“Nuestras mentiras suelen decir verdades de nosotros mismos”

“Nuestras mentiras suelen decir verdades de nosotros mismos”

Por Joaquin Sanchez Mariño
Hay sucesos que no necesitan presentación: sólo su nombre y unos pocos datos básicos. Por ejemplo, las tertulias que nacen siempre que uno le dispara preguntas (o temas) a Alejandre Dolina (66), que el martes 19 de abril verá nacer por el canal Encuentro su nuevo programa, Recordando el show de Alejandro Dolina. Según él, “un falso documental sobre un programa… que nunca existió”. A propósito de la propuesta, surgieron cuatro palabras bravas: mentira, verdad, ficción y engaño. Nada menos. -Hablemos de lo apócrifo. Según el diccionario, son los textos que no fueron dictados por el Espíritu Santo. ¿La vida no está compuesta por más cosas apócrifas (o profanas) que sagradas? -Seguramente que sí: por más cosas ficcionales que verdaderas. Por ejemplo, creo que la memoria que tenemos de la infancia es totalmente íiecional. Los recuerdos infantiles pertenecen más a cuentos de nuestras tías, a cosas que hemos oído más que vivido. Pero por ahí lo liccional también tiene algo de válido; es muy probable que inventemos nuestra memoria, que los episodios que recordamos no hayan ocurrido exactamente así. Pero detrás de esas mentiras
(llamémoslas asi), palpita la verdad.
-¿Algo semejante a la interpretación de los sueños?
-Claro No hay que dar lo falso por inútil: siempre tiene algún valor, siempre simboliza algo. Creo que nuestras propias mentiras dicen algunas verdades acerca de nosotros.
-Ahí está idea borgeana de que uno en verdad no recuerda los acontecimientos sino el recuerdo del acontecimiento, la versión que la propia memoria “editó”…
-Exactamente eso: recuerda un recuerdo, o hasta un relato que le han facilitado. Así que conviene no estar muy seguro de lo que sucedió. Y el programa que estamos haciendo tiene eso: varias personas testimonian sobre un hecho nunca ocurrido.
-En la vida cotidiana, en lo prosaico, ¿con cuántas cosas apócrifas cree que nos cruzamos?
-Si llevamos la metáfora al plano de la política en esta época de la Argentina, ciertamente estamos viviendo una ficción, o una serie de universos ficcionales.
-¿El marketing -y el marketingpolítico sobre todo-como una gran maquinaria de lo apócrifo?
-También. Bueno, la publicidad funciona incluso con nuestro consentimiento. Hay cosas que no son verdaderas: todos sabemos que no es verdad que cuatrogotitas de Glostora rinden cien admiradoras… o que si uno se pone determinado perfume las minas le van a andar atrás. No es cierto, y sin embargo lo admitimos.
-¿.Porqué?
-Porque han hecho mucho para que lo admitamos. Han gastado mucho dinero en producir en nosotros esa hospitalidad con la mentira. Basta que nos digan una cosa muchas veces, basta que nos la digan en verso o nos la muestren por televisión, para que la demos por cierta. Es un mecanismo muy aceitado, y funciona.
-En medio de tanto debate que hay entre medios y gobierno, luego de tantas vueltas de tuerca, al final, ¿cuan importante es la verdad?
-Muy importante. Central. Porque eso ya no es un recuerdo de la infancia. Las anteriores piezas de nuestra conversación han sido de orden psicológico y filosófico, pero la verdad existe. No es un parecer o un embeleco. La verdad jurídica, la política, la periodística, existen y pueden rastrearse. En ese sentido, estamos
en un momento en que debemos ser muy rigurosos. No como con los relatos de nuestra niñez, en los que uno no va a ir a buscar documentos para ver si es cierto que se cayó del triciclo a los tres años. En cambio en lo jurídico hay que ser verídico y no decir lo que a uno le parece, como hacen muchos.
-Sin embargo, también en materia política hay una fuerte costumbre de quedarse con el cuento de la tía.
-Y hasta en materia de lo que ha sucedido ayer. Florecen un montón de expertos sobre temas, apenas diez minutos después de haberse enterado de que algo sucedió. Hay una tendencia a dar por verdaderas las corazonadas. Escuché decir seriamente: “Me di cuenta de que mentía porque no me miraba a los ojos”. ¡Pero, vamos…! Aprovecho esta entrevista para confesar que soy capaz de mirar a alguien a los ojos y mentir del modo más desvergonzado, ¡já!
-El año pasado, el biógrafo de Ryszard Kapuscinski (1932-2007, periodista y escritor, colaborador de
Time y The New York Times y docente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside García Márquez) develó en su libro que el polaco había llenado de adornos muchos de sus relatos periodísticos, agregando detalles
pintorescos pero no reales. ¿Eso daña al periodismo?

