28 Oct El pueblo dormido: Kalachi, la aldea donde el sueño es el enemigo
Por Luisa Corradini
A mediados de marzo volvió a suceder: una nueva ola de esa misteriosa “enfermedad del sueño” golpeó a Kalachi, un pequeño pueblo de 680 almas ubicado 449 kilómetros al noroeste de Astana, la capital de Kazakhstán.
“La novena ola comenzó. Dos personas, un hombre y una mujer, se adormecieron. Los trataron en el hospital de Krasnogorsk. En total, 120 personas han padecido la enfermedad. Y si contamos las recurrencias, el número total es de 152”, dijo por teléfono Amanbek Kalzhanov, jefe del distrito, a LA NACION. En su voz, se adivinaba el hastío.
Un fastidio comprensible cuando se tiene en cuenta la ausencia de explicación y la duración del misterio que azota a Kalachi. Hace varios años, pero más precisamente a partir de marzo de 2013, los habitantes de ese pueblo rural empezaron a quejarse de mareos, pérdida de memoria y alucinaciones. Después, comenzaron a dormirse.
Tanto que, aunque nadie en Kalachi haya leído la historia de Washington Irving (La leyenda del jinete sin cabeza), han bautizado su ciudad con el mismo nombre: “El valle dormido”.
En Kalachi, la gente se duerme de golpe, como si hubiera recibido un mazazo en la cabeza. Hombres, mujeres y niños quedan en estado de coma mientras trabajan o están en la escuela. Ocho niños se desmayaron simultáneamente en una misma clase hace unos meses. En otra ocasión, unos 20 adultos se durmieron al mismo tiempo. El fenómeno dura días y, a veces, semanas. Y cuando se despiertan, no se acuerdan de nada.
Algunos alucinan. “Una pequeña niña de cuatro años vio a su madre con cuatro pares de ojos, cosas que reptan, caballos volantes y globos brillantes”, relató el periódico The Siberian Times. Como muchos otros vecinos, sus padres prefirieron partir de Kalachi.
Rudolf Boyarinos también vio algo, pero no consigue recordar qué. Sus familiares cuentan que cuatro de ellos tuvieron que hacer enormes esfuerzos para calmarlo cuando comenzó a gritar como un poseído: “¡Monstruos, monstruos!”.
El doctor Kabdrashit Almagambetov trató en el hospital de Esil, la capital del distrito, a uno de esos casos. Alexander Pavlyuchenko cayó en estado de narcolepsia mientras visitaba un cementerio. Cuando volvió en sí, nadie consiguió convencerlo de que no había pasado todo ese tiempo en una excursión de pesca.
“Es siempre así: primero se sienten débiles, se quejan de reacciones lentas y, por fin, se adormecen. Cuando se despiertan, es como si hubieran vivido en otro planeta”, relata.
Para los habitantes de Kalachi, a la angustia provocada por la ausencia de explicación, se ha sumado la consternación: con terror en la voz, evocan un episodio ocurrido en 2010, poco tiempo antes de que la epidemia hiciera su aparición.
Como en ese momento no se conocían las manifestaciones del fenómeno, todos están convencidos de haber enterrado vivo a un anciano que parecía muerto. Tal vez -temen- fueron ellos quienes lo mataron y ahora están sufriendo una maldición.
Ni las supersticiones ni la ciencia lograron explicar la “enfermedad del sueño”.
En un primer momento, el diagnóstico de los especialistas fue “encefalopatía tóxica”. Equipos de médicos, virólogos, toxicólogos y epidemiólogos viajaron desde Rusia e incluso de otros países europeos. Hasta hoy se han realizado más de 20.000 análisis y estudios clínicos, pero nadie consiguió hallar una respuesta consensuada.
