Los reyes de los Emmy

Los reyes de los Emmy

Por Natalia Trzenko
“¡Empezó con un libro! ¡Empezó con un libro! ¿OK, Andy?”, con esa frase desafiante se despidió anteayer del escenario Frances McDormand luego de llevarse el premio a la miniserie por Olive Kitteridge, la ficción basada en la novela de Elizabeth Strout, que protagonizó y produjo en HBO. Claro que el grito de guerra a favor de “las historias bien contadas” de la actriz y productora que además se llevó un galardón como mejor intérprete por su composición de la lacónica Olive también resonó para Game of Thrones , coronada como mejor serie dramática. Y que sí, también empezó con un libro. Una serie de libros en realidad. La indiscutida ganadora de la noche nunca renegó de su origen ni su dependencia literaria, y de hecho el autor de las novelas, George R. R. Martin, estuvo presente en la ceremonia de premios que se celebró anteayer en una Los Ángeles que, con 36 grados, convirtió la alfombra roja en un sauna que las estrellas sufrieron sin que se les derritiera el maquillaje.
Ese Andy del que hablaba McDormand era Samberg, el conductor del festejo que abrió la celebración con un montaje, “como Billy Crystal en los Oscar”, aunque en su caso en lugar de resumir una docena de películas el desafío era incluir en la pieza musical alrededor de 400 programas. Por eso avisó a los libros que esa definitivamente no era su noche. “Jódanse, libros”, decía la pantalla al final del monólogo. No podría haber estado más equivocado.
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Después de cuatro temporadas sin poder pasar de los premios en las categorías técnicas y el ocasional reconocimiento a Peter Dinklage como mejor actor de reparto, Game of Thrones terminó con la sequía justo en el año en que todas las apuestas daban a Mad Men como seguro ganador. En primera instancia por la calidad de su última temporada y, sobre todo, justamente porque era la última. ¿Qué mejor despedida para la ficción de Matthew Weiner que darle el Emmy a mejor serie dramática que no ganaba desde 2011? La respuesta de los votantes de los premios de la Academia de TV fue contundente: adiós, ya nos veremos en las repeticiones y acá tienen el premio para Jon Hamm como mejor actor de drama que hace tanto nos reclaman.
Una de las razones por las que Game of Thrones le ganó la partida a Mad Men puede estar relacionada con el nuevo paquete de reglas de votación que la Academia instauró este año. Puntualmente esa que amplió el voto final para que fuera emitido ya no por un comité especial sino por todos los integrantes de la asociación. Así, la Academia ya no pudo controlar si los que votaron efectivamente vieron todos los programas que eligieron o si hicieron sus selecciones basados en la popularidad de los ciclos. En el caso de mejor serie dramática es indiscutible que la base de seguidores de Game of Thrones es mucho más amplia que la de Mad Men, y esa diferencia podría haber inclinado la balanza para la serie de fantasía. O tal vez haya sido que ya era tiempo de que una ficción de género volviera a llevarse el galardón más importante de la noche después de tantos desplantes por parte de la Academia. El ciclo creado por David Benioff y D.B. Weiss ayudó a que HBO fuera el canal líder de la noche, con 43 galardones. En un lejano segundo puesto quedó la cadena NBC, con 12.
Los mencionados premios a la notable Olive Kitteridge, que incluyeron el reconocimiento a los talentosos Richard Jenkins y Bill Murray y a la guionista Jane Anderson, también contribuyeron, aunque el mayor impacto lo logró Veep, la comedia protagonizada por Julia Louis-Dreyfus, ganadora por quinto año consecutivo de la estatuilla a mejor actriz de comedia.
El excepcional ciclo creado por Armando Iannucci (se llevó también un premio a mejor guión de comedia y al mejor actor de reparto para Tony Hale) nunca había ganado en esta categoría, en la que, en general, triunfan opciones más conservadoras y políticamente correctas. Y si algo se puede decir para describir este ciclo que retrata los entretelones de la política es que es profundamente incorrecto y que se da la libertad para reírse de todo y todos, pero especialmente de los más poderosos. Además de tratarse de una comedia sin lugar a discusiones o dudas sobre el género al que pertenece, como sí sucede con Transparent, la comedia dramática que hasta último momento figuraba primera en las encuestas y se tuvo que conformar con los reconocimientos a su protagonista (Jeffrey Tambor) y su directora (Jill Solloway).
Pero como si HBO hubiera decidido que era hora de reclamar su lugar de privilegio ante la avanzada de las plataformas de contenido como Netflix, Amazon y Hulu, anteayer, el gigante premium levantó las dos coronas más codiciadas de los Emmy: las estatuillas a mejor drama y mejor comedia. Un doble triunfo que no se daba en los premios de la industria televisiva desde hacía trece años, cuando Friends y The West Wing le daban alegría gemela a NBC.

Esto es historia
“No podés ganar un Emmy por papeles que sencillamente no existen.” Emocionada pero sin perder la concentración ni la conciencia de que estaba haciendo historia, Viola Davis dio el discurso más importante de la noche cuando fue elegida mejor actriz dramática por su papel en How To Get Away With Murder. “Lo único que diferencia a las mujeres negras del resto de la gente son las oportunidades”, elaboró la intérprete, que se transformó en la primera actriz negra en ganar este premio. Claro que el endémico problema de la industria del espectáculo con la representación y reconocimiento de las minorías anteanoche pareció ser apenas un mito o una cuestión del pasado. Es que no sólo la extraordinaria Davis se llevó un premio, sino que también fueron galardonadas Regina King por su papel de reparto en la miniserie American Crime y Uzo Aduba ganó por segundo año consecutivo por su papel en Orange is the New Black. Aunque, curiosamente, el año pasado su programa haya figurado en la categoría de comedia y este año, como sus episodios duran casi una hora, eso la califica como un drama según las nuevas reglas. Entonces, si los Emmy se propusieron ser mucho más diversos y sensibles en términos raciales que los Oscar el objetivo quedó cumplido. Ahora sólo les queda la monumental tarea de equilibrar la balanza para las minorías detrás de las cámaras. Aunque tal vez eso sea pedirle demasiado a un premio que este año tuvo que reconocer que lo mejor de la TV, a veces, comienza con un buen libro.
LA NACION