10 Dec Perplejidades de un espectáculo para pensar
Por Pablo Gianera
Nos acostumbraron, o nos acostumbramos, a que había que pensar antes de hablar. Pero esa sensata recomendación oculta que en realidad el pensamiento empieza a ser comprensible, incluso para uno mismo, recién cuando se lo pone en palabras. El pensamiento nace en el pulso de la escritura.
Hay en el arte experiencias que ponen especialmente a prueba esta presunción. En mi caso, una de ellas fue la audición de For Philip Guston, la obra que Morton Feldman escribió en 1984 para piano, flautas y percusión. La particularidad de esta pieza es que su duración ronda las cinco horas.
El Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín programó su estreno a principios de noviembre de 2005. Entré a la Sala Casacuberta a las seis de la tarde y salí de allí pasadas las once de la noche. Aun cuando había estado ya en el estreno del Segundo cuarteto (duración: más de cinco horas), esa vez tenía otro propósito.
La pieza de Feldman es un homenaje al pintor amigo (Guston), pero bajo la forma de la “historia de dos personas”. Era claro que una historia así no cabía en menos de cuatro o cinco horas. Hay otra idea de Feldman que resulta de lo más pertinente para For Philip Guston: “No soy un relojero. Estoy interesado en alcanzar el tiempo en su existencia no estructurada. Quiero decir, estoy interesado en saber cómo vive esta bestia salvaje en la selva, no en el zoológico. Me interesa el modo de existencia del tiempo antes de que le pongamos las manos encima”.
En la pieza de Feldman, todo pasa lentamente y, en este sentido, la fatiga de quien escucha juega a favor porque produce un efecto alucinado e hiperlúcido. For Philip Guston no progresa ni se desarrolla; se extiende como una alfombra. Es una superficie sobre la que se verifican levísimos cambios de color, de perspectiva. Trafica con avances virtualmente estáticos y desplazamientos mínimos. Feldman había llegado a la conclusión de que la conciencia extrema de los materiales musicales nubla los contenidos. A la manera de un pintor, Feldman también usa un lienzo, pero el suyo es un lienzo de tiempo. La noche anterior a ese concierto yo había dormido muy poco y muy mal. Pero ese déficit del sueño, que habría sido catastrófico para cualquier otra cosa y aun para cualquier otro concierto, resultó ser esta vez una suerte.
Me había obsesionado la posibilidad de encontrar un símil exacto en palabras de la pieza de Feldman, un tipo de pensamiento cuyo movimiento fuera el correlato del movimiento de la obra. La meta era tratar de concentrar esa totalidad en un objeto de contornos limitados, es decir, un ensayo. Después de todo, la música de Feldman simula entregarse al tiempo para que nosotros nos sintamos abandonados en él. El compositor estadounidense definía este efecto como una “desorientación de la memoria”, la misma que podríamos sentir también en un paisaje inalterado en el que cada signo es igual a los demás y por lo tanto nunca logramos ubicarnos con mínima precisión. Como Borges, Feldman sabía que el desierto podía ser un laberinto.
Algo, sin embargo, no funcionaba. En la Casacuberta, algunos leían, otros dormían y otros más (yo mismo entre ellos) salimos un par de veces de la sala para tomar aire. Un solo espectador no se movió de la butaca: Beatriz Sarlo. Ella había escrito ya en la revista Punto de Vista un artículo crucial sobre la experiencia del Segundo cuarteto en el que señalaba justamente aquello que yo perseguía: la duración como principio constructivo, aunque de un pensamiento no necesariamente musical, que tomara sin embargo de la música un tipo de sucesión de apariencia no causal. Al entregarnos al tiempo liso (cinco horas que pueden parecer veinte horas o un segundo), Feldman nos arrancaba del tiempo estriado de las horas de todos los días.
Sarlo apuntó en su artículo que esa experiencia de la duración activaba recuerdos que jugaban como piezas inesperadas. Yo no pude anular ese juego. Buscaba una variedad del pensamiento que no mostrara otra cosa que su transcurso y fui presa fácil de las evocaciones. Escribí después del concierto una crítica en la que, creo, nada de eso se notó. Pero, tras el fracaso, el proyecto quedó pospuesto.
El sábado 21 noviembre, horas antes del ballottage, For Philip Guston volvió a escucharse en Buenos Aires. No fue en la Casacuberta, sino en el foyer del Teatro Colón.
LA NACION