14 Nov El traductor, ese escritor que recrea universos ajenos
Por Natalia Blanc
Una forma de escritura. Una interpretación de cierta manera de pensar el mundo. El arte de la “transmigración verbal”, según Nabokov. Son definiciones posibles de la traducción, ese ejercicio literario que propicia el acceso a obras escritas en otras lenguas y que, sin embargo, ocupa un lugar poco visible para la mayoría de los lectores. Alrededor de estas cuestiones, y también de la ley de protección de los derechos del traductor como autor, que espera tratamiento en el Congreso, gira la muestra Casi lo Mismo, inaugurada en abril en el Museo del Libro y de la Lengua. Sobre el proyecto de ley también se habló en las II Jornadas de Traducción en el ámbito editorial, organizadas por la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes, que se realizó durante la feria la Feria del Libro.
“La traducción no es lo mismo, ni siquiera de otra manera. Es casi lo mismo”, sostienen los organizadores de esta exposición, que tiene tres ejes: una exhibición de libros clásicos de géneros variados, textos comparados, videos y juegos interactivos; un archivo digital con testimonios de traductores y escritores; charlas, proyecciones y espectáculos. Abierta hasta el 26 de julio, los jueves, a las 18, tendrá lugar el ciclo “Pequeño escenario de lecturas”. El 11 de junio Cristina Banegas interpretará Molly, su versión del monólogo de Molly Bloom del último capítulo de Ulises, de Joyce.
“Soy traductor. Profesional. Esto quiere decir que traduzco varias páginas la mayor parte de los días de mi vida y que, como todo lo que uno hace habitualmente por necesidad o elección, traducir se me ha vuelto un hábito, incluso una dependencia que no se alivia escribiendo, por más que me considere escritor”, dice Marcelo Cohen en el inicio de “Música prosaica”, uno de los cuatro ensayos sobre la traducción que integran el libro homónimo publicado en 2014 por Entropía. En esos textos, Cohen cuenta las dificultades que tuvo como traductor al español para lectores de España. “Yo era un extranjero en una lengua madre que no era mi lengua materna”, recuerda el autor.
Cada lengua tiene sus características y dificultades. Pero el arte de la traducción literaria abarca mucho más que palabras. Para Jorge Fondebrider, “lo que se traduce son también idiosincrasias, maneras de percibir el mundo, de pensarlo. Y, dado que cada texto reclama para sí un determinado modo de escritura, a veces se reescribe, a veces se transcribe, a veces se interpreta. No existe un único modo de encarar el trabajo”. Fondebrider tradujo durante un tiempo sólo poesía del francés y del inglés. “Madame Bovary fue una excepción y una de las experiencias más ricas que tuve como traductor. Es un libro en prosa escrito con el mismo rigor que la poesía. Ahora voy a seguir con los Tres cuentos, de Flaubert.”
Alberto Silva, traductor de Diarios de viaje, de Matsuo Bash, y director del espacio Zen Buenos Aires, considera que la traducción es una forma de escritura. “Es una reescritura que se beneficia de la riqueza de dos archivos lingüísticos, a los que debe la lealtad de la exactitud. La traducción imagina un tercer término, un puente que une dos orillas incomunicadas. Para conseguirlo, «construye» una lengua capaz de ser aceptada en ambas orillas.” Pero más allá de ideogramas o sentidos, para Silva es requisito fundamental conocer a fondo la cultura que se aborda. “El traductor respetuoso y acertado hace suya la consigna del antropólogo: «con un ojo mirar su terreno, con el otro mirarse al espejo». Tan difícil menester lleva tiempo e investigación sobre «el contexto del texto». Así procedí con El libro del Haiku, de Bajo la Luna.”
En el marco de las jornadas profesionales de la Feria del Libro, habrá un encuentro con editores, escritores e ilustradores para abordar, entre otros temas, la búsqueda de una mayor visibilidad del traductor en el mundo editorial. Participará, entre otros, Gabriela Stöckli, directora de la Casa de Traductores Looren en Suiza, que tiene un programa especial para América latina. También estará el alemán Kristof Magnusson (traductor del islandés), que presentará el viernes en la Feria Novela médica, en diálogo con Ariel Magnus.