-Habría que dejarse de joder con esos adornos. Porque se corre el riesgo de que esos adornos se conviertan en pruebas primero y en dedos acusadores después, o viceversa.
-¿El peligro de las sociedades ignorantes, fáciles de manipular?
-O las sociedades acostumbradas. Esas tan manipuladas que ya no se dan cuenta de que lo están.
-Por ejemplo, la gente que tiene setenta desodorantes distintos en la casa…
-¡Claro! Uno para levantar minas, otro para que crean que es rico, y así…
-¿En la vida cotidiana, cuánto se sostiene la mentira?
-Mucho. Observe cómo estamos trabajando con este tema de la mentira: indispensable en el arte, inevitable en el recuerdo, indeseable en el periodismo, y a veces piadosa en la vida social. ¿Qué necesidad hay de decirle a una mujer que le queda horrible tal vestido? El trato social se nutre de la mentira -“¡Qué gusto verlo!”-. Por ahí uno no tiene tal gusto, pero… Una raza de personas perpetuamente veraces no podría tener mucha etiqueta. Podría tener un gran periodismo, pero las reuniones sociales serían un verdadero fracaso: “¿Cómo le va, condesa? Ese peinado le queda como el culo”. No es un buen comienzo.
-En una última entrevista, usted dijo que estaba terminando su primera novela. ¿Es cierto?
-Será una entrevista que tuve con la gente de la editorial Planeta, a quien a veces, y ya que hablamos de la mentira, le miento.
-¿De qué trata?
-Por un lado, de la inminencia del fin del mundo, de la aparición de una niebla que impide la percepción. Por otro, de la imposibilidad de estar seguro de las propias percepciones. Hay un alquimista, una mujer milagrosa por su belleza, un asesino serial que es mozo y unos tipos que conspiran contra la propia novela. Todo sucede en
el barrio de Flores.
-La alquimia, la magia -otro tema recurrente en su obra-, ¿no son otras formas de la mentira?
-Sí, y quizá las más refinadas, porque los buenos magos se adiestran muchísimo. Las suyas no son mentiras como las que escuchamos a diario: están hechas con mucho respeto por aquel a quien se va a engañar. Respetarlo significa producirle un engaño formidable. Usar maquinarias, saber qué palabras se pueden decir y cuáles no… Hay todo un arte, no lo que dice el embustero de nuestro cuñado. La magia es la más respetable de las •formas de la mentira después del arte. O quizá es arte puro.
-¿Es capaz de admirar a personas con quienes no está de acuerdo ideológicamente?
-Sí, en principio sí. Pero no creo que todas las ideas sean respetables. Decimos “respeto su forma de pensar” como si fuera automático. Y no sé… Porque si el señor cree que matar a los niños es una buena manera de evitar la superpoblación, no me parece que esa idea sea respetable.
-Si tuviera que elegir un solo tipo de público para quedarse de aquí a la eternidad, sólo un género de audiencia determinada, ¿qué elegiría?
-Estudiantes. Malos estudiantes.
-¿Para que no aprendan y tengan que seguir yendo a sus programas?
¡já! No… Porque los buenos estudiantes, a la hora de mi programa, se van a dormir. Los malos estudiantes no siempre son menos inteligentes: son más rebeldes. Elegiría estudiantes díscolos. Y desde luego, también mujeres jóvenes. Y si fuera posible, mujeres jóvenes estudiantes y díscolas.
-Para terminar, ¿qué le parece que hace avanzar la cultura?
-No tengo otro remedio que contestar que no sé. Y voy a fundamentar: la Argentina tiene una vida cultural riquísima, intensa, variada, digna de los países más desarrollados. Buenos Aires, en algunos ámbitos de la cultura como el teatro, está tercera o cuarta en el mundo. Pero como país, la Argentina no está tercera ni cuarta en el mundo. ¿Por qué? ¿Ha sucedido eso por alguna gestión exitosa de los ministerios culturales? No, porque hemos tenido gestiones culturales pésimas, y sin embargo aparecían cantantes. Entonces, lo que hace avanzar a la cultura no es eso, o podría no ser eso. Pero mi respuesta es que no sé por qué la cultura ha florecido sin ser regada. Ha florecido del modo más inesperado, entre las piedras, en paisajes muy áridos, durante dictaduras… Por eso mi única respuesta tiene que ser: “¡No sé!”.
-¿No le preocupa ignorarlo?
-No… Y no estoy solo en esa ignorancia. Hay un libro de Arnold Hauser (Historia social de la literatura)’ el arte), donde el tipo dice que hay una relación entre los productos artísticos y culturales de una generación, y su organización política. Hay una relación… pero no puede decir cuál. Porque a veces un régimen autoritario y represor genera un arte revolucionario. De modo que yo no sé, pero Hauser tampoco.
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