Galápagos: Islas de fantasía

Galápagos: Islas de fantasía

Por Pablo Morosi
Es el mediodía y todo lo que el sol vertical deja ver apenas uno baja del avión son peñascos y pastizales secos, raquíticos arbustos y cactos en campos cercados que otrora cobijaron una base militar hoy abandonada. Luego se cruza en ferry el canal de aguas verdísimas que separan Baltra y Santa Cruz, dos de las islas que conforman el archipiélago, en medio del Pacífico. Y a medida que se avanza hacia el Sur, la naturaleza emerge pródiga, exuberante.
Salvo por los polos urbanos desarrollados sólo en alguna entre la veintena de islas que forman el archipiélago, la naturaleza es el gran anfitrión. La mayor parte de este territorio ecuatoriano conforma un parque nacional con algunas zonas de acceso restringido, por lo que es necesario pagar un ticket al embarcar en los vuelos locales hacia las islas que pueden abordarse en Quito o Guayaquil, y que realizan el trayecto de casi mil kilómetros desde el continente en aproximadamente una hora y media.
GalapagosBliningIdiot
Si bien los animales exóticos, tanto en tierra como en el mar, y la tórrida vegetación es patrimonio de todas las islas, cada una tiene un aspecto que distingue a este sitio, que en el siglo XIX inspiró al naturalista Charles Darwin para desarrollar su teoría de la evolución de las especies.
Como en esta playa de Floreana, una de las más atractivas islas del parque nacional, las tortugas de distintas especies son las protagonistas
Para disfrutar a pleno la visita a Galápagos hay que estar dispuesto a caminar mucho y, sobre todo, navegar entre isla e isla en pequeños lanchones. En ocasiones, esas travesías pueden demandar una o dos horas que no siempre garantizan comodidad a quienes se aventuran. Como sea: vale la pena. Es recomendable elegir in situ las excursiones. Alrededor del muelle principal de Puerto Ayora está repleto de agencias que ofrecen tours en los que se puede acordar según los intereses y el tiempo disponible. También es preciso estar atento a aprovechar el clima cambiante que suele primar en el archipiélago.
Rodeadas de leyendas, las islas Galápagos fueron descubiertas por el obispo Tomás de Berlanga en 1535. En una carta al rey Carlos I, el prelado resume al describir lo visto: Muchos lobos marinos, tortugas, iguanas, galápagos, muchas aves de las de España, pero tan bobas que no sabían huir, e muchas tomaban a manos lo mas della está lleno de piedras muy grandes, que parece quen algun tiempo llovió Dios piedras.
Aquí, la naturaleza ordena, según los ciclos de las especies, la agenda de interés de los visitantes. La población, por otra parte, es en general amable y bien dispuesta a guiar los recorridos.
En Isabela, la más grande de las Galápagos -hay que navegar dos horas para llegar desde Ayora-, los paisajes costeros repletos de manglares son incomparables, tanto como la imperdible experiencia de practicar snorkel para ver peces de colores increíbles, mantarrayas, y pequeños y pacíficos tiburones. También se pueden escuchar las tristes historias alrededor de la vieja prisión que allí funcionaba a mediados del siglo pasado, donde peligrosos internos eran obligados a realizar trabajos forzados, entre ellos la construcción de un muro de piedras que formaría los límites de la propia cárcel.
Otras dos recomendaciones para visitar: Floreana (ver recuadro), habitada por leyendas de piratas que cazaban tortugas y ballenas, y Fernandina, la isla más remota hacia el Oeste, con playas de arena negra y reciente actividad volcánica.
En Santa Cruz se concentra el mayor desarrollo turístico con una amplia y diversa oferta, desde hoteles cinco estrellas hasta económicas habitaciones en casas de familia, pasando por la posibilidad de hacer noche en alguno de los cruceros que suelen atracar cerca del muelle principal.

Tortuga Bay
Una de las atracciones de Santa Cruz es Tortuga Bay, una playa con arena blanca y un mar calmo y transparente a la que se llega a pie tras una caminata de 40 minutos por un bonito sendero adoquinado rodeado de una frondosa mata oceánica. El sitio es ideal para fotografías panorámicas y para seguir de cerca las aves -en especial los característicos pinzones-, que no temen acercarse a los turistas. Un poco más lejos queda Garrapatero, una playa especial para el snorkel donde la única compañía son los pájaros, las iguanas y los habitantes del mar.
En el interior de Santa Cruz hay un imperdible tour a los cráteres de los volcanes llamados Gemelos, sólo separados por una carretera y campos con tortugas gigantes e increíbles túneles de lava.

