01 Feb Donald Trump, el candidato que se hizo a sí mismo
Por Demetri Sevastopulo
La campaña populista de Donald Trump confundió al establishment republicano, que pasó por alto la ira de una franja de votantes blancos. Pero el verdadero desafío a su poder de resistencia comienza en Iowa la próxima semana.
Desde el momento en que el principal candidato presidencial por el partido republicano afirma que “podría pararse en la Quinta Avenida y dispararle a alguien” y no perdería votos, queda claro que las reglas de la política estadounidense se están reescribiendo. Esto es precisamente lo que Donald Trump, el magnate neoyorquino de bienes raíces, logró con su campaña presidencial.
Siete meses después de que el excéntrico multimillonario se sumase a la carrera presidencial, la exestrella de El Aprendiz está muy cerca de ganar el caucus o asamblea popular en Iowa, un resultado que el establishment del partido alguna vez consideró inconcebible.
A días de las asambleas populares de Iowa, que marcan en primer paso hacia a la elección de los candidatos presidenciales, Trump puede ser el último en reírse. Su campaña se propagó como el fuego en Estados Unidos, ya que los acólitos alaban su predisposición a dejar de lado las formas políticas, instando a la deportación de 11 millones de inmigrantes ilegales o cargando contra Fox News y el establishment republicano.
A los republicanos tradicionales los aterroriza la idea de que Trump sea su candidato porque creen que su retórica anti-inmigración entregará la Casa Blanca a los demócratas en noviembre. Su ventaja en las encuestas -un promedio de 36% de los republicanos lo prefieren antes que a los otros 11 contendientes, según Real Clear Politics- dejó perplejas a personas de todo el mundo que no pueden entender cómo un país que hace solo ocho años eligió a su primer presidente negro puede ahora estar en el bando de Donald.
Redefinición de la carrera
“Es pura actuación y me imagino que después de ser la estrella de un reality durante tantos años es algo espontáneo. Es un muy buen vendedor y actor, tal como lo demostró en su reality show”, sostiene Eric Cantor, el exlíder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes que fue derrotado en 2014 por un movimiento populista similar al que impulsa a Trump. “Ese es el aspecto de nuestra campaña que creo que personas de otros países simplemente no llegan a comprender”.
La popularidad del maestro de la exageración que jura “Lograr que Estados Unidos sea grande otra vez” también ha desconcertado a los expertos de Washington. Con comentarios ácidos sobre mexicanos y musulmanes y cuestionando la condición de héroe de guerra del senador John McCain – “me gusta la gente que no fue capturada”-, redefinió el perfil de la carrera de 2016.
Sus fans ven lo que otros podrían considerar comentarios de mal gusto – “Si Ivanka no fuese mi hija, quizás saldría con ella”- como muestras de autenticidad. Lo ven como un no político que desafiará un sistema político que para la gente de a pie ya no funciona. Poniendo énfasis en su campaña no convencional, Trump se mantuvo toda la semana en los titulares de las noticias con su plan de boicotear el debate republicano organizado por Fox News anoche por una polémica con Megyn Kelly, periodista de la cadena.
Su decisión de despreciar a la cadena que ayudó a impulsar la carrera de un sinfín de republicanos sería algo impensable para cualquier otro contendiente republicano. Y mientras otros rinden pleitesía a contribuyentes ricos, tales como el magnate de casinos Sheldon Adelson, el contribuyente más importante en la carrera de 2012, dada su riqueza, Trump no tiene necesidad de hacer lo mismo.
“Este hombre puede decir lo que quiera y
hacer lo quiera”, sostiene Walter Jahncke, dueño de Northside Cafe en Winterset, Iowa, que aún no se decide por un candidato. “Hemos vivido en un mundo en que los políticos deben ser sumamente cautos por todo… por la corrección política uno ni siquiera se da cuenta de que está eligiendo a un ser humano. Me gusta saber que existe un hombre que puede equivocarse y los medios o la opinión pública no le cierran las puertas”.
De todos modos, si bien el establishment republicano cree que Trump es un terrible dolor de cabeza, no es su único problema. Su principal rival es Ted Cruz, el agitador senador texano que obtuvo su banca con el apoyo de Tea Party y a quien sus colegas del Senado detestan.
Si bien hay diferencias entre los votantes que apoyan a Trump y Cruz, coinciden en gran medida en el odio que sienten por Washington. Una encuesta reciente de Gallup reveló que 80% de los estadounidenses desaprueban el modo en que el Congreso está operando.
Pero los republicanos del Tea Party están particularmente enojados con los líderes republicanos por no haber podido transformar su poder en el Congreso, incluyendo la mayoría en la Cámara de Representantes más grande desde 1928, en un reto eficaz al presidente Barack Obama.
Jim Jordan, el republicano de Ohio que lidera el House Freedom Caucus (Caucus de la Libertad en la Cámara) que orquestó la renuncia de John Boehner como vocero de la Cámara de Representantes el año pasado, sostiene que los votantes republicanos están hartos de políticos que no cumplen sus promesas de campaña. “Margaret Thatcher solía decir que primero se gana el debate y después las elecciones”, afirma. “Estábamos demasiado dispuestos a no tener el debate y simplemente perder”.
Si bien el Tea Party terminó con las carreras políticas de Cantor y Boehner, dos de los hombres más poderosos de Washington, el establishment republicano no creyó que el movimiento tendría un papel central en la carrera presidencial.
“Está claro que la gente subestimó el rechazó del liderazgo del partido republicano”, sostiene Vin Weber, excongresista por Minnesota que cree que el partido Republicano pensaba que el Tea Party había desaparecido. “Quizás había una falsa sensación de normalidad”.
