24 Nov Oro negro en el Bernabéu
Por Ezequiel Fernández Moores
Hacia un arco amaga que vuela el megacrack local con su camiseta blanca que dice Fly Emirates. La réplica, igual de tímida, sale del atacante estrella de la visita, de camiseta azul que también dice Fly Emirates. Son contratos de 275 millones de euros. La línea aérea de Dubai aparece en todos lados. Detrás de los arcos, en el campo y también en el marcador electrónico. Otro de los siete emiratos que conforman el país de Emiratos Arabes Unidos (EAU), Abu Dhabi, ofreció 500 millones de euros para imponer su nombre al estadio. El equipo visitante, a su vez, pertenece a Qatar Investment Authority, que lleva gastados casi 600 millones de euros para elevarlo a la cumbre. El gobierno de Qatar también controla la televisación del partido, a través de BeIN Sports, filial de Al Jazeera. Pero no estoy en el Golfo Pérsico. Estoy en un estadio que, por ahora, sigue llamándose Santiago Bernabéu. Juegan Real Madrid 1 – Paris Saint Germain 0. Es la primera fase de un torneo que, también por ahora, sigue llamándose Liga de Campeones de Europa. Hoy me mudo al Camp Nou para ver jugar a Barcelona, último campeón del torneo. Su camiseta dice Qatar Airways.
Debajo de mi ubicación de prensa en el Bernabéu está el palco de honor. Entre jueces y otras autoridades, está el rey emérito Juan Carlos. Siempre hay un Borbón en el estadio. A metros de él debuta la alcalde de izquierda de Madrid, Manuela Carmena, que un mes atrás había dicho que a ella no le interesaba ir al Bernabéu. Y también están los Palcos VIP. Cuestan hasta 300.000 euros al año. El Bernabéu, me dice un colega de un diario económico, es hoy el principal club de negocios de España. Ejecutivos chinos, alemanes o de Australia, donde el presidente Florentino Pérez envió en la última pretemporada al Real Madrid, porque ACS, su poderosa constructora, debía recuperar negocios. Y está también el jeque qatarí Nasser Ghanim Al-Khelaifi. Es el presidente del PSG. Y también de BeIN Sports, la cadena dueña de los derechos de TV de la Champions en España y que emite a través de la TV de Internet de Mediapro. Si no estuviera en el estadio, debería pagar diez euros mensuales para ver el partido en mi computadora y rezarle a BeIN para que la comunicación no se caiga, como sucede a menudo. BeIN se presentó en sociedad unos meses atrás en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Al acto fueron presidentes de clubes y hasta hasta el secretario de Estado para el Deporte de España, Miguel Cardenal. Eran rostros poderosos de la misma Europa que afirma que la FIFA no debe jugar su Mundial 2022 en Qatar, un país violador de los derechos humanos.
Real Madrid es Adidas. Y PSG, sin Javier Pastore, lesionado, y con Ángel Di María figura de la noche, viste Nike, no Burrda, la firma qatarí que usó la selección de Bélgica en el último Mundial de Brasil y cuyo manager es Laurent Platini, el hijo del hoy cuestionado presidente de la UEFA. Michel Platini impulsó el triunfo de Qatar como sede del Mundial 2022 por un pedido del entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. También Alemania, sabemos ahora, votó a Qatar por un interés político. La semana pasada, en la conferencia Play the Game, en Dinamarca, el periodista inglés James Corbett ofreció ante representantes qataríes un informe devastador sobre las condiciones en las que siguen trabajando los 1,7 millones de obreros que construyen los lujosos estadios que tendrá el Mundial. Entre 4000 y 7000 obreros morirán de aquí a 2022, denuncian organismos sindicales que califican de “pura cosmética” algunas reformas al sistema conocido como Kafala, que autoriza a retener pasaportes y exige cumplir un mínimo de cinco años antes de cambiar a otro trabajo. Corbett puso en dudas las cifras y admitió mejoras. Pero afirmó que Qatar 2022 “es la peor farsa en el ya explotado imperio de la FIFA”. Y recordó que la Kafala no es patrimonio de Qatar, sino que rige en las seis naciones petroleras del Golfo Pérsico. La lista incluye a Dubai, que puso el nombre de Emirates al estadio y camiseta del Arsenal, y a Abu Dhabi, que rebautizó Etihad al estadio de Manchester City, el club que compró en 2008. Abu Dhabi tendrá en los próximos años réplicas del Louvre de París y del Guggenheim de Nueva York. Pero ninguna de sus inversiones tiene tanta publicidad como la del fútbol.
