Un pacto con el diablo

Un pacto con el diablo

Por Marcelo Stiletano
La vida de prófugo que James “Whitey” Bulger protagonizó durante 16 años terminó en agosto de 2011. El mismo FBI que lo protegió como informante durante casi dos décadas pudo hallarlo y arrestarlo tras una larga pesquisa en Santa Monica (California).
En ese momento lo separaban unos 4800 kilómetros de ruta de Boston, el lugar en el que edificó toda una vida como el más notorio y poderoso de los jefes del crimen organizado en esa ciudad, sobre todo durante las décadas de 1970 y 1980. Hoy, a los 86 años, Bulger purga una condena de ocho años en un correccional de Minnesota.
Pacto criminal (Black Mass) aspira a instalarse como el retrato definitivo de un personaje que atrapa desde hace años el interés del cine. Casi todos coinciden en que el Frank Costello de Jack Nicholson en Los infiltrados (la película que ganó el Oscar en 2006 y premió allí como mejor director a Martin Scorsese) está lejanamente inspirado en Bulger, un nombre que también resuena en personajes como Sully Sullivan (James Woods) en la serie Ray Donovan, y Fergus Colm (el fallecido Pete Postlethwaite), el florista mafioso de Atracción peligrosa, la gran película de Ben Affleck en la que se contaba que los mejores ladrones de bancos del mundo vivían en Boston.
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Después de su estreno mundial en Venecia, el Festival de Toronto (TIFF 2015) fue la gran vidriera de una película que capturó de inmediato el máximo interés. Sobre todo porque con ella reapareció la curiosidad por los hechos reales que la inspiraron y por los nombres de sus protagonistas: de un lado el propio Bulger (personificado por Johnny Depp ) y del otro, el agente del FBI John Connolly (Joel Edgerton).
Fue Connolly quien tuvo la ocurrencia de transformar a Bulger en un soplón. Creía que con su ayuda podría desbaratar los planes de un enemigo de ambos: la mafia italiana. Pero nada resultó para Connolly como lo imaginaba, según cuentan los periodistas del Boston Globe Dick Lehr y Gerard O’Neill, autores del libro del que surgió Pacto criminal. Bulger se aprovechó del acuerdo para sus propios planes mucho más de lo que pudo conseguir el hombre de los federales.
Depp acaparó la atención en la ciudad canadiense, a mediados de septiembre, en el encuentro con la prensa internacional que LA NACION publicó el martes 15 de ese mes. Allí, medio en broma y medio en serio, agradeció ante la prensa internacional al director de la película, Scott Cooper (Loco corazón, La ley del más fuerte), por “haber revivido mi carrera”.
A partir de una notable transformación física que incluyó dos horas diarias de maquillaje, Depp se fue ganando con su personificación de Bulger un lugar entre los tempranos candidatos a los premios de Hollywood. En el sitio especializado Gold Derby, 13 de los 20 mayores expertos estadounidenses en pronósticos de premios lo incluyeron entre los cinco nominados al Oscar como mejor actor.
Poco después de pasar por Toronto, el actor dijo sin vueltas que no le interesa para nada ganar ese premio. “Lo que no me gusta para nada es hablar. Con la nominación es suficiente. Ya me la dieron dos o tres veces. La sola idea de ganar implica estar en competencia con alguien y yo no tengo interés en competir con nadie. Yo hago la mía y lo que me gusta. Y si a alguna gente no le gusta, me parece bien”, dijo hace pocos días a la BBC.
En esa charla, Depp reaccionó con menos ironía que en Toronto acerca de los comentarios sobre su “regreso” luego de varios resonantes (y consecutivos) fracasos de taquilla. “¿De dónde dicen que volví? ¿Del más allá? En esta película no hice nada diferente de lo que vengo haciendo siempre”, remató.
Al respecto, Cooper había sido en Toronto mucho más específico. Durante los dos encuentros oficiales con la prensa internacional, el director de Pacto criminal dijo que Depp es bien conocido entre otras cosas por la transformación física que muestra en cada película. “Pero como enorme fan de Johnny, como fan del cine y como director de esta película debo decir que la transformación más importante, en mi opinión, se hace aquí. Lo que vemos es cómo un hombre que a primera vista es tan amable, dulce con su hijo, tierno con su madre y generoso con su hermano puede convertirse en una persona fría y espeluznante”, explicó.
Para Cooper, la verdad puede resultar “muy escurridiza y elusiva” en estos casos. “El de Bulger es uno de los puntos de vista. El FBI tiene por supuesto el suyo. Después aparece la mirada del fiscal y también están los periodistas que escribieron la investigación en la que se basa la película. Lo que tuve claro es que no íbamos a hacer un documental ni un típico relato policial. Sí, en cambio, creo que estamos frente a un drama humano. No me interesaba mostrar a Bulger como un villano de una sola dimensión.”
Edgerton (que llegó a Toronto con el pelo corto y platinado, muy lejos de la estampa de su personaje en el film) no estuvo muy lejos de ese enfoque. “Como punto de partida -sostuvo- deberíamos ignorar el hecho que se trata de una historia real, porque podría confundirse con uno de esos documentales en el que todo el mundo opina sobre un determinado tema. Lo que vale es que se trata de nuestra propia mirada sobre esa realidad.”
Ni Depp pudo hablar con Bulger ni Edgerton hizo lo propio con Connolly. “Sigue vivo y con nosotros, pero dentro de una prisión federal y con algunas dificultades para encontrarlo -contó Edgerton del agente del FBI caído en desgracia que personifica-. Tenía mucha curiosidad en hablar con John, pero para un actor siempre es un tema delicado aproximarse a una persona real para interpretarlo. Nadie puede jactarse y decir que conoce a esa persona y creer que lo que hace está perfecto. Al final siempre su versión terminará oponiéndose a la nuestra.”
Esa búsqueda se detuvo en detalles que en apariencia podrían resultar accesorios. Desde la búsqueda del acento perfecto (“Era un tema delicado porque la propia gente de Boston desconfía del modo en que se habla en las películas sobre Boston”, advirtió Edgerton) hasta algunos cuestionamientos por haber elegido a un actor británico como Benedict Cumberbatch para el papel clave de William Bulger, hermano del mafioso, que llegó a presidir el Senado estatal de Massachusetts.
“No me guío por nacionalidades al tomar decisiones de casting -respondió Cooper-. sino por la idea de que puedo aprovecharlos en papeles ajenos a lo que se espera de ellos. Admiro desde hace mucho a Benedict y me pareció que era ideal, sobre todo desde que vi una foto juvenil de Billy Bulger. El parecido entre los dos era asombroso.”
En Pacto criminal, Cooper se propuso escapar al documental porque, en su visión, el público no busca hechos, sino “verdad psicológica, humanidad, emoción profunda”. De que se cumplan esos objetivos dependerá el próximo acercamiento del cine a la vida fuera de la ley de Whitey Bulger. Quedará en manos de Matt Damon y Ben Affleck, dos hijos dilectos de Boston (basta con recordar En busca del destino) que sueñan con contar la historia con una mirada parecida a la de Clint Eastwood en Los imperdonables. “Ese fue el anti-western por excelencia. Y esta va a ser la antipelícula de gánsteres”, sugirió Damon.
LA NACION