Mark Meckler, cofundador de la organización Tea Party Patriots, afirma que la gente que se sorprende ante la ira contenida no estuvo prestando atención a la política de Estados Unidos. “La mejor forma de describir a Trump es como el candidato ‘qué más da'”, sostiene Meckler. “Todos sabemos que los políticos nos fallan todo el tiempo… muchas personas que ahora están en el bando de Trump dicen ‘qué más da, cuánto podrían empeorar las cosas.'”
Las encuestas revelan que gran parte del apoyo de Trump proviene de hombres blancos de clase obrera y con nivel de educación secundario. Si bien la economía de Estados Unidos se recuperó de la crisis financiera mundial, no se han notado muchas mejoras en virtud del estancamiento de los salarios. Según el Economic Policy Institute, el ingreso medio de los hogares, excluyendo a las personas mayores, cayó 12% entre 2000 y 2014.
Muchos están furiosos por los inmigrantes ilegales, a quienes se culpa por los salarios bajos, a pesar de que en general son quienes trabajan en puestos que los estadounidenses evitan, y algunos se sienten incómodos con los cambios culturales que acompañan la composición étnica cambiante de Estados Unidos a medida que la nación se vuelve menos blanca.
David Frum, exredactor de discursos para George W Bush, afirma que había señales de descontento en el hecho de que el número de personas que votaron en 2012 era varios millones menor que en 2008, a pesar del aumento de 5 millones de votantes habilitados, pero añadió que ambos partidos estaban ciegos.
“Los demócratas no quisieron verlo porque preferían creer que la experiencia de los últimos siete años había sido un éxito, y los republicanos no quisieron verlo porque, de lo contrario, tendrían que enfrentarse a la ineficacia de su mensaje a los votantes que deseaban atraer”, sostiene Frum.
Theda Skocpol, profesor de Harvard que estudió a cientos de grupos del Tea Party, sostiene que no es de extrañar que a Trump le esté yendo tan bien. Los activistas del Tea Party están “muy molestos con la inmigración” y “miran a un país que está cambiando social y culturalmente”.
Consumir la marca
Weber afirma que una de las causas del enojo que mueve a los partidarios de Trump es la creciente falta de movilidad social en Estados Unidos a causa del deterioro del sistema educativo, la caída en la participación de la fuerza laboral y, en menor medida, la globalización. Los republicanos supieron argumentar que la movilidad ascendente eliminaba la necesidad de redistribución de los ingresos, pero ese pacto económico se encuentra en tensión. “La noción de movilidad ascendente en Estados Unidos es en gran medida ficticia ahora”, agrega.
Trump aprovechó este zeitgeist (en alemán, el espíritu de los tiempos) de un Estados Unidos de clase trabajadora blanca. Cuando dice “Estados Unidos no gana más”, sus fans asienten. Cuando culpa a China, a Japón o a los inmigrantes ilegales de México, vuelve a encontrar oídos receptivos. Pero su genialidad radica, en parte, en su habilidad para convencer a los estadounidenses comunes de que el hombre que vive en el lujo en Manhattan y vuela en su propio Boeing 757 luchará por sus intereses.
En su discurso en el museo de John Wayne en Winterset, Aissa Wayne, la hija del actor, dijo que la riqueza del magnate es irrelevante. “Creo que tiene que ver con el amor por su país”, sostiene Wayne justo después de apoyar a Trump. “Nosotros, los estadounidenses, tenemos mucho en común. No importa si uno es de Winterset o Manhattan… Quiero a alguien que cuente con el respaldo de Estados Unidos”.
Tom Daschle, exlíder de la mayoría demócrata en el Senado, no está de acuerdo con Trump, pero está impresionado por la forma en que el magnate se comunica.
“Por mucho que deteste su mensaje, es un comunicador impresionante,” afirma Daschle. “Tiene un estilo retórico que la gente busca. Las personas quieren a alguien enérgico, fuerte, que no dude nunca, aunque se equivoque. Es el tipo de personalidad que, en estas circunstancias, parece obtener adhesión.”
A los observadores políticos les resulta difícil comprender cómo un hombre que se explaya tan poco en materia de políticas puede lograr tanta adhesión. Cuando alguien en una asamblea popular reciente en Iowa gritó “¿cómo?”, en respuesta a una promesa vaga, Trump gritó en tono desafiante “¡solo observen!”. Su éxito parece radicar en su capacidad para convencer a la gente de consumir una marca que él cultivó como jefe de El Aprendiz.
“Durante casi una década, Donald Trump estuvo en la pantalla televisiva una vez por semana haciendo el papel del político más exitoso y dinámico de Estados Unidos”, declara Frum. “No es como Beppe [Grillo, líder del populista Movimiento Cinco Estrellas], en Italia. Él juega a ser un comandante en jefe… que sabe cómo hacer las cosas”.
Eso es poco consuelo para los republicanos conservadores. Si bien algunos pueden racionalizar su éxito como el producto de una marca global que dominó los medios sociales con fines electorales, esto no ayuda a los candidatos centristas, el senador de Florida Marco Rubio, exgobernador de Florida, Jeb Bush, gobernador de Ohio John Kasich, y el gobernador de Nueva Jersey Chris Christie, que están luchando para tomar postura.
Cuando los ciudadanos de Iowa asistan a las asambleas populares los lunes y los residentes de Nueva Hampshire voten ocho días más tarde, el mundo estará atento para ver si los republicanos viran de nuevo a un candidato más tradicional del Partido Republicano, o si el empresario de Manhattan demostrará que puede sellar el pacto.
El establishment republicano conservará la esperanza de que Ken Crow, activista del Tea Party en Iowa, se equivoque al afirmar que los estadounidenses votarán por Trump porque “es John Wayne en un traje de Armani”.
EL CRONISTA