Jaime Correas: “Si Cortázar leyera mi libro preguntaría si todo fue realmente así”

Jaime Correas: “Si Cortázar leyera mi libro preguntaría si todo fue realmente así”

Por Silvina Premat
ando Julio Cortázar llegó a Mendoza tenía 29 años y firmaba todo lo que escribía -también las cartas personales- como Julio Denis. Cuando se fue, un año y medio después, en diciembre de 1945, lo hacía con su nombre real. Esa estadía en Mendoza fue clave para la vida del exitoso escritor en el que se convertiría ese muchacho alto, casi lampiño y algo ingenuo que era para entonces Cortázar. Así lo afirma el periodista y licenciado en letras mendocino, Jaime Correas, en su libro Cortázar en Mendoza. Un encuentro crucial (Alfaguara), que recibió días pasados el premio Género Ensayo (2012-2014) de la Academia Argentina de Letras e inspiró a su hija Paloma, estudiante de cine, un documental producido por el canal Acequia y disponible en YouTube con el mismo título que el libro. Ese año y medio Correas lo viene investigando desde hace casi tres décadas, cuando una profesora contó que había sido alumna del autor de Rayuela, y que en 2004 dio su primer fruto: Cortázar, profesor universitario (Aguilar). De paso por Buenos Aires para recibir el premio de la Academia de Letras y presentar su último libro Hechos polvo. Cadáveres errantes y degollados en la Argentina del siglo XIX (Olmo Ediciones), el autor dialogó con LA NACION.
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-¿Por qué en las biografías de Cortázar su paso por Mendoza es ninguneado?
-Creo que él mismo dejó a Mendoza en una zona gris porque cuando hacía alusión a ese tiempo lo minimizaba un poco. La propia Aurora Bernárdez me dijo, después de leer un artículo mío de 1993, que yo conocía más que ella sobre Cortázar en Mendoza. Me da la impresión de que él compartimentaba todo. Por ejemplo, Daniel Devoto contó que cuando con otros amigos despidieron a Cortázar en el puerto, para su primera ida a Europa, no sabían que tenía una relación con Aurora, a pesar de que era una amiga común. Es como si jugara un poco con sus relaciones, con sus amistades. Una cosa rara. Pero no hay dudas de que Mendoza fue crucial y por eso volvió de visita en 1973.
“Llegó siendo Julio Denis y se fue siendo Julio Cortázar”
-¿Cómo describe al Cortázar que llegó a Mendoza en 1944?
-Digo metafóricamente que Cortázar llegó siendo Julio Denis y se fue siendo Julio Cortázar. Estando en Mendoza publica su primer cuento como Julio Cortázar, “Estación de la mano”, y no vuelve a usar el seudónimo, que era más que eso; era casi una doble personalidad porque lo ponía en la primera página de un libro que se compraba.
-¿Cómo era ese muchacho?
-Muy culto, con una erudición inusual para alguien de esa edad. Quizás no hubiera en la Argentina muchos que supieran tanto como él sobre literatura francesa e inglesa. No sólo conocía a Baudelaire, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud y otros, sino también a sus críticos. Los programas de sus cursos en Mendoza tenían la bibliografía en francés. Tenía una actualización bibliográfica como si fuera un profesor de la Sorbona en una época en la que no era tan fácil conseguir lo que se publicaba en Europa.
-¿Por qué dice que Mendoza fue crucial para la vida de Cortázar?
-Mendoza es como un gran laboratorio en el que transforma en clases todo lo que venía estudiando obsesivamente sobre esos autores. Los apuntes para sus cursos son notables, son 130 páginas, algunas de las cuales se podrían publicar porque son su reflexión sobre los escritores que va citando.
-Sin embargo, se dice que se aburría dando clases
-Hay que separar los siete años que fue profesor de instrucción cívica, geografía o historia en escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires. Cuando surge la posibilidad de enseñar en la Universidad de Cuyo, vio que podía volcar todo ese conocimiento sobre lo que lo apasionaba.
-¿Cortázar dijo que en la Universidad de Mendoza cobraba un “sueldo de hambre”?
-Eso es injusto. A veces uno, pasado el tiempo, se olvida. Cuando va a Mendoza pasa a cobrar el triple de lo que ganaba trabajando en el secundario. Y daba la mitad de horas semanales, con lo cual tenía mucho más tiempo para estudiar y leer. Además, él era el sostén de su familia, de las mujeres de su casa: su abuela, su madre y su hermana.
-Miguel Dalmau en El cronopio fugitivo dice que tenía una relación edípica con su madre y que se habría ido del país para salir de ese entorno femenino. ¿Está de acuerdo?
-No he leído ese libro aún, pero eso no es ninguna novedad. Se intenta que la novedad sea el doble sentido, la picardía, lo picante. Todos tenemos Edipo según Freud. Que el de Cortázar es un mundo femenino y que tiene una enorme importancia en su obra es algo que está dicho desde hace muchos años. Lo decía él mismo. Me parece que esto tiene más que ver con algo que “vende” más libros. Con respecto a que se haya ido del país por ese entorno femenino me parece una tesis osada y en todo caso sin mayor sustento. Creo que se fue por razones diversas buscando un destino, no huyendo de sus parientes femeninas.
-Usted afirma que “Casa tomada” no fue escrito como reacción al peronismo, como dicen algunos críticos y como dijo hasta el mismo Cortázar. ¿Por qué?
-Porque fue compuesto antes del 17 de octubre del 45, posiblemente entre diciembre del 44 y enero del 45, aunque lo publicó después. Ese cuento está incluido en La otra orilla, libro que terminó de escribir en Mendoza. A todos nos pasa que, cuando han pasado 20 o 30 años, tendemos a superponer cosas que en el tiempo estuvieron separadas. Se puede decir que el peronismo se venía gestando y había un determinado clima, pero no era el peronismo todavía. Creo que cuando en 1994 Aurora Bernárdez publica La otra orilla en Cuentos completos comete un error involuntario al no decir que en la versión original de ese libro inédito está incluida “Casa tomada” y que ese original está en Mendoza. Es un libro en el que ya se ve la punta de lo que va a ser su obra.
-Otra “desmentida” que usted hace al propio Cortázar es cuando describe su implicación política en la vida universitaria.
-Él dijo que no participaba políticamente y yo demuestro que tuvo una participación enorme. Participó de la toma de la Universidad, estuvo en el Consejo Superior, participó de discusiones en una veta muy distinta al Cortázar posterior, de izquierda, icónico de la revolución cubana. El de aquellos años era casi un liberal norteamericano, un pro aliado, antinazi, antiperonista, antirrevolución del 43, antifascista, pro democracia. En ese momento apoya a la Unión Democrática.
-¿Cortázar borró de su memoria todo esto?
-Debe de haberle resultado difícil imaginarse cómo era en ese momento. Si ahora pudiese leer mi libro preguntaría si esto o lo otro fue así realmente. Nos pasa a todos. No creo que haya querido esconderlo. Simplemente estaba en otra cosa. Se puede coincidir o no con sus posiciones políticas, pero era un hombre íntegro, sin dobleces.
-¿Qué tienen en común el Cortázar de 29 años y el de 69, cuando murió?
-El nervio de su vida es la pasión por la literatura y el idioma; vivía en estado de literatura como fenómeno de creación.
LA NACION