Decir la verdad y el “te lo digo por tu bien”

Decir la verdad y el “te lo digo por tu bien”

Por Miguel Espeche
Una cosa es mentir y otra es administrar la verdad. Conviene tener esto en claro, para no sufrir dolorosos malentendidos a la hora de vincularnos con los otros en buenos términos. La mentira es una malversación intencionada de lo real, un ocultamiento con voluntad de perdurar. Se trata de la construcción de una pseudorrealidad que encubre y distorsiona, por diversas razones, datos, intenciones, situaciones, etcétera, suplantándolas por un relato ficticio que no tiene ninguna intención de permitir que lo genuino salga a la luz alguna vez. Administrar la verdad es otra cosa. En principio, lejos está de ser una mentira. Se trata de la facultad de ayudar a que esa verdad se haga digerible, tal como ocurre cuando miramos el sol, que puede ser “enfrentado” con los ojos de manera directa solamente cuando hay un filtro en el medio que evite que tanto brillo nos enceguezca.
Arrojar datos reales sin una ponderación acerca de cómo se comparten esos datos no significa de ninguna manera una mayor sinceridad, sino que pone de manifiesto una comprensión mezquina de lo que significa “decir la verdad”.
Aquella frase “te lo digo por tu bien”, ofrecida como manera de compensar el dolor que produce algún comentario o información cruda, generalmente dicha a mansalva, suele ser falaz, sobre todo, cuando “de colada” viaja en ella alguna intención poco clara. Hay muchos ejemplos que podrían ilustrar lo antedicho. Se le puede decir a alguien que está muy flaco y parece enfermo, por ejemplo, y que eso sea cierto. Pero en ese decir, que es irrefutable en caso de que la persona esté efectivamente flaca y enferma, puede “viajar” el amor y la intención de ayudar, o, por el contrario, puede colarse la intención de hacer sentir mal al otro, pegándole en donde le duele, ocultando esa intención de daño tras una versión de la verdad que, como un “troyano”, oculta el “virus” de la mala intención.
“La única verdad es la realidad”, decía Perón, lo que es algo irrefutable. Ocurre que la realidad es compleja y multidimensional por lo que, si no entrenamos la percepción, dejamos de ver un aspecto de lo real, que es nada menos que el espíritu con el cual se transmiten los llamados “hechos objetivos”. Otro ejemplo: informar a un enfermo terminal de que va a morir puede ser o no lo adecuado. Dependerá de que se priorice su capacidad de digerir la situación para que no sufra sin sentido y no se sienta un “paciente terminal”, sino una persona en el último tramo de su vida, o que se considere que “desembuchar” el dato objetivo de su inminente muerte es más importante que cualquier otra cosa, incluso, que el estado emocional o espiritual del involucrado para ir aceptando, mediante un proceso de “administración de la verdad”, la inminencia de su despedida.
Acepta-las-críticas
Es verdad que darles muchas vueltas a las cosas sin ir al punto suele ser nocivo. Sería, en todo caso, una mala administración de la verdad más que una mentira. Es aquello que, por ejemplo, ocurre con una novia que ya no quiere a su novio, pero? le cuesta sincerarse. Le da vueltas, lo oculta por miedo, temor, lástima? y al final aparece todo de la peor manera, generando un efecto multiplicado de conflicto por aquello de “si lo sabías, cómo no me lo dijiste antes”, que agrega culpa y desazón a todo el panorama.
La verdad es mucho más que el tráfico veraz de datos e información. La transmisión de los hechos o de datos reales puede ser cruda, pero no debe ser cruel. Y, como dijimos, dado que estamos hablando de procesos humanos, en esa verdad fáctica que se transmite viaja, también, la verdad de las intenciones humanas. De esa verdad no se escapa nadie, y es la que, tarde o temprano, se revela ante los ojos propios y ajenos, y nos muestra quiénes somos? de verdad.
LA NACION