Las huellas del estilo
Cortázar, Piglia, Borges, Arlt y Aira son los escritores argentinos más traducidos en los últimos años, según datos del Programa Sur. Este proyecto del Ministerio de Relaciones Exteriores otorga subsidios (de hasta US$ 3200) a editores extranjeros. Desde 2009, fueron seleccionados más de 800 títulos para ser traducidos a 38 idiomas.
“El traductor es un autor. Eso lo reconoce tanto la actual ley 11.723 de propiedad intelectual como el proyecto de ley que está en la Cámara de Diputados desde septiembre de 2013. Si no se trata antes de septiembre, pierde estado parlamentario”, explicó Griselda Mársico, integrante del Seminario Permanente de Estudios de Traducción del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández.
Fondebrider, director del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, donde se debaten y comparten cuestiones vinculadas con el oficio, cree que “a pesar de que la Argentina es un país construido sobre traducciones, la sociedad parece no percatarse de nuestra silenciosa labor”. Se refiere a, entre otros problemas, que en muchos casos en los libros no se consignan los nombres de los traductores. “Las editoriales, en líneas generales, pagan mal y discuten con los traductores. Los periodistas tampoco ayudan: hablan de una traducción sólo cuando parece francamente mala, sin considerar que a veces el original es malo. Todo esto es posible porque se trata de una profesión solitaria, de gente que, con tal de no perder el trabajo, acepta lo inaceptable.”
El Club de Traductores organiza todos los meses encuentros en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. Del próximo, que se realizará el martes 21, participan la alemana Kristin Lohman y la italiana Ilide Carmignani, que tradujo a Borges, Cortázar y Fogwill, entre otros autores.
“Si hablamos de traducción literaria, no diría que es una tarea, sino un arte. Nabokov definía poéticamente la traducción como una «transmigración verbal»: es el espíritu del texto lo que debe traducirse, no la forma”, asegura Mónica Maffia, especialista en la obra de Shakespeare y Marlowe. “Son autores que me resultan atrapantes y difíciles, claro. Representan un hermoso desafío, no sólo por la riqueza del lenguaje, la profundidad de pensamiento, la estructura de las obras, la construcción de los personajes, sino por esta cuestión casi lúdica de tener que resolver problemas. Hay compuestos adjetivales siempre diferentes que caracterizan el lenguaje shakespeareano. Además, lo que Shakespeare plantea en cuatro o cinco sílabas, en castellano requiere toda una explicación y al hacerlo se pierde el timing del escenario. O sea que presenta un interesante desafío. Hay algo sagrado en este ejercicio que implica una gran cuota de amor por el trabajo que se está encarando.”
El lugar del traductor en el texto, si debe aparecer alguna marca de su voz y su estilo, es una cuestión que suelen debatir quienes ejercen el oficio. La figura de Borges aparece una y otra vez alrededor de este asunto. “No siempre es así, pero a veces el traductor deja una impronta muy fuerte (Borges), o alcanza una perfección inusitada (Bianco). Por caso, el Faulkner de Borges -Las palmeras salvajes- rebotó con tanta fuerza que posibilitó a García Márquez, a Vargas Llosa, a Onetti y a Saer, entre otros”, opina Fondebrider.
Tiempo atrás, en un seminario que dictó en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Piglia analizó la traducción de Borges de Las palmeras salvajes y remarcó el esfuerzo de Borges por cambiar el estilo barroco de Faulkner. “Borges lo controla cambiándole la puntuación. Ahí se ve algo que en las traducciones habitualmente no se percibe: la tensión entre la escritura del traductor y la escritura del original”, dijo Piglia, quien en el libro Respiración artificial se permite bromear con el tema de las influencias cuando define a Juan Carlos Onetti como un “Faulkner traducido por Borges”.
LA NACION