Los primeros CIEN AÑOS DE LA PATRIA

Los primeros CIEN AÑOS DE LA PATRIA

Por Miguel De Marco
Los sucesos de mayo de 1810 en Buenos Aires, no constituyeron, por cierto, la mera exteriorización de enconos más o menos recientes entre peninsulares y criollos, sino que fueron consecuencia de hechos que abarcaron, en sus manifestaciones más cercanas, el último cuarto del siglo XVIII y la primera década del XIX. Todo un universo de ideas y de prácticas políticas y económicas entró en crisis como consecuencia de hechos tan significativos como la emancipación de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. Ambas proyectaron principios renovadores que hallaron eco en los hispanoamericanos, a la vez que provocaron modificaciones sustanciales en la vida europea. En España, algunos hombres de Estado comprendieron la necesidad de urgentes cambios en las posesiones de América, para evitar una separación que estaba en los espíritus criollos y que conocían sobradamente por informes de diferente origen, pero sus proyectos fracasaron por la incomprensión de los Borbones y la influencia de sus favoritos. La versatilidad de la política exterior de la Península la puso finalmente en manos de Bonaparte.
La Junta Central, que asumió el poder en nombre del rey ausente sin comprender el papel que les correspondía a las colonias americanas, demostró, al asignar en su seno a los virreinatos y capitanías del nuevo mundo una representación desigual y mezquina, que no le preocupaba esa “igualdad desigual” que buscaba obtener los recursos de las colonias sin reconocerle parte ni adecuados derechos.
No es extraño que, frente a esa postura, mantenida también en las Cortes de Cádiz, los fermentos de libertad hallaran apropiado terreno en casi todas las colonias del Nuevo Mundo, a punto tal que 1810 marcó el comienzo de una insurrección que, con diferentes características y matices, y con diversa fortuna, se expandió rápidamente hacia los distintos rumbos. En ese marco, en mayo de ese año se produjeron en Buenos Aires acontecimientos que culminaron con la decisión de constituir un gobierno cuya organización político-jurídica se asemejó al modelo de juntas vigente en España. La Junta de Mayo, primer gobierno patrio presidido por el coronel Cornelio Saavcdra, entre cuyos integrantes se hallaban hombres de ideas contrapuestas con respecto a los alcances y modos de encarar la marcha de los sucesos, se encontró con graves problemas internos y externos por resolver, sin que contribuyese a clarificar la situación -antes bien, agravándola- el juramento de fidelidad al rey Fernando VII, contra cuyas tropas luchaban las fuerzas patriotas que decían defenderlo. La organización política, el reorde-namíento social y la creación de bases económicas mínimas que permitieran sostener el aparato público y ayudaran a las luchas contra los realistas, llevaron a fuertes y constantes tensiones que generaron la lucha entre facciones, dificultaron la estabilidad de los sucesivos gobiernos y llevaron a una perniciosa indefinición. Desde los momentos iniciales, hubo marchas y contramarchas, a punto tal que la primitiva idea igualadora de reunir un congreso compuesto por diputados de las ciudades, sin distinción jerárquica alguna entre ellas, para dictar la Constitución que rigiera al Estado y designar a quien lo gobernara, cedió a la postura centralista que pretendió concederle a la antigua capital del Virreinato, Buenos Aires, la potestad de conducir los destinos de la entidad política que a fines de 1811 ya recibía el nombre de Provincias Unidas del Río de la Plata. La respuesta a esa actitud sostenida por las armas, fue la separación del Paraguay, la rebelión de la Banda Oriental -excepto Montevideo, que se mantuvo durante cuatro años en poder de los realistas-, y la guerra civil que no tardó en encenderse mientras se realizaban extraordinarios esfuerzos para vencer a los ejércitos del rey.
Expansión de la causa revolucionariaLa lucha contra los realistas sufrió constantes vaivenes, a los que no fueron ajenos los ajetreos y discrepancias políticas entre las facciones patriotas. Pese a la inferioridad numérica y material de los ejércitos patrios, pudieron lograr la victoria final, a la que concurrieron las otras naciones del norte de la América meridional, gracias a que se aplicó una concepción estratégica continental, frente a la actitud defensiva y meramente regional de las autoridades españolas. Dos hechos fundamentales fueron la conquista de la plaza de Montevideo, tras la victoria naval obtenida por Guillermo Brovvn, y la campaña de José de San Martín en Chile y Perú. Ambas demostraron una clara visión de los objetivos militares, particularmente frente a la imposibilidad de penetrar en el Alto Perú, luego de que la victoria de Belgrano en Salta fuera esterilizada por sucesivas derrotas. La falta de flexibilidad de las autoridades de Buenos Aires y los criterios marcadamente localistas de quienes asumieron el poder en el litoral, produjeron una crisis de dominación en el campo revolucionario, que llevó a la necesidad de concretar el objetivo final de la guerra, ocultado por razones de política internacional: la declaración de la independencia, en San Miguel de Tucumán, el 9 de julio de 1816, por decisión del congreso nacional allí reunido. En el seno de esa asamblea, como en el periodismo, se consideraron con fervor las alternativas acerca del sistema de gobierno. Si desde 1810 había regido la forma republicana, apoyada por hombres de experiencia y saber, surgían importantes apoyos a la monarquía constitucional, provenientes principalmente de quienes eran conscientes de la resistencia que aquella provocaba en las potencias europeas, dada el aura revolucionaria que se le atribuía. En vez, los escasos partidarios de la monarquía absoluta fueron contemplados con desdén, dado que miles de americanos vertían su sangre en los campos de batalla para combatir a su representante por antonomasia: Fernando VIL.
