Cuando el futuro era hoy

Cuando el futuro era hoy

Por Nora Bär
Conocí a Marvin Minsky, profeta de la inteligencia artificial que acaba de morir el 24 de enero último, una mañana de hace 25 años. Había llegado a Buenos Aires por una invitación de su amigo, el ingeniero Horacio Reggini, que a su vez había tenido la generosidad de pactar un encuentro.
Inspirado por la revolución que el científico norteamericano y un puñado de mentes brillantes estaban impulsando desde el MIT, Reggini quería difundir sus ideas en el país, y promover la programación y el uso creativo de las computadoras en la escuela (¡hace ya un cuarto de siglo!).
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Minsky tenía todo el physique du rôle del genio que no encaja en las normas sociales por las que nos regimos los seres humanos “normales”. Iba y venía ensimismado por la sala semivacía en la que minutos más tarde daría una charla con un manojo de hojas de acetato transparente. Una punta de la camisa arrugada le asomaba por debajo del saco. Tenía una mirada aguda, humor ácido y la seguridad de los que están acostumbrados a ver más lejos que el resto.
Como otros superdotados, Minsky, que había sido un prodigio infantil del piano, cautivaba con la audacia y el desprejuicio de sus afirmaciones (en la entrevista que publicó LA NACION en 1992, opinaba que la realidad virtual iba a estar en todas partes, porque “el mundo es estúpido”; el año pasado usó la misma palabra en otra entrevista realizada por el especialista español en inteligencia artificial Ramón López de Mántaras y difundida por La Vanguardia: “Tenemos un montón de expertos estúpidos”). Aunque era simpático, amable y gran conversador, a primera vista no parecía apto para interlocutores timoratos. Sin embargo, Antonio Battro, el notable neurocientífico y promotor del uso de las computadoras en la educación, lo recuerda como “un hombre muy bueno y generoso, un genio excepcional y un amigo, siempre dispuesto a ayudar”.
A tantos años de aquel encuentro y cuando varias de sus teorías fueron superadas, recuerdo que encantaba como un ilusionista. Se planteaba nada menos que desmontar los engranajes de la inteligencia y recrear la mente humana en una máquina, y estaba seguro de que las computadoras llegarían a ser más inteligentes que las personas.
Casi al mismo tiempo en que se estaban desarrollando los primeros circuitos integrados y después de que, según se dice, Thomas Watson, director de IBM, había opinado que en el mundo habría mercado para unas cinco computadoras, su mente volaba hacia el horizonte y avizoraba no sólo el desarrollo de computadoras personales, sino las maravillas de cuentos de la realidad virtual, los robots “inteligentes”, la telepresencia.
Tanto él como Seymour Papert, otro pionero de la inteligencia artificial y creador del lenguaje Logo; Sherry Turkle, que entonces era una joven de treinta y pico, y se preguntaba por el sentido cultural, social y filosófico de las computadoras, y Nicholas Negroponte, fundador y director durante muchos años del célebre Media Lab, en el que se exploraban los confines de la tecnología digital, estaban avistando el futuro y explorando los múltiples caminos que se podían tomar para avanzar hacia el mundo que hoy ya estamos viendo. El país le debe a Reggini la difusión de sus ideas y la introducción de sus obras, editadas por Galápago.
“A lo mejor en 50 años seremos capaces de mirar dentro de la cabeza de alguien con un escáner -bromeó Minsky durante aquella entrevista-; ese día todos vamos a comprar esos aparatos para espiar los pensamientos de nuestros amigos”. También anticipó que la realidad virtual lo invadiría todo. “Viviremos en una suerte de Bujolandia, donde los juguetes se guardarán solos, todo estará limpio y tendrá sentido, será más eficiente y no perderemos tiempo”.
En Predecir el futuro ( Alianza Editorial, 1994), Stephen Hawking escribe: “No cabe duda de que predecir el futuro es muy difícil. En cierta ocasión pensé que me hubiera gustado escribir un libro titulado El mañana de ayer: historia del futuro. Hubiera sido una historia de las predicciones del futuro, de las que casi todas han errado el blanco”.
A juzgar por el devenir de los acontecimientos, en este caso, Minsky y un puñado de vigías inspirados que anunciaban las increíbles metamorfosis que la tecnología introduciría aceleradamente en nuestras vidas se dieron el lujo de desmentirlo.
LA NACIÓN