12 Oct Así es el pueblo de Italia en el que está prohibido morir
Por Marina Artusa
En Sellia, uno de los pueblos más pequeños de la Calabria, Thanatos, ese señor barbudo, alado y sin una pizca de piedad que según la mitología griega encarna a la muerte, tiene la entrada prohibida. Porque desde el 5 de agosto, cuando fue aprobada la ordenanza número 11, los 596 habitantes de este pueblito donde las casas parecen hacer equilibrio para no resbalarse del peñasco tienen la obligación de cuidar su salud. Quien no lo haga será multado.
“Puede parecer una provocación pero la vida tiene un valor universal y en un pueblo chico y con pocos habitantes, no nos podemos permitir perder ninguna vida. La gente debe cuidar su salud –dice Davide Zicchinella, intendente de Sellia y médico pediatra–. Por una cuestión comunicativa la ordenanza se hizo conocida como prohibido morir pero el sentido es el de obligación de cuidarse. Si uno se cuida, aleja los problemas de salud y a la muerte. Queremos que Sellia se convierta en el pueblo de la salud.”
Aquí, donde el 60% de la población tiene más de 65 años, no hay hospitales. “El más cercano queda a 15 kilómetros y tenemos sólo un médico que viene una hora de lunes a viernes. Este es un pueblo habitado sobre todo por ancianos que no tienen quién los acompañe al doctor ni tampoco los 50 euros que cuesta ir y venir –dice el intendente–. Por eso creamos un consultorio en el edificio que perteneció a una escuela. Allí se hacen análisis de sangre y chequeos gratuitos. Una vez al año los ciudadanos deben acreditar que se han hecho controles médicos. Quien no lo haga o no presente la documentación, deberá pagar entre 10 y 30 euros, según su rédito.”
“Es una pavada –dice Nicola Barbieri, dueño de la única farmacia de Sellia–. La gente que se cuidaba lo seguirá haciendo y el que no, tampoco lo hará.” Sin embargo, desde que la ordenanza entró en vigencia, cien personas se han hecho controles médicos en el consultorio.
Vittoria Ciocci, un ama de casa de 47 años, espera envejecer aquí, donde la expectativa de vida en las mujeres es de 85 años (en los hombres, de 80): “Ha sido una linda provocación la de la ordenanza. La veo positiva, sobre todo para los ancianos. Además crea conciencia. Sirvió también para hacer conocida a Sellia en todo el mundo”.
Este caserío, donde durante cinco siglos se habló griego, ofrece Internet gratis para las 261 familias que lo habitan pero no tiene escuelas: los veinte niños en edad escolar del pueblo que se entretienen en dos hamacas plantadas en un retazo de pasto van a clase a seis kilómetros de aquí. Tampoco hay hoteles ni restaurantes. El orgullo de Sellia son los restos de un antiguo castillo medieval, un puente de piedra y dos iglesias antiguas: una dedicada a San Nicolás de Bari, su patrono, y otra a la Virgen del Rosario.
Por eso el bar de Giovanni Merante, que da de beber y fumar, tiene tragamonedas y vende hasta perfumes y tintura para el pelo.
En los últimos quince años, el pueblo perdió un tercio de sus habitantes. “Hay numerosas casas bien conservadas que hoy están vacías –dice Salvatore Rotella, arquitecto y vecino de Sellia–. Hoy, una casa de dos habitaciones, baño y cocina, para remodelar, cuesta entre 20 y 30 mil euros. Hay un proyecto de convertir esas casas en un hotel para que los visitantes experimenten cómo se vive aquí. Y también está prevista la construcción de un parque de aventuras.”
Lucrecia, la señora a cargo del horno del pueblo donde se hace el pan desde hace 25 años, chicanea la iniciativa del municipio: “Cuando me toque, me voy a morir. Y no por ordenanza”.
Sin embargo el tiempo no pasa para el reloj de la iglesia de San Nicolás de Bari: a cualquier hora del día marca las seis y cinco. Qué mejor augurio para este pueblo que se codea con la inmortalidad.
CLARIN