14 Aug 7 años que cambiaron la forma en que hacemos todo
Por Ariel Torres
Hay dos fotos. Una es del 24 de abril de 2005, cuando asumió el papa Benedicto XVI. La otra es de la asunción del papa Francisco, en 2013. En la primera, uno o dos celulares de pequeña pantalla son utilizados por los feligreses para tomar fotografías del acto, pero la inmensa mayoría de los asistentes usa cámaras domésticas En la de 2013, se observa un océano de smartphones y tabletas por doquier, hasta donde alcanza la vista, para hacer exactamente lo mismo, retratar el momento en que asume un nuevo papa. Las cámaras prácticamente han desaparecido de la segunda imagen (en rigor, el efecto es más notable porque Francisco asumió al anochecer).
Las dos fotos muestran cómo cambiaron algunas de nuestras costumbres en poco más de un lustro.
Pero la revolución va mucho más allá. Los dispositivos móviles inteligentes no sólo se usan hoy para las redes sociales, la Web, la lectura de libros y noticias, para jugar y para la navegación satelital, para mensajear, oír música y (claro) sacar fotos y grabar videos en alta resolución, sino que además están empezando a integrarse con los relojes, pulseras y hasta con la ropa. Ese cambio paradigmático comenzó hace siete años, cuando la compañía estadounidense Apple Inc. lanzó algo que nadie esperaba, aunque los rumores abundaban: un teléfono inteligente que rompió con todos los moldes y recreó por completo la industria.
Los rumores sonaban, a mediados de 2006, como una de esas trampas cazabobos que circulan por Internet. “Apple podría lanzar su propio teléfono celular”, decía el chisme. Muy a pesar de que el ultrasecreto proyecto Púrpura, como se lo llamó internamente, venía desarrollándose desde 2004, la idea de que un fabricante de computadoras del Silicon Valley se enfrentara a Nokia y Motorola movía a risa. O, como mínimo, nadie le apostaba ni un centavo.
Pero lo que al principio no tenía mucho sentido fue ganando fuerza con el paso de los meses y el 29 de junio de 2007 el primer iPhone fue presentado en sociedad por Steve Jobs. Ahora parece normal, pero en su momento fue un shock. ¿Un celular que es todo pantalla y sólo tiene un botón? La industria oscilaba entre mofarse y admitir -secretamente- que todos sabían que ésa era la dirección que finalmente los teléfonos tomarían, sólo que crear un dispositivo de ese tipo era demasiado caro y demasiado osado.
El desarrollo del iPhone llevó unos 30 meses y costó 150 millones de dólares (182 millones de hoy). La apuesta era enorme para una compañía que, a priori, no tenía ni la más remota chance de competir en el mundo móvil, dominado por el coloso finlandés Nokia, el gigante estadounidense Motorola y por varias firmas coreanas y chinas que ya empezaban a avanzar en la carrera celular (Samsung y LG, principalmente). Es más, al principio el proyecto Púrpura se propuso crear una tablet, pero Jobs decidió tomar el rumbo de la telefonía celular. La iPad llegaría tres años después.
Recuerdo la primera vez que probé el smartphone de Apple, poco después de su lanzamiento. Fue una experiencia reveladora y, a la vez, difícil de transmitir. Una cosa me quedó clara. Esa fluida pantalla táctil había convertido a todos los demás celulares en obsoletos. Todavía no lo sabían, pero los líderes del momento desaparecerían durante los siguientes cinco años. En 2012, Google adquirió Motorola Mobility, que ahora pasó a manos de la china Lenovo. En 2013, Microsoft adquirió Nokia. La canadiense BlackBerry (en su momento, llamada RIM) también quedó gravemente dañada. Tres compañías icónicas, todopoderosas, queridas en sus países, con fans que todavía hoy echan de menos sus marcas, se esfumaron o quedaron relegadas en un pestañeo. Toda la industria había pegado uno de esos golpes de timón que cada tanto sacuden la movilidad. Ahora había que parecerse al iPhone.
LLEGAN LOS ANDROIDES
Había ocurrido, sin embargo, algo más. Dos años antes del nacimiento del iPhone, en 2005, Google adquirió una pequeña compañía que había creado un sistema operativo para cámaras digitales. Se llamaba Android y, aunque todavía nadie lo sospechaba, los destinos de todos estos actores terminarían por cruzarse.
Las cámaras digitales domésticas fueron una de las primeras categorías desplazadas por el iPhone. Con una pantalla enorme y un buen sensor de imagen, el teléfono de Apple, y todos los que le siguieron, se transformó en nuestra forma predilecta de sacar fotos.
