05 Sep John Connolly: “La ficción no tiene ninguna obligación con la realidad”
Por Sol Amaya
John Connolly sonríe mucho. Es difícil adivinar detrás de su bueno humor en la charla al hombre que escribe sobre los sentimientos más oscuros del ser humano, esos que llevan a cometer crímenes atroces. Hechos terribles narrados a lo largo de una serie de novelas que tienen como protagonista a Charlie Parker, un detective a quien su creador describe como “un Cristo”.
De visita en la Argentina para participar del festival BAN! (Buenos Aires Negra), el escritor, nacido en Dublin (1968), explicó a LA NACION que situó sus relatos de la serie Parker en Maine, Estados Unidos, donde el autor reside algunos meses al año, en principio para “escapar de las expectativas” que existen sobre los escritores irlandeses. Usó paisajes norteamericanos como una especie de huida imaginaria. “De todos modos, de alguna manera traje todo el equipaje irlandés conmigo: el catolicismo, el folklore, lo fantasioso, todo está presente en mis libros”, admitió Connolly. Y es justamente eso lo que les otorga un condimento distintivo a sus relatos: la mezcla de la novela negra con lo sobrenatural y lo espiritual.
En El invierno del lobo (Tusquets), la más reciente novela de la serie disponible en la Argentina, Parker debe enfrentarse a una secta -la Familia del Amor- cuyos adeptos habitan en Prosperus, un pequeño pueblo norteamericano. El detective llega hasta allí investigando la muerte de un sin techo y la desaparición de su hija. Luego descubrirá que el pueblo está lleno de oscuros secretos, que ocultan sacrificios humanos y dioses hambrientos de sangre. “Es lo más lejos que he llegado con lo sobrenatural.” Para mantener la credibilidad de sus historias, Connolly usa paisajes y contenidos reales, pero no se preocupa demasiado por dar cuenta en detalle el aspecto judicial y policial de la investigación de un crimen. “Nunca vi un episodio de CSI. Y siempre me porto bien para que Dios no me obligue a hacerlo”, bromea.
-¿Cómo se logra un equilibrio entre ficción y realidad en una novela negra?
-La ficción no tiene ninguna obligación con la realidad. Si tiene una obligación con alguien, es con la verdad, y no es lo mismo. Esto es muy importante en el crimen de ficción. Porque la mayoría de los criminales reales no son muy interesantes. La gente se mete en el crimen porque no puede encontrar un trabajo apropiado. En el tipo de novelas que escribo, le doy al criminal un peso que no tiene en la vida real. La mayoría del policial negro no tiene mucha relación con la realidad, sino con la naturaleza de la ley y la justicia. El escritor William Gaddis decía: “Obtienes la justicia en el otro mundo. En éste tienes la ley”. Y a lo que se refiere es a que la ley no es fundamentalmente satisfactoria y no se relaciona con la justicia. No me interesa la ficción que lidia con la ley como un instrumento del Estado.
-¿Y cómo se introduce en estos relatos lo sobrenatural de manera que la historia no pierda credibilidad?
-Uso lugares reales. Soy meticuloso para describir el contexto en el que sucede el crimen. Por eso cuando estas cosas extrañas comienzan a suceder, las defensas del lector ya están bajas. Los meto en mi mundo y ahí puedo jugar con ellos.
-¿Se inspira en la realidad para sus historias? ¿Lee la sección policial de los diarios o ve los noticieros?
-Sí, yo fui periodista policial. Hubo un libro que surgió cuando estaba yo sentado en un bar en Maine. Al parecer paso mucho tiempo en bares, muchas de mis historias comienzan así (risas). En la televisión vi a un hombre muy anciano que ayudaban a subir la escalinata de un juzgado. Pedí que subieran el volumen y escuché que se trataba de un ex guardia de un campo de concentración, que venía luchando para no ser extraditado durante 50 años. Esta era su última audiencia frente al juez. El juez dijo que anunciaría su decisión al día siguiente. Finalmente decidió extraditarlo, pero el hombre murió en la noche. Al final de todo, logró lo que quería: morir en suelo americano. Me sentí como esos pájaros que son atraídos por objetos brillantes. Los escritores, los periodistas, somos así. Siempre buscamos cosas que brillan. Y eso era algo brillante. Y se convirtió en la base de un libro. Pero eso es raro. Generalmente, como me pasó con El invierno del Lobo, uno tiene una idea, empezás a explorar sobre arquitectura de iglesias, y eso te lleva a examinar sectas religiosas, y eso te revela a los familistas. Y ahí decidís robarte eso. Porque ¿para qué inventar algo si ya existen cosas como esas en la vida real?
