06 Sep Los colores de Michel Foucault
Por Mónica López Ocón
No es fácil entrar a la sala de exposiciones del Centro Cultural Borges, donde se ven imágenes pictóricas y escultóricas de cuerpos sufrientes y en la que se escuchan gritos de tortura, procesados con efectos que los convierten en la banda sonora del horror. Se trata de la muestra Vigilar y castigar, de Hugo Echarri, que se basó en la obra homónima de Michel Foucault para dar cuenta de la violencia del poder, que parece permanecer intacta a través de los siglos, manteniendo la primitiva producción “artesanal” del sufrimiento, ese saber fundamental del verdugo desde el principio de los tiempos. Echarri se confiesa admirador de Foucault y si le ha interesado particularmente Vigilar y castigar es porque allí “aborda la normativa y la ejecución, es decir, el rol del poder”. “Los hechos de violencia que se pusieron en la agenda en estos últimos años –observa el artista- de alguna manera comenzaron a rebatir la obra de Foucault. Él comienza a estudiar la etapa de la monarquía absoluta, donde el castigo era físico y atroz. Una ejecución duraba siete días, al acusado se lo atenazaba, se le volcaban materiales hirviendo, lo despedazaban y finalmente lo mataban y lo quemaban. Luego comienza una etapa más sofisticada que es la carcelaria. Foucault dice entonces que ya no se castiga tanto el cuerpo sino el espíritu. Pero lo que empezamos a ver ahora -si tomamos, por ejemplo, el tema los terroristas del ISIS-, es que vuelve la misión del castigo físico y público, para crear terror. En un momento en que hay tratados internacionales de Derechos Humanos, vuelve a haber crucifixiones, ahogamientos y hogueras que se hacen con técnicos de filmación, porque lo que se busca es su difusión a través de los medios masivos, de Internet, para crear un terror internacional. Me parece increíble a mi edad ver que han vuelto las crucifixiones cuando eran algo que rememorábamos en Semana Santa como parte del pasado romano. En un mundo supuestamente ‘civilizado’, volvemos a ver los mismos castigos que hace 2000 años. Si bien la violencia está ligada a la condición humana, uno supone que en esta etapa de nuestra evolución nuestra parte angélica debería prevalecer sobre nuestros propios demonios. Claro que no sólo están en la agenda las matanzas del ISIS; también lo están las torturas policiales en nuestro país. Pongo el foco en la violencia institucional o parainstitucional; pero también existe la violencia privada. Mi obra es una versión libre de Foucault en la que traslado a la plástica esta preocupación.”
Artista multifacético, Echarri ha realizado la banda sonora de esta y otras de sus exposiciones. En este caso, tomó de Internet sonidos de torturas que mezcló con sintetizadores acústicos para crear una situación de desasosiego. En el área creativa se autodefine como un artista conceptual que trabaja por series que siempre tienen un costado sociológico, ya sea en lo religioso o lo artístico. Sus dos muestras anteriores en el CC Borges fueron Plegaria por el Gauchito Gil y Queremos tanto a Woody. “En un momento en que las religiones oficiales estaban en retirada y la fe religiosa estaba en crisis–explica- me interesó la necesidad de determinadas poblaciones, en general marginales, de creer en alguien. Me pareció un fenómeno democrático porque el Gauchito no venía impuesto de arriba. En el título de esa muestra incluí su plegaria porque es un pedido de alguien en estado de desesperación a alguien o a algo que está más allá de la potencia humana. El propio Foucault menciona la plegaria en el expediente de tortura con el que abre Vigilar y castigar.” Precisamente, hacia el final de la sala puede verse un video cuyo sonido está tomado de una tortura realizada en una comisaría de Tucumán que mezcló con Mi dulce Señor de George Harrison. “El torturado –dice- se vuelve un poco místico al pedirle a un ser superior que lo salve de ese pasaje terrorífico que es la tortura.” Echarri ha hecho de la búsqueda de justicia el leitmotiv de su vida: además de artista, es juez.
TIEMPO ARGENTINO