13 Jan La ruta mutante de un camaleón
Por César Livak
Por esos días -mediados de los ’70-, Bowie nos llevaba al diccionario: Androginia… Glam… Camaleónico… ¿Qué significaba todo eso? Obviamente, nada de guglear. Como mucho, a esperar hasta que saliera la nueva Pelo y ver qué explicaba… Es que no se puede tratar de dejar claro el legado de David Bowie sin subrayar esas cualidades.
Con The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars -sí, así de largo es el título del disco lanzado el 6 de junio de 1972, por eso, simplemente Ziggy Stardust- lo cambia todo. Se profundiza la idea del disco conceptual e introduce, en un universo decididamente machista como el rock, la ambigüedad sexual. Y el anuncio de que estamos frente a un artista camaleónico, que a lo largo de su carrera irá adoptando múltiples ropajes, tanto estéticos como sonoros.
Y luego, al margen de la obsesión por el espacio exterior que ya había anticipado en 1969 con su primer gran clásico, Space Oditty -ecos naturales de la Carrera Espacial como batalla clave entre Estados Unidos y la URRS y el hombre pisando la Luna Apolo XI mediante- estaba lo estético. Bowie lleva al rock la teatralidad: convirte el escenario en un vodevil. A partir de él, ver rockeros disfrazados dejará de ser original. Y queda firme una etiqueta: el glam rock.
Y dale, dale con el look: ropaje propio de un súperheroe lisérgico, rayos estampados con purpurina y ese raro peinando nuevo de corte asimétrico y teñido del rojo que aman las vedettes, todo eso mostraba Ziggy… Y encima, para completar un look que años después sería fuente de referencia para producciones de moda en Vogue, esos ojos bicolor que lo hacían aún más excéntrico: un marciano en el Planeta Rock. En este caso, no era un artificio sino el resultado de un accidente de la adolescencia. A los 15 años, peleándose por una chica con su amigo George Underwood -que llevaba anillo-, David recibió una piña en su ojo derecho. Debió ser operado varias veces, pero no pudo evitar que una pupila quedara dilata en forma permanente.
Siempre estuvo a la vanguardia, con un pie en el underground y otro en el mainstream. Y así como no le importaba mostrase distinto, diferente en su aspecto exterior, tampoco dudó en blanquear sus sentimientos más íntimos. Llegó a declararse homosexual en la Melody Maker, algo de lo que años más tarde renegaría.
Hay pocos fans tan fans como los suyos: la de Bowie es una religión sin ateos dentro del rock. Siempre dispuestos al debate, entre los feligreses hay consenso en destacar el valor supremo de lo que se conoce como “la trilogía de Berlín”, formada por los álbumes Low, Heroes y Lodger, etapa en la que colabora con Brian Eno. La fase berlinesa era la continuidad de “los años de la cocaína”, días de interminables juergas londinenses.
En Berlín llegó a compartir departamento con un tal ggy Pop. Y es en la ciudad alemana, también, donde formará una sociedad artística junto a Lou Reed que derivará, con Bowie como productor, en uno de los mejores discos del Gran Poeta de Nueva York, Transformer.
Y el camaleón siguió mutando, claro. Cuando el mundo, en los ’80, pasó a moverse al ritmo de la disco music, ahí estaba el Duke llevando gente a las pistas al ritmo “Let’s Dance”, por ejemplo. Y para alimentar el morbo del rumor/mito urbano que hablaba de un encuentro íntimo con Mick Jagger, juntos hicieron un éxito de “Dancing in the streets”, aquel clásico de la Motown.
Hacia el final de la década, se integró a Tin Machine, para muchos una etapa fallida que preanunciaba, acaso, los años más erráticos de su carrera.El renacimiento unánime lo marcó The next day, su ante último disco, lanzado en 2013. Para entonces, una constante eran los rumores acerca de su salud… Pocas apariciones públicas, mucho misterio y este final cantado, que ahora tantos dicen haber visto claramente con el lanzamiento de Blackstar, la semana pasada, justo en el día de su cumpleaños 69.
Y en cada uno de esos discos, cómo olvidar La Voz… esa voz grave, toda una marca registrada, inimitable y llena de matices. Desde hoy, La Voz del Duke ya suena para siempre; nadie como él ha hecho tanto para llegar al espacio.
Por ahí debe andar…
CLARIN