-¿Qué tipo de lector imagina?
-Es un rango muy amplio. Cuando voy a eventos hay de todo. Ambos sexos. Varias edades. Algunos de mis pares reciben mails de personas extrañas que van también a las firmas de libros, eso nunca me sucedió. Tal vez quienes me leen son más equilibrados (risas). Creo que mis libros tal vez demandan más atención. Además creo que respeto bastante la inteligencia del lector. No escribo para gente que quiere bombas que exploten en cada página. O que no quieren que aparezcan ideas políticas o sociales. Parece que mis libros atraen gente inteligente y equilibrada. Es extraño porque los libros de Parker atraen a un tipo de lector, pero El Libro de las cosas perdidas atrae a una audiencia que nunca leería la serie de Parker. Y otro tipo de gente lee mis historias de fantasmas. Y aunque por fuera pareciera que son tipos de libros totalmente diferentes, que escribo sobre cosas muy distintas entre sí, son productos de la misma sensibilidad. Y tocan los mismos temas desde diferentes ángulos: niñez, el dolor, la pérdida, el sacrificio.
-¿Cómo fue el proceso de creación de Charlie Parker?
-No me siento cómodo con la idea de que un personaje es “creado”, porque da la sensación de que uno se sienta y empieza a dibujarlo, como si lo planearas. Cuando empecé a escribir la primera novela, lo único que tenía era la idea de un hombre que llegaba a su casa y se encontraba con que todo lo que tenía le había sido arrebatado. Con eso obtiene una libertad terrible, porque si te pasa lo peor y lo sobrevivís, ¿qué queda? Te convertís en un temerario. Me llevó unos cinco años escribir esa novela. Y como cuarenta borradores. El personaje se va revelando en cada nuevo borrador. Es como cuando hacés un guiso: ponés los ingredientes y dejás que se cocinen juntos. Por eso el tiempo es tan bueno para los escritores.
-¿Hubo influencia de otros escritores? ¿Tiene algo suyo el personaje?
-Dos escritores me influenciaron mucho. Uno es James Lee Burke, un gran poeta de los “paisajes” en la novela negra. El otro autor es Ross MacDonald. Todos los escritores somos producto de la gente a la que leemos. Al final lo que le agregás es un porcentaje tuyo. Siempre tiene que haber algo tuyo. Yo no soy Parker, pero nunca le hago decir algo con lo que no estoy de acuerdo. Ni siquiera lo podría hacer escuchar música que a mí no me gusta. Tiene mis mismos gustos. Pero como tiene reacciones mucho más extremas que las mías, me permite explorar el mundo de otra forma.
-Muchos personajes de sus novelas, incluso Parker, a veces resuelven hechos que consideran injustos con actos de violencia. ¿Hay una justificación moral en sus acciones?
-No, y creo que Parker lo sabe. Él es muy consciente de sí mismo. Entiende que no hay males pequeños. Cada vez que actúa con violencia sacrifica un poco de su humanidad. Pero está preparado para hacerlo. Parker es casi como un Cristo en estos libros. Es un hombre que no puede darles la espalda a los que sufren. Que carga con los pecados de los demás sobre sus hombros. Cristo fue un individuo peligroso, creía en lo que decía. Si era el hijo de Dios o no, no importa. Lo que importa es que él estaba convencido de lo bueno de sus acciones.
-En El invierno del lobo, cuenta una historia paralela que se entrelaza con la principal, la del lobo viejo y herido. ¿Representa a Parker?
-En un punto creo que es Parker. Es el animal herido. El animal cazado. Desgastado. Hay un paralelismo entre los dos grupos de cazadores. Y dos objetivos distintos: Parker y el lobo. Las consecuencias son similares.
-Pero el lobo muere y Parker?
-Parker cambia. Los próximos libros ya no podrán ser iguales.
LA NACION