Darwin y George
La Estación de Investigación Charles Darwin ilustra a los visitantes sobre la forma de vida, anidación, y el riesgo de extinción de las tortugas de Galápagos. Allí, entre decenas de ejemplares vive aún el Solitario George, último ejemplar de la especie gigante ( Chelonoidis abingdonii ), hallado en 1971 en la isla Pinta.
Salvo por los polos urbanos desarrollados sólo en algunas de la veintena de islas que forman el archipiélago, la naturaleza es el principal anfitrión para un creciente número de visitantes que plantea un serio desafío a las autoridades.
Según datos oficiales, de los 41.000 turistas que llegaban a Galápagos en 1999 se pasó a 150.000 en el último año.
Las Galápagos, que fueron declaradas por la Unesco Patrimonio Natural de la Humanidad en 1978 y reserva marina en 1986, fueron incluidas en 2007 en una nómina de sitios en riesgo por el ingreso de especies invasivas y el alto impacto del turismo. La encrucijada enfrenta a las posibilidades ciertas de desarrollo turístico y urbano con el mantenimiento de un ecosistema silvestre que es lo que, precisamente, genera el interés por este paradisíaco refugio.

En Floreana, una de piratas
PLAYA PRIETA.- Llaman Corona del Diablo a un cono volcánico que emerge de las aguas turquesa del océano Pacífico en el noreste de esta hermosa y exótica isla. Sin embargo, nada más lejos de cualquier imagen perturbadora. En todo caso, al llegar a este punto es más probable pensar en el edén…
Las paredes del cráter forman un banco de coral que se derrama en una bahía apacible y cristalina donde los visitantes disfrutan del merodeo de los tradicionales piqueros de patas azules, enormes pelícanos, petreles, fragatas y flamencos, entre otras aves marinas que habitan el lugar.
Los tesoros se redoblan bajo la superficie del mar. Allí, pacíficos tiburones merodean el arrecife rodeados de peces de innumerables especies, tamaños y colores. Snorkeling y buceo están entre las actividades preferidas del lugar.
Si se remonta la costa, la playa muta. La arena fina y blanca se tiñe con restos volcánicos generando una inusual tonalidad que varía del negro al verde. En estas playas pueden observarse pingüinos y lobos marinos que merodean a los visitantes con una mansedumbre y familiaridad que deslumbra.

Pequeña y poco poblada
Floreana, una de las más pequeñas islas del archipiélago de Galápagos, tiene una superficie de 173 kilómetros cuadrados y en su punto más alto alcanza los 600 metros sobre el nivel del mar. Fue una de las primeras islas donde se asentaron colonos y su nombre fue impuesto en honor al primer presidente de Ecuador, Juan José Flores. No obstante, también se la conoce como Santa María, por una de las carabelas de Cristóbal Colón.
Durante el invierno -de diciembre a mayo-, los flamencos rosas y las tortugas marinas anidan en esta isla, al igual que la patapegada o petrel de las Galápagos, ave marina que pasa la mayoría de su vida fuera de la tierra, que se encuentra aquí.
En la hermosa playa de Punta Cormorant se pueden ver flamencos rosados alrededor de una laguna oculta.
Los escasos lugareños -unas 200 personas- cuentan historias de piratas. Pueden visitarse una cuevas que, tres siglos atrás, sirvieron de refugio a bucaneros y balleneros. Aquí se encuentra, por ejemplo, un barril de madera que fue colocado para actuar como una oficina de correos en el siglo XVIII. De esta manera los barcos que regresaban a casa recogían el correo del barril y lo transportaban a destinos, principalmente en Estados Unidos y Europa.
A principios del siglo XX Floreana recibió varios grupos de emigrantes europeos, especialmente de Noruega y Alemania cuyas historias pueden oírse en el único bar del poblado o en la pensión de los Wittmer, la familia más antigua de la isla. Relatos de extrañas desapariciones, envenenamientos, amantes y naufragios que recubren a la isla de misterio y fantasía.
LA NACION