detrás de escena antes de cada una de las salidas al fáustico escenario, como intentando desmarañar ese acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma.
¿Pero cómo explicar el fervor, el recelo y hasta la antipatía que generaba Jobs? La exhaustiva biografía oficial escrita por Walter Isaacson reconstruye la vida del hombre que interpreta Michael Fassbender (el esclavista de 12 Años de esclavitud y Magneto en X-Men: Días del futuro pasado): desde su infancia en el hogar californiano y el garaje donde creó Apple junto a Stephen Wozniak (Seth Rogen), pasando por la expulsión de la empresa que él mismo fundó, hasta su regreso triunfal y su cáncer mortal. Jonathan Ive, uno de los diseñadores de iMac, dice: “La gente no se sentía cómoda con la tecnología. Si algo te asusta no quieres tocarlo”. Jobs hizo que las computadoras evolucionaran como instrumentos intuitivos, lúdicos. Esa idea de sencillez que tienen como marca de nacimiento todos los productos de Apple “revela una profundidad compleja que cobija la auténtica simplicidad”.
Para trasladar esa idea al cine, con la idea de mantener la excelencia que siempre envolvía al ex CEO de Apple, el director es Danny Boyle, el de Trainspotting y Slumdog Millionaire: ¿Quién quiere ser millonario?, por la cual ganó el Oscar. Con Steve Jobs, su meta es diferenciar esta obra de un relato biográfico tradicional, como podría ser Jobs, la fallida película con Ashton Kutcher: “Narrar el film en sólo tres presentaciones en cierto modo es artificial, pero permite hacer un zoom sobre Steve Jobs de un modo que una biopic normal no lo haría”. ¿Por qué elegir esta aproximación no convencional?
Aaron Sorkin, el guionista, aclara que su trabajo es el de un artista y compara: “La biografía de Walter Isaacson es como la foto de un paisaje, mi trabajo es como el retrato de un pintor de ese paisaje”. A Sorkin no le faltan créditos en su historial para cargarse con semejante tarea: escribió Red social, la historia sobre el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, tormentoso personaje sobre el cual se pueden aplicar muchos de los adjetivos que se le endilgan a Steve Jobs. Aquella sería la primera nominación (y victoria) de Sorkin en la ceremonia del Oscar. Se nota que le atraen los seres excepcionales que no temen arrojar los dados y desafiar los lugares comunes, ya sea en la informática, el deporte (El juego de la fortuna), la política (The West Wing) o el periodismo (The Newsroom). Kate Winslet (que interpreta a Joanna Hoffman, la directora del departamento de marketing de Macintosh) dice que los actores no pueden cambiar ni una palabra de lo que está escrito, porque la precisión quirúrgica y voraz para los diálogos largos de Sorkin es tanta que, si lo hicieran, sacudirían la estructura del resto de tal modo que sería imposible seguir.
Parece una broma que, en algún momento de la preproducción, se haya pensado como posible director en David Fincher, también responsable de Red social y de la remake La chica del dragón tatuado, otro perfeccionista amado y recelado en la industria. Pero no fue ninguna broma: tanto los autores como los personajes de esas ficciones esconden demasiadas similitudes entre sí. Tanto él como Christian Bale (otro obsesivo del trabajo, cuyo estallido nervioso en el set de Terminator: La salvación, le valió incontables burlas) estuvieron ligados al proyecto, hasta que Sony lo perdió y Universal tomó las riendas para financiar la película, ahora con otros nombres y estilos.

Temperamental y polémico
No sólo Chrisann Brennan, pareja de Jobs, sufrió su temperamento: sus compañeros de trabajo también. Era común que Jobs escuchara las ideas de sus colaboradores, las despreciara y luego las presentara como propias. Lo hizo también con compañías rivales como Xerox, a la que le robó la idea de la interfaz sencilla y el uso del mouse para luego aplicarlo en Macintosh, aunque con mejoras propias. Él mismo admitía que no tenía vergüenza de hacerlo y citaba a Picasso: “Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban”.
Su estilo de vida no era menos desvergonzado en la búsqueda de la excelencia y la perfección: casi no tenía muebles en su casa y durante muchos años no se bañaba más que una vez por semana, creyendo que la alimentación a base de frutas y verduras lo mantendría limpio. No era el caso. Esa atención maniquea por el detalle se notaba: elegía el color específico y diseño del empaquetado de sus productos, armaba sus presentaciones como si fueran los anuncios más importantes de la historia, pero se vestía de una manera casual, mundana. Cuidaba su aspecto, pero no dejaba que el envoltorio sea mejor que lo envuelto.
“Si tus producciones deben mostrar lo mejor de ti, ¿qué le corresponde a tu hija?”, lo interpela en la ficción el personaje de Brennan, madre de la primera hija de Jobs, encarnado por Katherine Waterson. Rápido, la actriz sepulta el mito que está en el imaginario colectivo: “No creo que sea necesario ser una mala persona para lograr la grandeza”. Jobs no reconoció a su hija hasta que una prueba de ADN y una sentencia judicial lo obligaron a pasarle la mensualidad básica. Dos años después del nacimiento, Jobs patentaría a la sucesora de la Macintosh como LISA. Negó que sea por su hija y alegó que ese era el acrónimo de Local Integrated Software Architecture. Con la publicación del libro de Isaacson, en 2011, se reveló lo que era un secreto a voces: el nombre de la computadora, el primer fracaso comercial de Apple, fue por su primogénita.
Si era exigente con él mismo, más lo era con quienes lo rodeaban. Las relaciones de trabajo relatadas por sus compañeros a menudo parecían rozar la amistad, para luego pasar a la más dura y fría relación laboral. Contagiaba con su motivación a todos a su alrededor, para después ignorarlos por completo, como a su colega John Sculley (Jeff Daniels), que terminaría expulsando a Jobs de Apple en una votación del comité directivo.
“La computadora es el instrumento más brillante que se nos haya ocurrido, es la bicicleta para la mente humana”, define categóricamente Steve Jobs. Otra de sus grandes frases: “Uno no trata de predecir el futuro, lo inventa”. ¿Habrá pensado eso cuando lo removieron de Apple? Es probable, ya que antes de ser expulsado se interesó en uno de los departamentos de informática de Lucasfilm, la compañía cinematográfica de George Lucas. “Cuando los vi, me di cuenta de que estaban muy avanzados en su mezcla de arte y tecnología”, se refiere a los gráficos por computadora con los que estaban experimentando en 1985. Así, Jobs se adueñó de un 70% de ese departamento y creó una computadora llamada Pixar Image Computer. John Lasseter sería el encargado de dirigir el departamento de animación. En 1988, el primer corto animado fruto de esta relación, Tin Toy, ganaría el Oscar. En 1995 llegaría el primer largometraje de Pixar, el primero en animación en 3D por computadora, Toy Story.

El resto es historia.
Como Charles Foster Kane, el protagonista de El ciudadano, de Orson Welles, Jobs es un personaje problemático, más grande que la vida misma, mitológico. Se podría citar a Walt Whitman en Hojas de hierba para definir a Jobs, y aun así sería una definición vaga: “¿Que me contradigo? Pues sí, me contradigo. ¿Y qué? Yo soy inmenso, contengo multitudes”.
Al final de la biografía, Isaacson se permite una apreciación sobre el fundador de Apple: “¿Era inteligente? No, no de manera excepcional. Era un genio”. Jorge Luis Borges, en su crítica a El ciudadano, publicada en Revista Sur en 1941, decía algo similar sobre esa película: “No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta palabra”.
LA NACIÓN