03 Sep Por qué publicamos la foto de un niño muerto
Puede todavía una imagen hacer algo? ¿Puede conmovernos, generar identificación, ayudar a que algo horrible deje de ocurrir? Es difícil.
Pero el horror es el horror y la tragedia es la tragedia. Y el cómo se los muestre cambia si la manera de mostrarlos sirve para ponerlos en su más cruda, terrible dimensión.
Anoche hubo un intenso debate entre los editores de Clarín, como lo hubo en muchos otros medios, sobre dos fotos que testimonian el drama de la oleada de migrantes que huyen de la guerra en Siria y Libia para refugiarse en Europa.
En una aparece un niño llevado en brazos por un socorrista a orillas del mar en Turquía y en la otra, anterior, el mismo chico muerto. La primera no cuenta todo y hasta puede contar lo que no es: que ese chico está vivo. Necesita una explicación.
La otra dice todo. La decisión editorial fue publicar en la tapa al chico sirio muerto mucho más que a la foto del chico muerto. Sintetiza como ninguna el horror de los refugiados y la medida de su desesperación si es que esa desesperación puede ser medida de alguna manera. Y es una acusación contra la monstruosa insolidaridad de los gobiernos europeos que escamotean el asilo y la ayuda.
Hay argumentaciones fuertemente contrapuestas. Algunas dicen que vivimos en una época de inflación de imágenes. Y que en esa inflación las imágenes pierden valor. Incluso, que una foto brutal termina insensibilizando.
Otras dicen que si la imagen explica por sí misma la verdadera dimensión de una tragedia es una flecha que se dispara al corazón y nos interroga qué clase de humanidad estamos construyendo. Como las imágenes del Holocausto o de Vietnam.
El drama de los refugiados es conocido. Es sabido también que no se resuelve con muros más altos o con barcos de guerra en el Mediterráneo. Sin embargo, el drama se repite y se agrava. Nada parece destinado a cambiar y será así hasta que cambiemos.
Una imagen, la imagen más brutal: la guerra fuera de la guerra. El retrato de una víctima inocente perdida por este naufragio en que nos encontramos y que destruye la inocencia del espectador. No es una ficción: éste es nuestro mundo. Acá estamos. El chico es nuestro. No es de otra galaxia. Y está muerto.
Su muerte nos interroga desde la imagen. ¿Qué hemos hecho para que suceda esto? ¿Y qué haremos para que no siga sucediendo? La imagen que da vuelta al mundo quizás incida para quebrar la anestesia de la indiferencia. Debemos hacer algo aunque las responsabilidades no son iguales. Nuestra responsabilidad está ahora sacudida por esta fotografía.