27 Jan Murió Marvin Minsky, legendario pionero de la inteligencia artificial
Por Nora Bär
Con su sonrisa de diablillo, sus camisas arrugadas, su impaciencia y sus afirmaciones provocativas, Marvin Minsky tenía el aura del genio que sólo se deja seducir por empresas monumentales. El legendario pionero de la inteligencia artificial, que murió el domingo en su casa de Boston a los 88 años por una ataque cerebral, fue capaz de vislumbrar el futuro como pocos.
Matemático de formación, a poco de graduarse se apasionó por la posibilidad de dotar de inteligencia a las máquinas. En el camino, desafió nociones aceptadas tanto en la ciencia como en la filosofía, ayudó a inspirar el concepto de la computadora personal, se anticipó a la Internet y al movimiento del software libre, diseñó algunos de los primeros scanners visuales y sensores táctiles, estuvo involucrado en la creación de la tortuga del programa Logo, que se convertiría en el primer cursor, y hasta desarrolló el primer microscopio confocal.
En 1992, Minsky vino a Buenos Aires cuatro días invitado por el ingeniero Horacio Reggini, que contribuyó a la difusión de sus ideas. Dio tres conferencias, descansó en el campo bonaerense, anduvo a caballo, recibió el título de “ciudadano honorario” y fue aplaudido como una estrella de la ciencia.
Su aguda inteligencia, su curiosidad sin límites y sus ideas desafiantes, dejaron una huella profunda en discípulos brillantes que también harían historia (como el futurólogo Ray Kurzweil, y el matemático e inventor de supercomputadoras Danny Hillis). Sus teorías revolucionaron las nociones sobre cómo funciona el cerebro y cómo aprende.
Minsky nació en Nueva York en 1927 y desde chico demostró inclinación por la ciencia. Estudió matemática en Harvard y se doctoró en Princeton, pero muy pronto, mucho antes de que las neurociencias pudieran estudiar el cerebro con técnicas como la resonancia magnética nuclear, lo deslumbró el problema de la inteligencia y la posibilidad de recrearla en las computadoras. En 1958, junto con John Mc Carthy, que había sido compañero de doctorado, creó el programa de inteligencia artificial del MIT.
Alrededor de una década antes se había construido la que puede considerarse la primera calculadora universal, Eniac, diseñada en la Universidad de Pensilvania. Era un monstruo electrónico más parecido a una habitación que a una máquina. Tenía 18.000 tubos de vacío, 10.000 condensadores, 6.000 interruptores y una maraña de cables de conexión, todo empaquetado en una caja de 30 metros de largo, 3 de alto y 90 centímetros de profundidad que pesaba alrededor de 30 toneladas. Asegura la leyenda que las luces de Filadelfia se atenuaron el día en que comenzó a funcionar, pero realizaba en 30 segundos lo que a una persona provista de una calculadora mecánica le insumía 20 horas de trabajo.
Máquinas inteligentes
En esos días, muchos teóricos pensaban que los principios necesarios para acrecentar la potencia de las máquinas ya se dominaban y sólo se necesitaban nuevos logros de ingeniería para el almacenamiento de enormes cantidades de datos.
Minsky, por el contrario, no dudó en sostener que la meta de las máquinas inteligentes sólo se alcanzaría por medio de nuevas concepciones acerca de la estructura de la mente y de la naturaleza del pensamiento.
En su libro La Sociedad de la Mente (Ediciones Galápago), organizado en 30 capítulos a través de los cuales analiza una idea diferente en cada página, trata de explicar cómo puede surgir la inteligencia de algo no inteligente y llega a la conclusión de que la mente está formada por numerosos procesos más pequeños a los que da el nombre de “agentes”. Según su teoría, por sí sólo cada agente es tonto y no es capaz más que de realizar una tarea sencilla que no requiere en absoluto de mente ni de pensamiento. Para Minsky, era la reunión de esos agentes en sociedades lo que permitiría la aparición de la verdadera inteligencia.
“Marvin fue uno de los pocos cuya visión y perpectivas liberaron a la computadora de ser una gloriosa máquina de sumar para comenzar a realizar su destino como uno de los más poderosos amplificadores de emprendimientos humanos”, le dijo Alan Kay, uno de los padres de la computación personal, a Glenn Rifkin, de The New York Times.
Era una personalidad magnética, que cautivaba y desafiaba a sus alumnos. Su colaboración con el también matemático Seymour Papert, que (influido por las ideas de Piaget) desarrolló el lenguaje de programación Logo, y con Nicholas Negroponte, creador del Media Lab, del MIT, fue un momento estelar en el desarrollo de las computación. Poseído por un amplio rango de intereses, había sido un prodigio musical infantil y solía improvisar fugas barrocas en el piano electrónico de su oficina.
“Su genialidad era tan evidente que definía la palabra «asombroso»”, le comentó Negroponte a John Horgan, que escribió un perfil sobre Minsky para Scientific American en 1993.
Visionario como su amigo Isaac Asimov, hace casi un cuarto de siglo, en la entrevista con LA NACION realizada durante su visita a Buenos Aires, se adelantaba al mundo que hoy ya estamos empezando vislumbrar : “La realidad virtual es el futuro, porque el mundo es estúpido –dijo–. En el mundo real, si usted tiene una mesa, ella no tiene conciencia de eso, es sólo un manojo de átomos. Lo maravilloso acerca de la realidad virtual es que nos proporcionará un mundo en el que las cosas realmente tendrán sentido. En el mundo virtual, esta silla sabrá que es una silla, cuando uno termine de jugar, los juguetes se guardarán solos, todo estará limpio y tendrá sentido, será más eficiente y no perderemos tiempo. Viviremos en una suerte de Bujolandia. Ahora, el mundo es como un mal hotel. Algunos no se dan cuenta de cuan aburrido puede ser.”
LA NACION