La ficción como una adicción

La ficción como una adicción

Por Federico Lisica
En 1987 dos canales de Chicago sufrieron la interferencia en su señal de un sujeto disfrazado como el protagonista de la serie cyberpunk Max Headroom. El pirata mediático se pavoneó al aire, insultó, mostró sus nalgas y luego desapareció sin dejar rastros, convirtiéndose en uno de los eventos más enigmáticos, comentados, revulsivos y nerviosos de la tevé estadounidense. Los mismos adjetivos le caben a una de las series mejor recibidas en este 2015, Mr. Robot (Space). Incluso el episodio podría ser mencionado en este producto que ha sido catalogado como un “club de la pelea” de hackers. La historia del genio de las computadoras que va socavando el sistema desde una organización secreta (Fsociety), también es un retrato dramático de corte tech y noir, que se apoyó además en la gran interpretación de Rami Malek. Un joven con problemas psiquiátricos, drogodependiente, desamparado y notable, que descuella interfiriendo programas informáticos para hacer caer el orden establecido.
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El subtexto sobre las normas sociales que propone la ficción también es sugerente: no hay bienestar posible dentro o fuera de la pantalla. “Es un programa raro sobre personajes extraños: pensé que íbamos a ser una serie de culto, que no íbamos a salir de ahí. Así que este éxito es un impacto total”, le dijo a este diario Sam Esmail, el creador de la serie de diez episodios que tiene confirmada su continuación para el 2016. Mr. Robot, por otro lado, fue una de las tantas series que tuvo su resonancia con la realidad. El final sufrió un retraso ya que el episodio tenía similitudes con los de uno de una matanza de periodistas acontecida en Virginia. Lo mismo sucedió tras los atentados terroristas en París durante noviembre (Legends, Supergirl y NCIS: Los Angeles fueron pospuestas). Los creadores de Homeland (FOX), por su lado, incorporaron a ISIS, Charlie Hebdo y Edward Snowden dentro del guión de su quinta temporada. Otro dato colorido, o mejor dicho, pintoresco sobre el periplo de Carrie Mathison. Grafitteros que habían sido contratados para darle “veracidad” a las calles de Medio Oriente, colaron mensajes críticos hacia la misma serie (“Homeland es racista”).
Entre los estrenos hubo más protagonistas adictos, inadaptados, hiperurbanos, con fallas pero con un plus que los vuelve poderosos. Limitless (Space) y Blindspot (Warner) se sumaron a este mandato al igual que Jessica Jones (Netflix). ¿Puede un programa nacido de un comic servir como alegato contra la violencia de género sin perder de vista su función de entretenimiento?, ¿es posible entregar una de superhéroes donde (casi) no hay superpoderes retratando, con humor negro y sensibilidad, el presente de una mujer golpeada? Absolutamente sí. En sus trece –muy neoyorquinos– episodios, la heroína salió a la caza de un mentalista que la dominó y abusó físicamente. Y Jessica (Kysten Ritter) lo hizo desgreñada, alcoholizada, confundida, con bastante que perder. Esta fue la segunda entrega de la plataforma audiovisual web en unión con Marvel (previamente había lanzado Daredevil). Así como la casa de comics siguió ampliando su oferta en la tevé paga con Agent Carter (Sony), el desembarco en Netflix se dio bajo una línea más lúgubre y áspera (el denominado “grim & gritty”) de los cuadritos a colores llevados al plano audiovisual.
Este servicio de On Demand dio otro batacazo con el alojamiento de Better Call Saul (original de la AMC), continuación y precuela de Breaking Bad focalizada en el abogado encarnado por Bob Odernkirk. Aunque fueron sus producciones originales las que siguieron destacándose con su torcedura (más que el quiebre) de los códigos televisivos con producciones de alto vuelo, temáticas poco transitadas y actuaciones de actores top. En Sense 8, por ejemplo, los hermanos Wachowski dieron rienda suelta a sus epifanías globales. Es cierto, los creadores de Matrix pueden pecar de grandilocuentes, pero no son muchos los que asumen complejidades narrativas en sus tramas junto con una estética y montaje desbordante. Los dramas y thrillers Narcos (la historia de Pablo Escobar contada por agentes de la DEA) y Bloodline (una auténtica tragedia griega familiar pero situada en Florida) profundizaron la línea intencionadamente dura de sus dramas. Las comedias Master of None (protagonizada por Aziz Ansari) y Unbreakable Kimmy Schmidt (con el toque autoral de Tina Fey) lograron que el género de la risa no quedara tan rezagado.
Dentro de la “nueva edad de oro de la tevé”, los aplausos no parecieran estar dirigidos a series como You are the worst (FOX Comedy), Brooklyn Nine Nine (TBS), Veep o Silicon Valley (ambas de HBO). Productos disímiles y que desde hace algunas temporadas triunfan en eso de lograr unas buenas carcajadas, al contrario de lo que sucede con ciertos dramas, que en su intención de mostrarse como contenido de calidad, saturan con fórmulas previsibles.
Lo dicho no aplica a Fargo (DirecTV), extraña y bienvenida antología de la ficción actual. Su creador, Noah Hawley, recurrió al mismo pathos tenebroso y sarcástico de la película de los hermanos Coen pero con un gran nivel de libertad. Tampoco a emisiones como The Knick, con una segunda temporada oscurísima y sublime o Show me a hero (ambas de HBO). En esta miniserie de seis episodios, David Simon ofreció una historia mínima y universal centrada en un conflicto inmobiliario sucedido a finales de los ’80 en Yonkers, caso que destapó la irresoluta cuestión racial. Sólo el creador de The Wire y Treme parece capaz de hilvanar tantos hechos y vidas, metiendo el dedo en la llaga en tópicos urticantes con elocuencia visual y compromiso político.
En su quinta temporada Game of Thrones (HBO) supo congeniar su sadismo con premios y elevar la vara del fanatismo a límites insospechados, paradójicamente, a pura muerte de los personajes más queribles. Sólo The Walking Dead (FOX) puede competir bajo los mismos parámetros. En este 2015, tuvo un spin off (Fear The Walking Dead por AMC) y Rick Grimes estuvo más salvaje que antaño. Según el creador, Robert Kirkman, los humanos ahora golpean antes que los zombies.
El terror se embadurnó de pop en American Horror Story: Hotel y Scream Queens (ambas de FOX). Con la presencia de Lady Gaga en una, y pervirtiendo el subgénero de las fraternidades en la otra, las series de Ryan Murphy llevaron el género hacia una locura pastiche. Lo mismo sucedió con Ash Vs. Evil Dead (FOX Life), secuela la saga cinematográfica, que entre el humor bobo y el miedo bien logrado, incluye certeras observaciones sobre unos Estados Unidos resacosos.
Este 2015 marcó el fin de emblemas como la franquicia CSI (AXN) o la estilizada Mad Men (HBO) con despedidas a pura pompa. No puede decirse lo mismo de Hannibal (AXN), concebida por Bryan Fuller como un “mash up” de todas las películas y las novelas sobre el doctor Lecter. La relectura del icónico caníbal tenía el aval de la crítica, un buen nicho de público, pero su cadena original (NBC) decidió no continuar con una cuarta temporada por los altos costos de producción y un rating esquivo según sus parámetros. Rápidamente sus productores lanzaron una campaña viral para lograr su continuación, pero no hubo interferencia que hiciera cambiar la decisión.
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