El misterioso mensaje de Balcarce, el perro presidencial de Macri

El misterioso mensaje de Balcarce, el perro presidencial de Macri

Por Fernando González
En política, como en el fútbol, lo que importa son los resultados. Y el resultado de las elecciones presidenciales confirmó que la estrategia comunicacional de Mauricio Macri fue exitosa. Por eso, es el Presidente. Y por eso, el gobierno del PRO mantiene en términos comunicacionales una estrategia similar a la que los llevó a la Casa Rosada.
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La característica principal es el uso intensivo de las redes sociales digitales y de los grandes medios tradicionales donde vuelcan una dosis permanente de noticias institucionales mezcladas con hechos aparentemente banales que el macrismo identifica como herramientas de conexión con la sociedad. Hasta el 10 de diciembre la sociedad era básicamente el electorado y, desde entonces, la sociedad es la ciudadanía. En ese contexto, entre las fotos de estos días de los encuentros solemnes en Davos con Joe Biden, David Cameron o la reina Máxima de Holanda, apareció la imagen inesperada del perro Balcarce sentado en el sillón de Rivadavia.
Como era previsible, la difusión de la foto del perro de Macri sentado donde sólo puede hacerlo el Presidente desató una polémica nacional. De inmediato, los dirigentes de la oposición salieron a despedazar públicamente la iniciativa macrista y los funcionarios y legisladores oficialistas ejercieron una defensa cerrada del evento perruno. La grieta tan característica de estos tiempos de transición bajó desde lo alto de la pirámide ciudadana hacia el fragor incandescente de los estratos medios. Quienes votaron a Macri el año pasado no dudaron en elogiar la exhibición de Balcarce como paradigma de la desacralización del poder. A los antimacristas, la imagen los defraudó, los encolerizó y les dio asco. Para usar un neologismo kirchnerista popularizado por el ahora mucho menos popular cantanto Fito Páez.
Personalmente, me gustan los perros y los he tenido, criado y cuidado toda la vida como mascotas fieles y entrañables. Pero la imagen de Balcarce en el sillón de quien debe rescatar a la Argentina de la intolerancia, del 30% de inflación anual y de los 15 millones de pobres que siguen esperando un país más igualitario no me convenció. Todo lo contrario, me entristeció. Prefiero el relax familiar que Macri cultiva en las fotografías de los fines de semana en la quinta Los Abrojos, prefiero los exabruptos incorrectos del ecuatoriano Jaime Durán Barba y suscribo a las camisas sin corbata de Marcos Peña. Pero la Casa Rosada es el lugar donde el Presidente debe resolver las demandas dramáticas que le confiaron la mayoría de los habitantes del país adolescente. Y allí los perros están simplemente de más.
Claro que el Gobierno tiene sus propias ideas al respecto. La imagen de Balcarce en Facebook fue vista por más de un millón de personas. 260.000 de ellos la coronaron con un “me gusta” y motivó a que más de 23.000 usuarios de la red social volcaran allí sus comentarios. Las frases más favorables fueron las que desparramaron los fanáticos de los animales. Se deshicieron en elogios y algunos llegaron a reclamar hospitales públicos para las mascotas. El resto, se dividió a favor o en contra, y casi siempre a partir de sus simpatías políticas.
La evaluación macrista sobre el impacto del perro presidencial es positiva. Las críticas les parecen apenas una nueva versión de rezongos extraviados provenientes de esa abstracción derrotada a la que llamaron el círculo rojo. Ayer le preguntaban en el diario La Nación al macondiano Durán Barba qué pensaba de la foto del perro de Macri. “Que no nos tomamos en serio. Que nada hay más importante que reírse de sí mismo”, dijo. “Que si ponemos a Balcarce cuando Mauricio es presidente, estamos diciendo ‘no nos la creemos, no somos dioses, somos seres humanos comunes’. Es el mensaje más profundo de la campaña de Mauricio”, concluyó. Allí está el corazón del misterioso mensaje traducido por sus propios dueños.
Macri cree que su estrategia comunicacional fue exitosa en la campaña y que seguirá la misma senda ahora que es presidente. Si los logros económicos y sociales acompañan su gestión es muy probable que el perro Balcarce pase a la celebridad como un eslabón entre la prehistoria de la comunicación política y la modernidad del inquietante universo digital. Claro que si las cosas no resultan según lo planeado, el dueño legítimo por cuatro años del codiciado sillón de Rivadavia aprenderá de modo violento la diferencia sustancial que existe entre un candidato y un Presidente.
EL CRONISTA