Lo que menos podría imaginarme mientras Real Madrid le gana de suerte al PSG es que Dubai está superando a Qatar. Las ricas naciones petroleras del Golfo Pérsico dirimen a través del fútbol europeo viejas disputas políticas y religiosas. James Dorsey, el especialista que más sabe del tema, me cuenta el enfrentamiento Emiratos-Arabia Saudita-Bahrein contra Qatar. The New York Times publicó incluso documentos de operaciones de prensa en diarios de Estados Unidos, pagadas por los Emiratos, que exageran la situación en Qatar, al que acusan de mantener vínculos estrechos con la organización islamista Hermandad Musulmana. Retiro de embajadores en Doha. Peleas por patrocinio en la FIFA (Fly Emirates se fue tras la asignación del Mundial a Qatar). Por derechos de TV entre sus cadenas. Por construcción de nuevos estadios que incluyan tribunas para mujeres y temor por un fútbol que, como sucedió en Egipto, puede convertir a hinchas en activistas políticos. Y la protesta política no agrada a las familias reales. Lo sabe el jeque de Bahrein Salman bin Ebrahim Al Khalifa, cómodo presidente de la Confederación Asiática de Fútbol, hasta que días atrás decidió postularse para la FIFA y estallaron acusaciones de que ordenó él mismo la represión contra estrellas del deporte de Bahrein que participaron de protestas políticas en 2011. “Si el jeque gana las elecciones del 26 de febrero -me avisa Dorsey- será la muerte definitiva de la FIFA”.
Los cantos de canchas argentinas que animaba anoche en el Fondo Sur del Bernabéu la Grada Joven de animación están ajenos a la disputa en el Golfo. Comenzaron leyendo octavillas hace más de un año, cuando Florentino los convocó tras echar a los violentos Ultras Sur. Aunque sus cantos no deben ser agresivos, entonan “Indios, decidme qué se siente”, al referirse a los hinchas del Atlético, rivales clásicos. Todavía les falta sentido de la oportunidad. El sábado pasado, en el fácil triunfo 3-1 ante Las Palmas, a los 13 minutos y con el partido ya 2-0, escuché que la Grada Joven cantaba “hay que ponerle un poco más de huevos, más de huevos”. Anoche estuvieron más fríos. Sucedió que el PSG, que no es Las Palmas, se adueñó de pelota y campo y falló más de media docena de situaciones claras de gol, incluidos tres tiros en los palos, el último a los 88 minutos, un tiro libre de Di María. Cristiano Ronaldo, mal físicamente, repitió un partido pobrísimo, alimentando los rumores de que podría partir a Qatar, perdón al PSG. La noche del oro negro en el Bernabéu no coronó ni a Ronaldo, ni a Di María ni a Zlatan Ibrahimovic ni a Edinson Cavani, sino que arrojó un héroe inesperado. Nacho Fernández, canterano pero ya de 24 años, central derecho que debió entrar a los 32 minutos de improvisado lateral izquierdo por el lesionado Marcelo, anotó de casualidad en la primera pelota que tocó: un rebote en el que quiso enviar un centro pero que, extraño globo mediante, terminó entrando en el arco, ante un Cristiano que no paraba de reírse.
El sitio vozpopuli.com, uno de los pocos críticos hacia Florentino Pérez, y cuyos periodistas no tienen acreditaciones en el Bernabéu, contó dos semanas atrás que el magnate chino Wang Jianlin, nuevo inversor del Atlético, había sido tentado por Real Madrid en marzo pasado. “Florentino somos chinos, no árabes, Nosotros exigimos el retorno de la inversión”, cuentan que le respondió Jianlin. Abu Dhabi, es decir Manchester City, fue más directo días atrás cuando el premier chino Xi Jinping visitó Inglaterra. El Daily Telegraph publicó en tapa la selfie del Kun Agüero en el medio, flanqueado por Xi y por el premier David Cameron, que posa como un fan. La Premier League fue aún más lejos. Incluyó en su Salón Nacional de la Fama del fútbol inglés, al lado de montruos como Bobby Charlton, Bobby Moore y George Best, a Sun Jihai, un chino que jugó seis temporadas en el City de años atrás, un equipo de segundo nivel, que sufrió una derrota histórica de 8-1 contra Middlesbrough, y en el que casi siempre era suplente. Ni Florentino Pérez se habría animado a tanta audacia. Suele fundamentarse el éxito del fútbol en el fino equilibrio del circo con el templo. El fútbol europeo, un espectáculo millonario, notablemente organizado, y muchas veces brillante, se está enamorando del circo.
LA NACION