02 Dec La fe de Arnold Ker: “El tenis es todo para mí y ésta es una locura más”
Por Sebastián Torok
“Hace un tiempo fui a Adrogué a jugar un dobles con Christian Miniussi y perdimos contra unos que eran muy flojos. Me agarró una vergüenza bárbara (sonríe). Entonces dije: ‘No, así no puedo estar’. Me veía un poco gordito, medio mal. Entonces, en el invierno me fui a entrenar a la academia de Mariano Monachesi y Mariano Hood, en Liceo Naval, y me entusiasmé tanto que quise volver al tenis. Pedí un wild card para el Challenger de Corrientes, pero al final se lo dieron a alguien más joven. Insistí acá en Buenos Aires y cuando me confirmaron me puse súper feliz, hasta lloré. No tenía compañero, hablé con Guido Andreozzi y empezó esta locura. Che, ¿mi hijo? ¿Dónde está? ¡Bautista! Uy, lo perdí”.
Acelerado, chispeante, eléctrico, Lucas Arnold Ker camina descalzo por la sala de jugadores de la Copa FILA, en el Clú de Saavedra, como si estuviera en el fondo de su casa. A los 41 años, el hombre que sintió la muerte de cerca al enfrentarse con un cáncer testicular y ganar la batalla en 2007, se resiste a dejar de pensar y actuar como tenista. Había jugado en el tour por última vez en 2013, en Kitzbühel, junto con Juan Mónaco en dobles, su especialidad. Hoy, tras ganar dos partidos en pareja con Andreozzi, está en las semifinales del Challenger de Buenos Aires, ilusionado con jugar el torneo que en pocos días se hará en Montevideo y en los que se disputarán en enero en Mendoza y Cariló. “Estoy para seguir, eh. No es que me anoté acá y listo. No, no”, aclara, convencido.
Arnold Ker (se agregó el segundo apellido en memoria de su madre, fallecida) es uno de los últimos exponentes nacionales en dobles. En ese “otro deporte”, alcanzó las semifinales Roland Garros 1997 -junto con Daniel Orsanic-, fue número 21 en marzo de 2004 y ganó 15 títulos. “Ahora es como que nadie le da mucha bola al dobles. O es muy exigente el circuito o son rachas, no lo sé. Pero en el ATP Tour a los doblistas nos han desprestigiado un poco. Y te aseguro que a más de un singlista le vendría bien jugar en dobles, porque ayuda a mejorar el saque, a aprender a hacer saque y red, a sumar cuestiones estratégicas y técnicas”, afirma el jugador de Olivos y se acomoda en un sillón desde donde puede observar a su hijo de dos años. Se pasa una mano por la cabeza rapada, bebe algunos sorbos de agua mineral e interrumpe la entrevista, una y otra vez. Es que cada uno que entra en la sala y lo ve, lo saluda con afecto. “Sos interminable, hombre”, le lanza, divertido, Franco Squillari. “Te juro que cuando te veo, el estado de ánimo se me dispara a las nubes”, le dice el Polaco Juan Pablo Brzezicki. “Bueno che, no roben protagonismo que la nota es conmigo”, chicanea Lucas y guiña el ojo.
-¿Por qué intentás volver? ¿No podés desprenderte de la adrenalina?
-A los que les digo que quiero volver a jugar me miran como diciendo “¿Estás loco”. Y bueno, sí, hace rato. El tenis es todo para mí y ésta es una locura más. Mi mamá fue tenista y me enseñó todo. Mi papá también fue tenista y estos días, cuando yo tiraba globos, se me pasó él por la cabeza, porque lo veía hacer eso en el club. Ojalá que mi papá me pueda venir a ver, tiene 88 años, está delicado de salud. Es bastante emocionante todo esto. Cada vez que entro en una cancha me encanta. El dobles te permite jugar hasta grande. Fijate que todavía siguen jugando Daniel Nestor (43 años), Leander Paes (42), los hermanos Bryan (37). Además, veo que el brasileño Melo, al que le gané muchas veces, es el número 1 y me motivo.
-Tuviste varias parejas en el circuito. ¿Con cuáles tuviste más química?
-Con el que más jugué fue con Hood. Después con el español Tomás Carbonell, un gran jugador. ¿Te acordás (le pregunta al coach Gustavo Marcaccio, que acomoda su bolso a unos metros)? Con Lobo también; voleando era un gato. Con David (Nalbandian) fue impresionante. En estos días, para motivarlo a Andreozzi le dije que estaba jugando como Nalbandian. David era increíble, pero también había que aguantarlo, porque te ponía presión. Errabas una y te decía ‘Yo sabía que te ibas a cagar’, para que escuchara la tribuna (sonríe). Pero fue un fenómeno. Orsanic también fue un gran compañero.
-¿Cómo lo viste en la función de capitán del equipo de Copa Davis?
-Bien. La actuación del equipo fue muy meritoria. Por suerte ya tenemos una tradición en la Davis. Me acuerdo que mi debut en la Copa fue en 1997 con Venezuela en el Buenos Aires, en singles, y jugué para no descender a la tercera categoría. No hay mucha gente que se acuerde de esos tiempos. Ahí sí que era complicado, ¿eh?
-Después de dejar de jugar en 2013, ¿seguiste vinculado con el tenis?
-Estuve dando algunas clases particulares y haciendo algunos eventos. Pero a lo que más le puse fuerza fue a enseñarles a chicos carenciados de La Boca y de la villa 1-11-14. Hace un tiempo empecé también con chicos de La Cava, apoyado por la Fundación BAF. Uno a veces está cansado, pero los ves tan humildes y desprotegidos que te impulsan. Algunos no tienen nada de nada, son de la calle. Este año me dieron entradas para la serie de la Davis contra Brasil y quería llevar a los de La Cava, pero no pudieron salir porque había un tiroteo. No lo podés creer. Me encanta enseñar, pero sé que lo puedo hacer toda la vida. Jugar no puedo hacerlo para siempre. Tengo algunos achaques, pero tengo un kinesiólogo, Martín Marenzi, que me ayuda. Volví a sentir nervios y cosquilleos en una cancha y quiero seguir jugando un tiempo.
LA NACION