Según el experto en sueño Mikhail Poluektov, que se especializa en enfermedades neuróticas en el Primer Instituto Médico de Moscú, “lo que sucede en Kazakhstán no tiene nada en común con los 85 desórdenes del sueño conocidos hasta ahora”. Pero, a su juicio, “tampoco se asemeja a una encefalopatía tóxica”.
“Todavía no conocemos el agente tóxico. Por esa razón, los médicos no pueden administrar un tratamiento adecuado”, dice a LA NACION.
“Al mismo tiempo -continuó-, vemos que los pacientes mejoran con una terapia general. Esto parece confirmar la idea de que podría tratarse de una epidemia de naturaleza psicogénica.”
En otras palabras, podría tratarse de un fenómeno de estrés psicológico o mental. Poluektov sugiere que el desorden podría ser un caso de psicosis masiva, “algo así como lo que se llamó “la urticaria de Ben Laden” en Estados Unidos, cuando cantidad de gente se brotó con placas rojas en la piel, convencidos de que estaban siendo víctimas de un ataque bacteriológico. “Esas cosas suelen suceder en comunidades cerradas”, señala Poluektov.
Sin embargo, la pista más prometedora podría ser la presencia de gas radón en la atmósfera, una contaminación que provendría de las minas de uranio explotadas hasta 1991 por los 6500 habitantes de la ciudad minera de Krasnogorsk, a escasa distancia de Kalachi. Hasta aquel año, Krasnogorsk era una ciudad “secreta” y cerrada, administrada directamente por el Departamento de Minería de la ex Unión Soviética. La vida allí era inusualmente próspera porque sus actividades eran consideradas de vital importancia por el Estado.
El ex jefe de la comunidad local, Alexander Rats, recuerda: “A diferencia de la penuria que reinaba en toda la URSS, en los comercios de Krasnogorsk se podía encontrar de todo: carne, leche condensada, botas fabricadas en Yugoslavia. Un minero podía comprarse tres autos en un año. Teníamos dos jardines de infantes, ambos con su propia piscina”. Ahora, la ciudad está en ruinas, habitada sólo por 130 personas. Cuando cayó la URSS, en 1991, las actividades cesaron. Las minas cerraron y las tierras fueron devueltas a la comunidad.
La tesis del gas radón es la convicción que prevalece entre los científicos de la Universidad Politécnica de Tomsk, 3604 kilómetros al este de Moscú. “Hemos analizado las muestras de uranio que nos enviaron los habitantes de Kalachi y llegamos a la conclusión de que el radón es la verdadera causa. Pero no por su radiactividad. Los desórdenes provienen del efecto químico del gas. En otras palabras, la enfermedad se debe a la evaporación de ese gas de las minas”, explica Leonid Rikhvanov, profesor en geoecología y geoquímica.
Síndromes colectivos
Pero los expertos de Tomsk todavía deben probarlo, viajando hasta el epicentro del fenómeno. La universidad intenta, desde hace meses, obtener las autorizaciones necesarias, pero nada es fácil en Kazakhstán, una ex república soviética turcomana, dirigida con mano de hierro por Nursultan Nazarbayev desde 1991.
La hipótesis del radón parece, no obstante, insuficiente si se tiene en cuenta la amplitud del fenómeno: los gases anestesiantes derivados del radón jamás provocan adormecimientos de varios días consecutivos. Así lo señala un ex minero citado por The Siberian Times: “Cuando descendíamos a la mina, la concentración de radón era muy elevada, y nadie se quedaba dormido”.
Por otra parte, la misteriosa patología apareció recién a fines de 2010. Desde entonces parece regresar en oleadas: en marzo de 2013, en enero y mayo de 2014, y en marzo de este año. ¿Cuál es entonces el elemento desencadenante? Para complicar el rompecabezas y debilitar la culpabilidad del radón, los múltiples análisis y mediciones efectuados en las viviendas de Kalachi resultaron negativos.
