05 Nov Permisivos… pero no tanto
Por Laura Reina
Facu tiene 12 años y, de a poco, arma programas “a solas” con sus amigos, como ir a comer una pizza a la esquina de su casa, en Colegiales. Pero su recién estrenada autonomía chocó hace poco con una situación difícil que lo llenó de miedo. “Iban caminando juntos y de pronto se encontraron con una bandita de chicos más grandes que les sacó a cada uno el celular y la plata que llevaban -cuenta Inés Seinn, mamá de Facundo-. Cuando pasó eso, con mi marido pensamos ‘listo, no sale más solo’. Pero después del susto nos dimos cuenta de que vos no podés cortarle la libertad a tu hijo ni infligirle pánico. Y ahí surgió la idea de bajarnos una app al celular, que tiene un botón antipánico y un geolocalizador, además de permitirnos ver el historial de navegación en Internet. Como familia, el reto es ir dándole independencia, pero con tranquilidad tanto para él como para nosotros”, dice Inés, psicóloga laboral.
Sucede que a medida que los chicos crecen y demandan espacios de autonomía, tanto dentro como fuera de la casa, los padres se debaten ante la difícil decisión de hacer lugar a sus reclamos o retrasar esa anhelada y muchas veces prematura independencia. Desde empezar a salir solos hasta ir a fiestas de noche, tener un celular o abrir un perfil en Facebook, las demandas de los chicos son muchas y empiezan cada vez más temprano.
Lo cierto es que en tiempos donde los padres reconocen que cuesta poner límites, la mayoría de los adultos cede ante esos pedidos, aunque no estén del todo convencidos. Y es ahí donde surge un estilo de crianza hasta ahora inédito: los padres PPC, es decir, los padres permisivos-controladores. Un control que, en muchos casos, es invisible y está mediado por la tecnología y las posibilidades que ésta aporta.
Sí, aunque parezca contradictorio, a medida que los límites se fueron ampliando también se hizo más férreo el control paterno. Hoy, gracias a la tecnología, los padres pueden saber dónde está el hijo en tiempo real con sólo apretar un botón del celular, o verlo en vivo y en directo dentro de la casa mediante una plataforma a la que se accede con cámaras Wi-Fi instaladas en el hogar, o incluso revisar sus perfiles virtuales para obtener información sobre ellos (a veces, más de la necesaria).
“Las cosas que se hacen antes de tiempo tienen que ver con la imposibilidad de poner limites -opina Alejandra Libenson, psicóloga y psicopedagoga especialista en crianza y autora de Los nuevos padres-. La confianza no se construye a los 12 años, se construye antes y ninguna app o cámara pueden suplir eso. Hoy uno no puede negar estas opciones, pero deberán ser un recurso más.” La lista de apps de control es amplia y se clasifica desde las menos hasta las más intrusivas. Entre las últimas, de hecho, hay funciones que permiten ver las conversaciones mantenidas y bloquear el celular si el chico no contesta la llamada: el aparato permanece así hasta que él se comunica con alguno de los padres. Casi todas incluyen un geolocalizador para saber dónde está y envían un alerta si se salió del radio previamente configurado.
Suricata es la primera app de control parental desarrollada en la Argentina, que acaba de lanzarse al mercado. “No se trata de espiar, sino de resguardar -aclara Sonia Rizzitano, gerente de marketing móvil de Movilgate, la empresa desarrolladora de la aplicación-. Los chicos no son del todo conscientes del peligro que corren y este tipo de herramientas vienen a colaborar con la seguridad y tranquilidad familiar. ¿Si son invasivas? Depende del uso que se les dé. Hay muchas en el mercado y cada padre elegirá instalar la que mejor se adapte a sus objetivos y teniendo en cuenta la personalidad del chico. Estas app no eliminan las responsabilidades ni la presencia parental. Lo que hay que resaltar es que la tecnología bien utilizada es una aliada.”
Eso mismo piensa Claudia Sloselj, mamá de Milagros, de 13 años. Incorporó Suricata luego de un confuso episodio con una compañera de su hija a la salida del colegio. “Yo trabajo y no estoy cuando ella vuelve de la escuela. Las madres antes estábamos y ahora no. Para mí es una forma de estar sin estar -resume-. No lo hago para controlarla, sino para cuidarla. Lo hablé con ella y lo entendió. No es que estoy pendiente de la app, pero si me salta un alerta porque se salió del radio, la llamo a ver qué pasó o me llama ella antes”, cuenta Claudia, que tiene 52 años. Aunque la aplicación manda por mail el historial de los sitios visitados por los chicos, Claudia asegura que eso ni lo ve: “Confío en ella, somos una familia abierta en la que hablamos todo. No necesito ver por dónde navegó, ella sola me lo dice”.