Unitarios y federales
Por otro lado, las opiniones se dividían entre los partidarios del centralismo, principalmente porteños, que preferían mantener el orden intendencial preexistente, y los que aspiraban a reemplazarlo por un sistema de ciudades-provincias con igualdad de poderes. La crisis concluyó con la derrota infligida por los caudillos del litoral al régimen directorial en Cepeda (Io de febrero de 1820), cuando éste había perdido su principal ejército a raíz de la sublevación de Arequito. Cada provincia se encerró sobre sí misma. Y para remarcar su voluntad de aislamiento se titularon, por ejemplo, República de Corrientes, República de Mendoza, etcétera. La provincia de Buenos Aires, prevalida de su poderío económico concentrado en la Aduana, concretaría medidas que levantarían enconos perdurables. El alejamiento del territorio argentino de la guerra por la emancipación hizo que, en vísperas de su conclusión como consecuencia de la capitulación de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), renaciera la preocupación por dar un ordenamiento constitucional a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ese mismo año se reunió en Buenos Aires un congreso constituyente que comenzó por crear un sistema provisional confederal a través de la Ley de Presidencia (1825). Estos buenos auspicios se frustraron por dos causas diferentes: la guerra contra el imperio del Brasil, que había invadido la Banda Oriental, y la federalización parcial de la provincia de Buenos Aires como capital de la República. La firma de un tratado de paz no autorizado por el Poder Ejecutivo, cuando se habían alcanzado victorias militares, trajeron la renuncia del presidente Rivadavia, jefe del partido unitario, y la posterior disolución del Congreso.
El coronel Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires en ejercicio de las relaciones exteriores, suscribió la paz con Brasil y reconoció la independencia de la Banda Oriental y la libre navegación de los ríos interiores. Esta decisión acrecentó el resentimiento del ejército que acababa de regresar al país y provocó el golpe de estado del Io de diciembre de 1828, encabezado por el general Juan Lavalle, incitado por los líderes unitarios.
El advenimiento de Juan Manuel de Rosas al poder como gobernador de Buenos Aires desde 1829 hasta 1852, con un interregno en el cual no estuvo ausente su influencia decisiva, significó la victoria del centralismo porteño y constituyó el triunfo de una autocracia paternalista que, poco a poco, uniformó a los argentinos tanto en los colores de sus vestimentas y sus divisas como en la obligada devoción al hombre que, a partir de 1835, ejerció el gobierno con la suma del poder público. La reacción de sus adversarios se tradujo en constantes revoluciones y campañas militares sostenidas por los unitarios, denominados de ese modo aunque en el espectro de la oposición a Rosas se encontrasen los antiguos seguidores de Rivadavia, los federales del interior, los hombres de ideas definidamente liberales y aun los federales cismáticos o lomos negros que habían debido optar por el destierro, después de la drástica limpieza realizada por don Juan Manuel en 1835 en las filas de la administración y del Ejército. La desaparición de los dos grandes contrapesos de Rosas, el riojano Juan Facundo Quiroga y el santafesino Estanislao López, había acentuado la hegemonía del régimen. Toda una generación decisiva para la transformación del país después de la caída de Rosas, la del 37, se templó en la diáspora sudamericana. Uruguay, Bolivia, Brasil, Chile, Perú y otras tierras aún más lejanas fueron ámbito propicio para combatir de distintas maneras al gobierno de quien se ocupaba, por delegación de las demás provincias, no sólo del manejo de la propia sino de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, y de la conducción
de hecho del resto de la República. En las constantes luchas civiles de ese prolongado período, tuvieron su parte las potencias extranjeras. Francia desde 1837 hasta 1840, y aliada con Gran Bretaña a partir de 1845, hicieron notar su presencia naval en aguas argentinas, para sostener reclamaciones o apoyar la acción de los emigrados. Rosas no se amilanó y ordenó una resistencia tenaz, que le permitió obtener la firma de tratados que dieron satisfacción a buena parte de las reivindicaciones argentinas. En cambio, los sucesivos reclamos ante el gobierno inglés no lograron la devolución de las islas Malvinas, usurpadas en diciembre de 1833. En el plano de las “tensiones periféricas”, la Argentina mantuvo conflictos con Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay, a raíz de las alianzas de éstos con los adversarios de Rosas, las cuales se sustentaron en la arena diplomática como en el terreno de las armas.
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