04 Nov Adiós a Antonio Dal Masetto, escritor de la violencia y el desarraigo
Por Julieta Roffo
“Yo espero en esas mesas -las de los bares del Bajo porteño que lo apasionaron-, como un cazador con la escopeta amartillada, que caiga la historia. Si uno está alerta siempre aparece. El escritor es un espía que anda por el mundo tratando de robar cosas en un lado y en otro para alimentarse”. Antonio Dal Masetto se sentaba a diario delante de la máquina de escribir, incluso los días en los que sentía que no tenía nada para decir. Creía que para escribir, había que esperar que llegaran las ideas. Y creía también que escribiendo se saldaban deudas. Había nacido en Italia en 1938, y murió el lunes, a los 77 años, en el Hospital Italiano de Buenos Aires, luego de varios días de internación y un infarto del que no pudo recuperarse.
“Para mí todo era maravilloso”, decía el autor de Oscuramente fuerte es la vida en una entrevista con Revista Ñ de 2012. Hablaba de su infancia en Intra, un pueblo a la orilla de un lago alpino, en una casa con el espacio suficiente como para que sus padres cultivaran algunas vides, y tuvieran algunas -tres, cuatro- ovejas que el pequeño Antonio llevaba a pastar. La leyenda dice que, mientras vigilaba el ganado familiar, Dal Masetto dibujaba. Las monjas de la escuela primaria en la que estudiaba le contaron que Giotto, el gran pintor italiano, dibujaba las piedras mientras las ovejas familiares pastaban. Un maestro de arte lo vio y se lo llevó a su taller: “Vas a ser como Giotto”, le decían las religiosas.
El fin de esa maravilla llegó en 1950, cuando Dal Masetto tenía 12 años. Había terminado la Segunda Guerra Mundial y las fábricas en las que sus padres habían trabajado -una envasadora de gas él, una algodonera ella- habían bajado sus niveles de producción. Junto a su madre y su hermana, un Dal Masetto adolescente cruzó el mar en barco. De este lado, lo primero que le llamó la atención fue el vértigo del puerto y de la estación Retiro: creía que iba a encontrarse con un paisaje como el de México o del oeste estadounidense, como la América que le había leído a Emilio Salgari. Los tres viajeros se reencontraron con Narciso, el padre de la familia, en Salto, a doscientos kilómetros de la capital: él vivía allí desde 1948 y había abierto una carnicería.
Dal Masetto empezó a aprender castellano leyendo las historietas que separaba del papel de diarios y revistas que se usaban para envolver la carne en el negocio familiar. Cuando eso no le alcanzó, sacaba libros de la biblioteca municipal de Salto. Leía lo que entendía, devolvía lo que no. Y en esa búsqueda, encontró una historia en la que un adolescente padece el desarraigo y se siente completamente solo. “No estoy solo en el mundo”, pensó el autor: un libro le hacía compañía.
Se fue de Salto a escondidas de su padre, cualquier día a las 5 de la mañana, cuando tenía 17 años. Quería vivir (en) Buenos Aires, así que en la ciudad que lo había deslumbrado apenas bajó del barco sobrevivió trabajando como heladero, cadete, vendedor ambulante, empleado fabril y pintor de casas (una decepción para las monjas). Había venido a la capital a buscar un maestro de arte, pero se dio cuenta de que para vivir de la pintura se necesita un espacio mucho más grande que para escribir: vivía en una habitación de Sarmiento y Talcahuano con cinco hombres más. Apenas entraban un cuaderno y un lápiz, y, a través de gente que conoció en una librería se embarcó en una revistita para la que escribiría cuentos. Los primeros que agrupó en un libro, Lacre, le valieron la primera mención del premio Casa de las Américas en 1964.
Tardó años -“hasta bien avanzada la vida”, decía él- en vivir de la escritura. Narraba sin demasiados adornos, con crudeza y, muchas veces, atravesado por su propia biografía. La trilogía Oscuramente fuerte es la vida, La tierra incomparable y Cita en el Lago Maggiore es una larga crónica del desarraigo inspirada en la madre de Dal Masetto, que nunca había querido irse de aquel pueblo alpino. Los dos primeros tomos le valieron al autor el Premio Municipal y el Premio Planeta Biblioteca del Sur, respectivamente. Sin embargo, el autor se tomó un tiempo para centrar su literatura en la experiencia de la inmigración: primero quería dejar de sentirse extranjero. Antes de esas obras, publicó novelas como Siete de oro, Fuego a discreción y Siempre es difícil volver a casa, adaptada al cine en 1992.
No fue su único trabajo para la pantalla grande: en 1985 fue uno de los guionistas de la película Hay unos tipos abajo, que dirigieron Emilio Alfaro y Rafael Filipelli. Ambientada en el Mundial 78, era la historia de un periodista que cree que lo sigue un Grupo de Tareas: miedo y paranoia. En 1998, con la trama que había escrito más de diez años antes en la cabeza, Dal Masetto publicó una novela homónima. Y aunque no llegó a filmarse, el autor trabajó junto al cineasta Alberto Fischerman y la escritora Graciela Speranza en una adaptación de varios de sus cuentos ambientados en el pasaje Tres Sargentos, justamente en el Bajo que, desde los años 60, tantas veces lo vio reunirse con amigos “firmes” -así los definía- como Miguel Briante y Osvaldo Soriano. “La película no llegó a hacerse porque murió Alberto, que junto con Antonio era parte del grupo que frecuentaba el Bar o Bar de Tres Sargentos. Pero recuerdo esos encuentros de trabajo con mucho cariño, Antonio tenía un humor seco, parco”, dice Speranza sobre este autor cuyas obras se tradujeron a diez idiomas, que tuvo dos hijos, y que será despedido en absoluta intimidad.
El año pasado, y ya convertido en un colaborador habitual de Página/12, Dal Masetto fue reconocido con el Konex de Platino en la categoría Novela. También publicó su última novela: Imitación de la fábula. Como tantas otras veces, la trama se disparó a partir de un viaje. Como el que lo convirtió en un escritor argentino en 1950.
CLARIN