Sabrina Agulnik es mamá de Miranda, de 10 años, y de otro adolescente de 16. A pesar de su corta edad, Miranda tiene Facebook, Twitter, Instagram y varios grupos de WhatsApp. “Al tener un hermano bastante mayor que ella se maneja de otra forma con la tecnología, yo no le puedo impedir que interactúe así con su entorno -reconoce Sabrina-. Con el más grande me daba pánico, fue un aprendizaje hasta entender de qué se trataba -sostiene-. Le veíamos el historial y hasta llegamos a poner filtros, pero no sirven. Hoy ninguna computadora de casa los tiene porque no te permite navegar y la realidad es que apostamos a la confianza. Yo sé las claves de Miranda de todas sus cuentas, pero no las necesito porque está todo a la vista, no hay ocultamientos. Cuando está en la compu tiene la puerta abierta y la usa más que nada para mirar tutoriales sobre cómo hacer algo. Es muy chiquita, sus intereses están en buscar cómo hacer una coreo o cómo pintarse las uñas de una determinada forma.”
El acceso de los chicos a la tecnología es cada vez más precoz y la posibilidad de monitorearlos, también. No a través de celulares, sino de dispositivos como los Weki, una espacie de reloj-teléfono que el chico lleva en la muñeca y desde el que se puede comunicar con mamá o papá y recibir llamadas de 20 contactos que los padres elijan. Además tiene geolocalizador y botón antipánico para que lo active ante cualquier problema.
Fabiana Guzmán, ingeniera en sistemas, lo adoptó para estar en contacto con su hijo Bautista, que tiene 7 años. “Me parece interesante porque me permite tener comunicación directa con él a una edad que no le daría el celular -dice Fabiana-. A Bauti le permite cierta independencia. Ya hay cosas que quiere hacer solo, pero no se anima. Por ejemplo, dejarlo en casa para salir a hacer una compra. Si no tuviera el relojito me generaría cierta ansiedad y a él también, pero así yo puedo salir sin pensar en que si me retraso se angustia. Lo llamo y listo”, dice Fabiana, que cuenta que alguna vez el chico la llama desde el recreo para contarle algo. “En el colegio no me hacen problema porque es un reloj y a él le encanta, hasta juega a los espías con sus amiguitos.”
Fabiana confía en que si lo usan desde edades más tempranas, lo incorporan y se evita, así, la rebeldía preadolescente. “No es un esclavo del reloj. Si no lo quiere usar no lo usa. Pasan semanas sin que nos llamemos. Pero a estas edades que suelen perderse o desorientarse me parece una herramienta útil. Si le pasa eso me llama y resuelve la situación. Es una tranquilidad para todos”.
Digitales y contradictorios
Aunque muchos padres niegan que “espían” el historial y el perfil de Facebook, varias encuestas recientes acerca del uso de la tecnología demuestran que no es tan así. Allí, bajo el anonimato del cuestionario, al menos la mitad de los adultos asegura que le revisa el historial y que usa Facebook para ver qué hace su hijo en la red social. Roxana Morduchowicz, especialista en cultural juvenil y autora del libro Los chicos y las pantallas, sostiene que en relación con las nuevas tecnologías, estos padres PPC tienen actitudes y comportamientos contradictorios. “Muchos se quejan de que el chico pasa horas en la compu y ellos son los primeros facilitadores de la situación al permitirles tener la computadora en la habitación -sostiene-. Y muchos ni siquiera saben que su hijo de 11 o 12 años tiene perfil en Facebook y que mintieron la edad para abrir uno. Es decir, los llenan de tecnología, pero desconocen cómo y en qué la usan. Como adultos hay que estar al tanto de qué es lo que hacen en Internet hablando con ellos y utilizando todas las herramientas posibles. Estas app bien utilizadas son útiles y necesarias, pero no reemplazan el diálogo.”
Sin embargo, para algunos especialistas, estos dispositivos que cumplen con la fantasía paterna de ser una especie de mosquito sobrevolando alrededor del hijo para espiarlo no son del todo válidos. “El método de los padres de leer el historial de navegación es algo que no promovemos porque parte de la base de la no confianza -dice Marcela Czarny, directora de Chicos.net, asociación civil que promueve la educación para una ciudadanía digital-. Por un lado están los adultos con esta fantasía de entrar en el mundo del adolescente que tanto los intriga. Y por otro están los chicos que justamente quieren construir un mundo aparte del de sus padres. El planteo de los mayores es ‘no los quiero controlar, pero sí cuidar’. Entonces, en primer lugar, no hacer nada a escondidas del hijo. El propósito no es descubrir algo, sino acompañar y educar. Los niños y adolescentes son sujetos de derechos sobre todo con el nuevo Código Civil. No aplica el vale todo en esto de querer cuidar a tu hijo. Todos los padres soñamos con minimizar riesgos, por eso la clave es darles herramientas para que enfrenten situaciones que se les presentan. Los recursos deben ser internos, no externos”.
