Retratos del final de una vida

Retratos del final de una vida

Por Enrique Valiente Noailles
Escapamos en general a los temas que rodean la vejez y la muerte. Nadie quiere enfrentarse muy seguido con las cosas últimas de la vida. Pero sucede a veces que una historia centrada en esas cuestiones toca una fibra latente y despierta un interés masivo. Fue lo que ocurrió con el blog personal del fotógrafo inglés Phillip Toledano, cuya obra está siendo expuesta ahora en el museo Deichtorhallen, de Hamburgo, hasta el 6 de septiembre.
Con el nombre de “Días con mi padre”, Phillip empezó a redactar un diario con los últimos tiempos de la vida de su padre, que tenía entonces 97 años. La página está compuesta por fotos y textos, y su propósito era registrar la relación entre ambos por el tiempo de vida que les quedase juntos. Es el diario de alguien que sabe que su padre morirá pronto. Acaso es también un intento de hacerle compañía, y de hacerse compañía, mediante la interposición de un registro que haga más minucioso y lento el tiempo.

father
A través de unas 45 fotos, acompañadas por párrafos simples, es posible asomarse a la intimidad de una relación y al fin de una vida. Esas imágenes muestran momentos y rostros de su padre, un mobiliario adusto, un vaso y una jarra, algunas páginas garabateadas.
Para Toledano se trataba de una experiencia íntima, nada fuera de lo ordinario, y nunca pensó que más que unas pocas personas pudieran interesarse en ella. Sin embargo, en un fenómeno de contagio que sucede sólo cuando se toca una zona profunda, ingresaron a su sitio en los primeros meses más de medio millón de personas, número que luego superó largamente el millón, para leer esta secuencia cotidiana, que a la larga se convirtió en un libro. Sucedió como si los visitantes hubieran advertido la soledad que sentía y hubieran decidido acompañarlo, retornando una y otra vez. Nadie sabe a ciencia cierta lo que encontraban los navegantes digitales en esta historia, pero tal vez estuvieran frente a un reflejo de sus propias despedidas. Porque aquellas visitas desataron una lluvia de mails de todas partes del mundo con historias de gente que le contaba a Toledano acerca de sus propios padres y abuelos. Tarde o temprano todos tenemos -y necesitamos- una narración de la vida de quienes nos preceden, que le da contorno a la nuestra. Y todos tenemos historias entrañables con un padre, una madre, un abuelo, una abuela, en cuya vida nos reflejamos, a quienes hemos comprendido y en cuya vejez nos hemos vislumbrado.
Pero, además de la sensibilidad de las fotos y los textos, otra cosa atrae en la historia de Toledano, y es que a veces necesitamos ver la cara desnuda de las cosas. En un mundo acostumbrado al embellecimiento y al trucaje de la realidad, lo que torna singular y atractivo el blog es que no hay en él maquillaje, no hay en él artificio. Ninguna intimidad sería verosímil en una versión que se mejorara para su presentación. Lo que presenciamos allí es el mundo tal como es, la cruda e inevitable austeridad de la última vejez, momento en que el mundo se contrae y se reduce a unos pocos objetos, sumados a una extraña espera, cuyo sentido desconocemos. Lo que hacen las imágenes y las palabras del fotógrafo es poblar un espacio fronterizo del que la vida se está yendo y en el que la muerte aún no ha ingresado. Su diario se convirtió en una forma de habitar el desierto en el que a veces se convierte el fin de una vida.
“¿Dónde está Helena? ¿Dónde está Philip? ¿Dónde está Ralph? ¿Dónde están todos?”, muestra una anotación de su padre, en una frase que permite percibir el inmenso desasosiego de una mente perdida. Porque en el blog es posible asomarse a uno de los grandes misterios de la vejez, que es la pérdida de la memoria. Toledano escribe sobre un padre que ha perdido toda memoria de los hechos inmediatos. Así, al llegar a su casa luego del funeral de su madre, le pregunta cada quince minutos dónde está ella. Pronto se da cuenta de que no debe seguir contándole que su mujer ha muerto, porque eso implica aniquilarlo una y otra vez, y le dice que se ha ido a París a cuidar a su hermano. Nuevas fábulas que es necesario contar, como si se retrocediera a la infancia, como si algunas vidas fueran una sumersión en lo real entre dos momentos de ilusión. Pero, al igual que los niños, que por momentos todo lo saben, acaso el destinatario de las fábulas juegue también a admitirlas, para tranquilizar a quienes lo rodean. En una de las fotos finales, Toledano dice: “Algunas veces, cuando estamos hablando, mi padre se detiene, suspira y cierra los ojos. Ahí es cuando yo sé, cuando él sabe. Acerca de mi madre. Acerca de todo”.
Puede explicarse a partir de la neurología la causa física de estas cuestiones, pero no su sentido. ¿Por qué a cierta altura la mente entra en un laberinto del que ya no saldrá? ¿Qué significa la niebla que avanza sobre la conciencia, esta lenta inmersión en el río del olvido? ¿Qué significado tienen el progresivo desprendimiento de sí que una persona experimenta y la denodada lucha, perdida de antemano, contra ello? ¿Es una manera de hacer tolerable la partida, de desanudar de a poco los cabos que unen a alguien a la vida? ¿Qué sentido tiene permanecer ausente en la vida misma, seguir viviendo frente al despojo de la inteligencia, del pensamiento, de la dignidad? ¿Será esa prolongación de la presencia la manera de permitir a quienes lo rodean completar un sentido? Y ¿cómo es posible perderlo casi todo, pero que quede intacto el afecto, la sensibilidad al contacto?
Tal vez algunas de estas preguntas estuvieran presentes en los visitantes de la página. Pero acaso también la gente tenga una necesidad creciente de interrogarse acerca de la vejez. Pertenecemos a sociedades que envejecen aceleradamente y que enfrentan el fenómeno nuevo de una extensa sobrevida. Vivimos un contexto de creciente expectativa de vida junto a la dificultad de darle un sentido a ese excedente. Y enfrentamos también la paradoja que suponen sociedades que han extendido la vida, a la vez que le han retirado a esa extensión toda consideración social. Más allá de los problemas de salud, de sostenibilidad fiscal, de hábitat, el problema más profundo que presenta la vejez actual es otro. Es la pregunta por el sentido de esta tierra ganada al río, por los años que la ciencia le ha ganado a la muerte, pero que no pudieron ser colonizados a la misma velocidad por la significación.
Al cerrar el blog de Toledano, vemos un texto escrito por el padre, luego de cumplir 98 años: “Quiero pensar seriamente acerca de lo que puedo lograr con lo que queda de mi vida”. Lograr algo antes de morir es la inmutable luz que alumbra una vida desde la juventud, que no se detiene ni en la última frontera y que, a su manera, la trasciende. Tal vez por eso decía Salvatore Quasimodo: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, traspasado por un rayo de sol. Y de pronto anochece”. En esos días con su padre finalmente anocheció. Pero el día de la muerte de su padre llegó a Toledano extrañamente acompañado por una cantidad de gente silenciosa que se asomó a una historia que tal vez sintieron como propia.
LA NACION