Otra pista estudiada es la del monóxido de carbono. Aunque tampoco en este caso se detectaron rastros particularmente elevados en los domicilios de las víctimas. Los análisis realizados en los enfermos tampoco fueron concluyentes: “Procedimos a análisis de sangre y de líquido encéfalo-raquídeo que no revelaron nada de anormal”, insiste el doctor Kabdrashit Almagambetov.
Los casos de síndromes colectivos que golpean un pueblo entero no son desconocidos. En 1951, el pueblo francés de Pont-Saint-Esprit padeció una ola de locura colectiva. Sobre 300 personas afectadas, 50 debieron ser hospitalizadas con accesos de violencia y alucinaciones. Otras cinco se suicidaron en pleno delirio.
Los especialistas atribuyeron esa misteriosa crisis al cornezuelo del centeno, un hongo parásito de las gramíneas que secreta el ácido lisérgico del que deriva el LSD y que se encuentra a veces en la harina. El episodio terminó siendo bautizado “el pan maldito de Pont-Saint-Esprit”. Pero la historia no registra el equivalente de este fenómeno de narcolepsia colectiva que golpea a Kalachi.
En menor escala, el periódico británico The Guardian investigó en 2013 el extraño caso de una gran familia española, los López, cuyos miembros padecen adormecimientos súbitos y profundos en cualquier momento del día. Según los médicos que estudiaron la patología familiar, se debería a la carencia genética de un neurotransmisor, la orexina (o hipocreatina), que estaría implicada en graves casos de narcolepsia.
Los López también evocan intensas sensaciones de déjà-vu y sus sueños de persecución son tan realistas que podrían ser considerados alucinaciones. “Bien se podría pensar que, en la comunidad cerrada de Kalachi, esta deficiencia de orexina se registra en el seno de varias familias. Pero, una vez más, esa característica no bastaría para explicar la duración de las fases de sueño y la aparición, reciente y espontánea del síndrome” en 2010, explica el doctor Almagambetov.
La solución radical
No obstante, como lo demuestran algunos casos de personas que estuvieron simplemente de paso, parece que ni siquiera hace falta residir largo tiempo en Kalachi para ser víctima del misterioso fenómeno. “Mientras averiguan, todos estamos aterrados de quedarnos dormidos”, confiesa la alcaldesa de Kalachi, Asel Sadvokasova.
Ante la falta de respuestas, las autoridades locales optaron por una solución más bien radical y controvertida: desplazar a los habitantes fuera de la ciudad para evitar la exposición. En enero, el gobernador regional Sergey Kulagin estimó que la relocalización estaría terminada para fines de mayo.
“Algunas medidas son necesarias”, afirma la alcaldesa, quien también fue víctima de un comienzo de adormecimiento. “Es una excelente ocasión para que nuestros habitantes encuentren un nuevo hogar y otro trabajo”, agrega.
Juntos, con administradores locales y empleadores, las autoridades consiguieron hasta ahora relocalizar a unos 100 residentes en toda la región de Akmola, que se extiende sobre una superficie de 90.928 kilómetros cuadrados en el norte de Kazakhstán. Unos 425 habitantes continúan, sin embargo, viviendo en el pueblo.
“Se trata de un desplazamiento voluntario”, precisa Sadvokasova. Pero algunas personas, sobre todo los ancianos, resisten. Viktor Kazachenko, por ejemplo, no piensa irse: “¿Por qué tendría que irme? Viví aquí durante 40 años y voy a morir aquí”, advirtió a The Siberian Times.
Las autoridades se dicen “abiertas al diálogo”. En diciembre una delegación visitó cada casa para hablar con los residentes y conocer sus necesidades. Les prometieron que todos los servicios comunales, de las escuelas a los hospitales, permanecerían operacionales hasta que el último de los pobladores acepte partir. Mientras tanto, como en la Bella Durmiente, los estoicos habitantes de Kalachi se aferran a una única esperanza: seguir siendo capaces de despertarse del próximo sueño.
LA NACION