La psicóloga y psicopedagoga Alejandra Livingston amplía: “No a la mentira, no al control indebido, no a la invasión, pero sí a los acuerdos. Dependerá mucho cómo se fue armando ese vínculo para que ese hijo pueda dejarse cuidar. Por ejemplo, no se le puede revisar Facebook, pero sí exigirle tener a alguno de los padres de amigos. Si los padres no han sido invasivos, si han respetado sus espacios, lo más probable es que ni siquiera les hagan falta esas apps -opina-. Lo que se tiene que construir es la idea del autocuidado. Si uno recurre a estos artilugios tecnológicos probablemente es porque hay algo de la relación de confianza que no se construyó en el momento en que era necesario”.
Estar sin estar
De todos los dispositivos que hay en el mercado, la fantasía de “espiar” y de estar sin estar en casa se hace realidad a través de una cámara Wi-Fi instalada en el hogar y conectada a una plataforma de manera inalámbrica, que permite chequear desde cualquier dispositivo con acceso a Internet si los hijos llegaron del colegio, qué están haciendo o con quién están, y hasta escuchar las conversaciones que mantienen, ya que las imágenes se transmiten con sonido.
Las empresas de seguridad empezaron a brindar este servicio como complemento del de monitoreo de alarma, pero las familias lo usan como una forma de “estar en casa sin estar”. Javier Kahn, gerente de marketing de ADT, dice: “En principio lo pensamos como un servicio complementario al monitoreo, es decir, algo de seguridad. Pero la realidad es que los clientes lo demandan para ver si sus hijos están bien, si llegaron del colegio, si están atendidos por su cuidador. Si salen a la noche y los dejan al cuidado de alguien pueden ver cómo están. Es decir, pasa a ser un complemento que te permite estar virtualmente en tu casa, brindar más calidad y tranquilidad”.
Las imágenes se graban por 24 horas y se almacenan fuera de la casa. Si bien es un servicio que se contrata cuando se tiene el monitoreo, la idea es comercializarlo sin necesidad de contratar la alarma. “Un hombre de Puerto Madero nos dijo que quería el servicio, pero sin la alarma, porque vive en un edificio con vigilancia las 24 horas y superseguro, pero quiere ver a sus hijos mientras él no está en la casa. Es muy demandada para dar tranquilidad desde el entorno familiar.” El costo del equipamiento y la instalación es de $ 3000 pesos por cámara, que se compra y queda para el cliente. El servicio mensual es de 180 pesos que incluye la plataforma, la conectividad y 24 horas de grabación continua en el datacenter. Lo cierto es que aunque la tecnología promete brindar soluciones a los problemas modernos como la inseguridad o la ausencia parental por temas laborales, algunos especialistas coinciden en que no se tienen en cuenta algunos riesgos. “La tecnología, también, crea ilusiones. Y la parentalidad digital se alimenta de ellas. Muchos padres utilizan algunas de las aplicaciones disponibles en el mercado sostenidos en la creencia de ‘poder’ cuidar más y mejor a sus hijos -dice Silvina Ferreira Dos Santos, miembro de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados y asesora de Chicos.net-. En nombre de los riesgos y del buen cuidado se emprenden vigilancias, intromisiones y se arruinan experiencias que hacen al devenir vital saludable. Porque en tiempos de desprendimiento puberal, de transitar separaciones necesarias para construir autonomía personal, la presencia y mirada de los padres se extralimita rozando casi el descuido.”
Por eso, para Ferreira Dos Santos, más que nunca, “la inquietud a pensar no consiste en dilucidar cómo cuidar más y mejor a los hijos, sino en tratar de determinar cómo ayudarlos a que aprendan a cuidarse en los contextos digitales que habitan. El esfuerzo no es menor: los ambientes tecnológicos fuerzan a los padres a un trabajo de acercamiento y asimilación cultural, tal como hacen los migrantes al tratar de adaptarse a un entorno que no les es propio”, dice la psicoanalista.
Lo cierto es que ni los padres pueden desconocer las enormes posibilidades que brinda la tecnología ni descansar o abusar de ella. Y para muchos, la mejor manera es la vieja escuela. Más allá de todas las posibilidades de control parental que están disponibles, el diálogo y la confianza son lo único que asegura que ningún derecho se vea vulnerado. “A veces, simplemente, queda confiar en aquello que hemos ayudado a construir en el otro, pero a sabiendas de que esa tarea lleva tiempo y que aún no se entiende con la inmediatez de los tiempos que transcurren”, concluye Ferreira Dos Santos.
LA NACION