13 Dec Orden y desorden en los tiempos de los caballos patrios
Por Emiliano Tagle
En un breve plazo, entre 1825 y 1835, los usos y costumbres, las normas, los robos y la Campaña, fueron cambiando la figura del caballo perteneciente al Estado, y ya no era tan fácil reconocerlo. Juan Manuel de Rosas, en sus Instrucciones a los Mayordomos de Estancias, allá por el año 1825, ya utilizaba la denominación caballo patrio, diciendo: “Si algunos cayesen a las estancias, y se ve que indudablemente son patrios, en este caso se echarán a la cría, y en ella estará sin tocarse, hasta que se presente algún soldado o algún oficial pidiendo auxilio: en cuyo caso se le dará de los patrios, sin decirle que es patrio el caballo que se le da.”
En “Cinco años en Buenos Aires, 1820 -1825”, por un inglés, nos relata: “Hubo tiempos en que los robos de caballos, riendas y monturas eran muy frecuentes, en las calles, pero la vigilancia de la policía ha dado fin a estas irregularidades. Todo caballo tiene una marca de fuego que indica su procedencia”.
El gobernador Rodríguez, el 23 de mayo de 1829, decretó al caballo como un artículo de gue¬rra. El 27 de enero de 1830 Rosas decreta que “Los caballos del Estado que han sido señalados con la oreja cortada, serán marcados con la letra P, en el término de cuatro meses contados desde la fecha”, a continuación expresaba “Vencido el plazo, la sola señal de la oreja cortada no dará derecho al Estado para apoderarse de los caballos, y se considerarán de la propiedad del hacendado cuya marca llevaren”. Posteriormente el 26 de febrero de 1831 establece penas para aquellos que alteren las marcas de los caballos del Estado.
La denominación Caballo Patrio nace oficialmente el 23 de marzo de 1831 con un Decreto de Rosas donde dice: “Todos los caballos del Estado, tengan o no la oreja cortada, como sean de cualquiera de las marcas de la Provincia, serán llamados en adelante caballos patrios”.
Debemos imaginarnos como los caballos en plena campaña podían terminar en otra provincia o en alguna toldería, para luego ser vendidos y seguramente remarcados. Bastante gráfico, en este punto, es el Plan de Fronteras elevado en 1816 por el coronel Pedro A. García: “No será exceso asegurar, que en lo que ocupa la línea de frontera exceden los robos anuales de 40.000 cabezas de ganado vacuno, y acaso igual o mayor número de caballos, yeguas y muías; sin que basten a contenerlos las reconvenciones del gobierno, y sus reiteradas ofertas de bue¬na amistad; porque siendo sus campos tan dilatados, como sus poblaciones en pequeñas tribus, eluden fácilmente el cargo”.
Esto causó mucha preocupación en las autoridades, en primer lugar porque desde 1831 no era necesario que el caballo patrio tenga la oreja cortada, cosa fácil de identificar, sino que tuviera la marca correspondiente; esta marca era posiblemente remarcada, o borrada como se decía.
Entre 1833 y 1834 Rosas realizó la Campaña al Desierto con algo más de 5000 caballos, en su mayoría patrios, rescatando de las tolderías a 707 cautivos.
Con el tiempo, allá por 1870, el caballo patrio sufrió algunas críticas, recordamos a Eduardo Gutiérrez en Juan Moreira: “… caballo flaco, que de puro hambriento y bichoco, parecía un caballo patrio” o en similar sintonía a Lucio V. Mansilla en Una excursión a los indios Ranqueles “Empecemos porque le falta una oreja, lo que, desfigurándole, le da el mismo antipático aspecto que tendría cualquier conocido sin narices. Está siempre flaco, y si no está flaco, tiene una matadura en la cruz o en el lomo; es manco o bichoco; es rengo o lunanco; es rabón o tiene una porra enorme en la cola; está mal tusado, y si tiene la crin larga hay en ella un abrojal; cuando no es tuerto tiene una nube; no tiene buen trote ni buen galope, ni tranco ni sobrepaso.”
LA NACION