De hecho, Google no quería Android para ponerlo en cámaras, sino para entrar -también- en el negocio celular. ¿La razón? Multiplicar las plataformas donde plantar sus avisos de publicidad. De hecho, lanzó su propia línea de smartphones, llamada Nexus. La estrategia, sin embargo, apuntaba a otro lado: convencer a los fabricantes de que adoptaran Android. Sus inicios fueron traumáticos; al principio, Android parecía una mala copia del iPhone. Pero contaba con una ventaja. Apple no licenciaba el sistema operativo del iPhone (llamado iOS), así que los fabricantes tenían pocas opciones. O desarrollaban sus propios sistemas -no es fácil- o usaban uno existente. Android apareció, pues, en el momento justo para competir con el imparable smartphone de Apple.
Como había ocurrido 30 años antes con la PC, Android terminó por ganar mayor espacio en el mercado. Mientras que el iPhone es exclusivo de la compañía cofundada por Steve Jobs, los Androides son todos clones. Cualquier fabricante puede -si sigue los lineamientos de Google, claro- usar este sistema operativo. A la vuelta de los años, y a pesar de que el iPhone sigue siendo el más deseado y mediático, los Androides están por todas partes.
Tanto como el iPhone cambió el mapa de la industria, recreando todas las líneas de productos, también renovó la forma en que se vende el software, los programas. Con su tienda de aplicaciones, la AppStore, la distribución se centralizó y los precios se desplomaron. Lo que antes costaba entre 50 y 100 dólares, pasó a venderse por 0,99 centavos de esa moneda. Era, en rigor, un mecanismo que Jobs ya había probado en la distribución de música con el iTunes Store y el iPod.
Había nacido la era de las aplicaciones móviles. Se iniciaba el ascenso de Apple a una posición de enorme poderío. La compañía que en 1997 había tenido que aceptar 150 millones de dólares de Microsoft -su rival de siempre- a cambio de colocar Internet Explorer en las Mac, hoy es la empresa con mayor valor de mercado del mundo. Con una valuación de 634.000 millones, está 285.000 millones por encima de Google y 250.000 millones por encima de su antiguo contrincante, Microsoft.
Más todavía, el disruptivo dispositivo imaginado por Jobs y el genial diseñador inglés Jonathan Ive, tendría una posterior reencarnación con la iPad, lanzada en 2010. Fue como un tsunami sobre otro tsunami, y esta vez el puerto que recibió todo el embate fue la computadora personal y Windows. Lo que nos lleva a cómo la revolución móvil cambió nuestros hábitos cotidianos.
TODO EN UNO
Hace escasos siete años, el teléfono se usaba para hablar y para mandar mensajes de texto. Aunque la idea del smartphone existía desde los 90, varios factores mantenían al formato arrinconado. Los BlackBerry fueron, en todo caso, los más exitosos, y mostraron algunas de las tendencias que hoy son norma. Por ejemplo, el tener el correo electrónico y el mensajero instantáneo en el teléfono.
La decisión de Steve Jobs de descartar el teclado físico en favor de una pantalla táctil que admitía múltiples toques fue quizás el factor más importante en el éxito del iPhone, y, con él, del inicio del reinado del smartphone. Apple evaluó la posibilidad de usar un teclado físico y, de hecho, hubo un prototipo con esas características. Pero finalmente, y a pesar de que suponía mayores costos de desarrollo, Jobs se inclinó por la pantalla completa. No es un detalle menor. Esa pantalla, que hoy llega a las 6 pulgadas en las phablets (phone+tablets), permitiría una experiencia completamente nueva de la Web, de los mapas, el correo, los mensajeros, Skype, los jueguitos y todo lo que hoy llevamos en el bolsillo.
Más aún, Facebook, que había sido fundada el mismo año en que se inició el desarrollo del iPhone, jamás hubiera podido subirse a la experiencia móvil con las pequeñas y limitadas pantallas insensibles de los smartphones previos al iPhone. Instagram sería impensable (nació en 2010 exclusivamente para iOS). Ni hablemos de Angry Birds, Candy Crush o Apalabrados.
Con iOS o con Android, e incluso con Windows Phone, el sistema operativo móvil de Microsoft, los teléfonos inteligentes y las tablets han modificado sustancialmente nuestra vida diaria. Son nuestra cámara de fotos, nuestro centro de mensajería, leemos los tuits y visitamos Facebook, lo usamos como navegador GPS, vemos la Web sin mayores restricciones, es nuestro reproductor de música, la radio, pasamos videos de YouTube, nos conectamos a Spotify, reconocemos la canción que están pasando en la tele por medio de Shazam, usamos WhatsApp sin parar, y hasta podemos ver un largometraje entero en Netflix. Ah, y cada tanto hacemos una que otra llamada de teléfono.
LA NACION