Usain Bolt: imparable e irresistible para los humanos

Usain Bolt: imparable e irresistible para los humanos

Por Claudio Cerviño
¿Podrían “El hijo del viento”, Carl Lewis, o “El Expreso de Waco”, Michael Johnson, hacer lo que ni el mejor Justin Gatlin no pudo? Al fin y al cabo, la única fórmula para frenar al Rayo jamaiquino la tuvo un ignoto cameraman chino al que deberían retirarle, de inmediato, la licencia para conducir segway. Es que a punto estuvo de transformar otra jornada de gloria de Usain Bolt en una historia de desenlace insólito. Tan grande es el cuádruple campeón mundial consecutivo de los 200 metros, el hombre de las 10 medallas doradas en competencias como las que se están desarrollando en el Nido de Pájaro de Pekín, que no sólo salió indemne del inesperado trancazo que pudo ocasionarle una seria lesión, sino que además se permitió bromear con ello: “Ya hay rumores por aquí de que fue Gatlin el que pagó al hombre”. Humorada que entendió y aceptó su propio archirrival al contraatacar: “¡Quiero mi dinero de vuelta! El hombre entendió algo mal. Debía hacerlo antes de la carrera, no después”.
En siete años, desde aquella fulgurante irrupción en este mismo escenario durante los Juegos Olímpicos donde selló su primer hattrick (100m, 200m y 4x100m), Bolt construyó un imperio de capacidad, idolatría e imbatibilidad en las grandes citas (salvedad hecha de aquella partida en falso en la definición de los 100m en Daegu 2011). Lo rubricó una vez más ayer en Pekín cuando, en un año en el que sus marcas no habían maravillado, puso dos veces KO, en un término de cuatro días, al mejor oponente que podía tener; primero en los 100m, en una final memorable y por una centésima; ayer, con un arranque explosivo (0.147s contra 0.161s de Gatlin), una aceleración descomunal al entrar en los 100 finales y un remate típico de su sello, diciéndole a todos “soy el mejor, aquí estoy”. ¿Qué fue sin récord? Sí, marcó 19s55/100, contra los 19s74/100 de Gatlin y los 19s87 del sudafricano Anaso Jobodwana, el heredero que asoma con apenas 23 años. Pero no le preocupó no superarse en el crono.
“Sabía que no estaba físicamente para superar mi marca (19s19/100). Como sabía también que debía correr fuerte 150 metros. Y fue justamente ahí, en los 150, cuando miré al costado y lo vi a Gatlin muy cansado. Supe que ya no podría alcanzarme”, dijo sin rodeos. Y dobló la apuesta: “Gatlin dijo que tenía algo especial para mostrar en los 200m, que era su prueba preferida. Bueno, los medios hablan mucho de mí respecto de los 100 metros, pero no lo hacen del mismo modo en los 200, así que tenía que demostrar que soy el número uno. Estoy realmente feliz por eso. Constantemente me presiono, me llevo al límite. Y sigo haciendo grandes cosas”.
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Se cae frecuentemente en la tentación de ubicar a Bolt en una comparación histórica con referentes deportivos de todos los tiempos. De pensar en los Phelps, Jordan, Nicklaus, Federer, y otros nombres que son mitos. Vale más como parámetro ubicar a Bolt en la cumbre del podio de los velocistas. Un atleta superdotado, de zancadas inimitables, que termina con las rodillas en frenético ascenso cuando a los demás parecen pesarles. Que viene monitoreando cada 20-30 metros “al rival”. ¡Que disfruta de las finales! Bastó con ver su semblante antes de las semifinales: no parecía Bolt. Serio, sin gestos, concentradísimo. Eso es patrimonio de los grandes campeones, que suelen decir en la intimidad: “¿Lo peor? Ver las finales desde la platea o por TV. El tema es estar en la final y tratar de ganarla. Muchas veces presionan más las semifinales que la final”. Para la definición, el showman más rápido del planeta estaba nuevamente en funciones.
Hubo tiempos en los que hablar de Carl Lewis era decir que el atletismo concluiría en él. Además, no sólo era velocista, sino un atleta integral: también competía, y triunfaba, en salto en largo. Jerarquía, técnica, elegancia. Perfección. Cuando su cuerpo empezó a transformarse en leyenda, apareció “El Expreso” para tomar el imaginario testimonio. Johnson, el hombre impenetrable, incapaz de mostrar una sonrisa. Para los especialistas, como el recordado Luis Morillas, era el hombre más rápido del mundo por cuestiones de promedio de velocidad. Diferente a todos: cuando tomaba posición vertical, tiraba levemente el torso hacia atrás y corría sacando pecho. Quizás un mensaje de lo que quería transmitir.
Que se hable de Bolt, a los 29 años, haciendo referencia a Lewis y a Johnson, habla por si sólo de lo que el jamaiquino construyó en estos 7 años. Ya son 6 oros olímpicos, con 10 doradas mundiales y la posibilidad concreta, en Río 2016, de conseguir un triplete olímpico que lo posicionaría, aunque sea fugaz y simbólicamente, junto al Cristo Redentor. Y atención, su historia en Pekín aún no concluyó, porque faltan los 4x100m, otra de sus debilidades. “¿Si me afectó el golpe que me dio el hombre de la TV? Fue en el gemelo izquierdo, pero ya está. Los relevos no están en duda. Me daré un buen masaje, y a correr”, expresó el campeón sobre la competencia de mañana.
No había bajado los 20s en todo el año en los 200m. “No problem”, la frase de cabecera del 99% de los jamaiquinos, aplica perfectamente a la esencia de Bolt. Lo hizo cuando había que hacerlo: en las semifinales y, sobre todo, en la final. La historia terminó como siempre. Con un Bolt imparable e imposible de voltear. Casi imposible…
LA NACION