El sentido de la vida

El sentido de la vida

Por Gaby Zaragoza
Casi nadie está ajeno, en algún momento, a la pregunta sobre el sentido de la vida. Es, sin ninguna duda, una pregunta que sólo se hace el ser humano. Ninguna otra especie ni ningún otro ser viviente tiene la capacidad ni la necesidad de cuestionarlo. La vida para el resto de los seres vivos tiene sentido en sí misma, tiene sentido vivirla y están destinados a hacer lo mejor para subsistir.
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Esta capacidad de plantearnos la existencia desde la mente trae a menudo la sensación de vacío existencial, inherente a los humanos e incapaz de ser explicado desde lo racional o desde la ciencia.
Muchas veces lleva a la sensación de sinsentido descripto, por ejemplo, por las corrientes filosóficas existencialistas como la de Jean Paul Sartre. Pero alguna vez escuché a alguien sugerir que, en lugar de largas elucubraciones sobre el vacío existencial, mucho más productivo, en términos de expansión psicoespiritual, es no preguntarnos sobre el “vacío” sino hacernos la pregunta al revés: ¿De qué estamos “llenos”? Y a eso de lo que nos sentimos colmados, dedicarnos a esparcirlo por el mundo.

Ejercer la libertad
Desde esta óptica, Víctor Frankl refiere que la responsabilidad de hacer algo o hacer alguien de sí mismo es de cada persona. A pesar de creer que tenemos una libertad limitada por las condiciones, para este médico psiquiatra, sobreviviente del Holocausto, cada uno puede y debe ejercer la libertad de elegir qué actitud tomar más allá de las cadenas que le imponga la realidad.
Proclama que la desesperanza (propia del vacío existencial), que según la define nace del sufrimiento sin propósito, puede revertirse al encontrar un sentido. En ese momento uno se apodera de su vida y moldea el dolor de la existencia en un logro personal, en un triunfo que lo empodera más allá de los límites impuestos y es la verdadera conquista del sí mismo y de la vida.
Y la respuesta que nos lleva a esa conquista de nuestro ser probablemente no se pueda dar con palabras concretas sino, más bien, con sensaciones. La sensación de querer aprovechar la vida con todo nuestro potencial y el potencial que la vida en sí misma ofrece. Sentirnos capaces de aprender a ser mejores personas, a profundizar en nuestras habilidades, a estar en sintonía con el entorno; a sentirnos parte de nuestra familia, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo y del universo. A sentirnos parte y conectarnos más con el “ser vivo” que somos y dejar de querer atrapar con la mente las preguntas que superan al entendimiento humano.
Desde este lugar, las palabras de Rumi -poeta y místico sufí- “no eres una gota en el océano, eres el océano contenido en una gota”, ayudan a no buscar el sentido de la gota pues somos lo infinito del océano y nos invitan a comenzar a vivir desde la felicidad que da el sólo hecho de existir.
Respirar, mirar el cielo, oler el pasto, escuchar la brisa, descubrir nuestro propio aroma para esparcir y sentir la vida en lugar de pensarla.
EL CRONISTA